No sé cuántos uruguayos conocen los pueblos Piñera y Beisso, ubicados en Paysandú. Como tantos otros pueblitos del país, son localidades que nacieron a partir de la llegada del ferrocarril, allá por fines de siglo XIX. La vía ferroviaria es la que separa geográficamente a estos pequeños poblados donde sus habitantes conviven como hermanos. Son unas 1.000 personas que habitan allí. Lo más trascendente que ocurrió en las últimas décadas en estas localidades fue la llegada de viviendas de MEVIR. Después, más nada.

En 2018, gracias a un proyecto coordinado técnicamente por la Intendencia y recursos dispuestos por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP; gobiernos frenteamplistas ambos) se concretó una histórica, ansiada e impensada obra. Por primera vez, los locales pudieron erigir un escenario para espectáculos al aire libre en la zona, al cual le pusieron el nombre de quien donara terrenos para viviendas de MEVIR (Mario Hiriart).

Ello fue posible a partir de un proceso participativo iniciado desde la Intendencia Departamental de Paysandú (IDP) y por referentes del programa Cosas de Pueblo, de la OPP, proceso que integró desde el comienzo mismo a vecinos y al municipio local (gobernado por el Partido Nacional). El proyecto, además de incluir el escenario, implicó generar una marca local turística, talleres de atención al público y sensibilización de patrimonio local, instalación de cartelería sobre identidad local en espacios públicos, realización de un audiovisual, entre otros.

Pocos meses después, algunos de los vecinos que se reunieron por este proyecto volvieron a juntarse, pensando en organizar lo que sería la primera fiesta del pueblo, que se denominó “La vuelta al pago”. Otro sueño cumplido que pudo llevarse a cabo una vez más con programas y recursos de gobiernos frenteamplistas. La IDP dispuso equipo técnico y el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) financió parcialmente el evento, por medio de los Fondos Socioculturales de dicha cartera.

No sé cuántos uruguayos sabrán cuántos pequeños pueblitos como Piñera y Beisso lograron concretar tantos sueños para sus comunidades gracias a la voluntad de gobiernos frenteamplistas. Tampoco sé cuántos de los propios frenteamplistas conocen la magnitud y relevancia de esas obras en tantos pequeños pagos.

Lo primero para destacar es que durante 15 años de gobiernos progresistas, a cientos de pueblitos de Uruguay como Piñera-Beisso llegaron recursos del gobierno central que permitieron llevar adelante obras y proyectos como nunca antes en la historia de los propios pueblos. Todo eso, acompañado del impulso en cientos de políticas y programas que permitieron acortar la histórica brecha entre Montevideo y el interior (en educación, salud, asistencia social, etcétera).

Lo segundo destacable es que, por primera vez en la historia política del país, existió voluntad política de gobiernos nacionales en querer fortalecer ‒ante todo‒ la institucionalidad por encima de las viejas prácticas clientelistas creadas por blancos y colorados.

Sin embargo, en ambos casos, el Frente Amplio (FA), tanto desde la gestión como a nivel de la fuerza política, ha pecado de ingenuidad, desconociendo las culturas locales, donde existe un tremendo peso político de los caudillos locales.

Es cierto también que, siguiendo sus principios, el FA ha denostado históricamente al caudillismo y al clientelismo. Sin embargo, hay un elemento (no necesariamente negativo) muy vinculado a esta forma de ejercer la política que al momento parece no haber sido entendido por los frenteamplistas: la cercanía y la presencia constante en los territorios. En la edición de la diaria del 3 de octubre, el ex intendente frenteamplista de Río Negro, Óscar Terzaghi, emitió algunas opiniones que claramente apuntan en esta dirección, admitiendo que en su departamento “se hizo una buena gestión, pero faltó hacer política”.

Atendiendo a las dificultades de captar y fidelizar votantes en el interior del país, el Frente Amplio debería indagar con mayor profundidad en la que fue su única victoria más allá de las márgenes del río Santa Lucía.

En otras palabras, el FA le dio prioridad a la institucionalización, pero en general no tomó en cuenta la relevancia que adquieren los referentes territoriales a la hora de capitalizar y comunicar lo hecho. Esto es algo que incumbe a toda la fuerza política, desde eventuales autoridades nacionales, departamentales y locales hasta la militancia. En cada gestión que se llevó a cabo, el FA fue mayormente omiso por ausencia de referentes de la coalición de izquierda en los territorios, sobre todo de los locales, que son los que deberían trabajar permanentemente en contacto con los vecinos de cada pago. De hecho, de las propias obras y gestiones que gobiernos del FA han hecho en muchos lugares del interior, en general la capitalización política ha sido para blancos y colorados, en cuyas filas tienen referentes locales que saben jugar muy bien la estrategia de trillar los territorios.

Pocos días atrás en este medio, en un artículo titulado “Ignorantes e iluminados: un dilema riesgoso para la izquierda”, mencioné el caso de Andrés Lima como una posible excepción a la regla. Si bien es cierto que la votación entre blancos y colorados en Salto fue mucho más pareja que en otros departamentos, no se puede omitir que el fenómeno de la presencia constante del reelecto intendente en barrios y localidades del departamento litoraleño durante su mandato seguramente incidió en el acto electoral del domingo 27.

Lógicamente no podemos obviar el origen del FA como un partido que nació y se extendió por el país desde la capital, con la fuerza de obreros, intelectuales y estudiantes. Todavía sigue siendo esta base social (que no es precisamente la que habita mayormente en el interior) la más importante de la coalición progresista.

Al finalizar un nuevo ciclo electoral, hemos podido leer o escuchar a militantes de la propia izquierda emitiendo comentarios por redes sociales en los que se responsabiliza a los ciudadanos del interior por la magra votación del FA. También pude leer y escuchar a militantes y dirigentes nacionales repitiendo de manera optimista que el FA fue la fuerza más votada en las últimas elecciones departamentales. Grave error en ambos casos. En el primero, si se generaliza la crítica al votante del interior del país por parte de militantes frenteamplistas, el FA se estará autoinmolando de cara al futuro. Todo el FA, desde su cúpula nacional hacia abajo, debería replantearse su vinculación con el interior del país.

Respecto de lo segundo, el FA en las elecciones departamentales ha sido derrotado en Río Negro, Paysandú y Rocha, mientras que –a excepción de Canelones y Salto– ni siquiera compitió con chances serias en las restantes contiendas. En cuanto a municipios, el FA logró solo 32 en todo el país contra 93 de la “coalición multicolor”, y no es nada menor que haya perdido uno más en Montevideo (Municipio F) y sufrido derrotas en lo que han sido importantes bastiones de izquierda: Bella Unión, Ciudad del Plata, Piriápolis y San Carlos.

Es probable que el desconocimiento de la cultura y la forma de hacer política en el interior del país haya sido lo que llevó a que la herramienta de la descentralización impulsada por el FA (creación del tercer nivel de gobierno) en 2010 se haya transformado en una oportunidad ideal para blancos y colorados, tan hábiles y duchos para moverse en sus territorios. Los resultados están a la vista.

Por último, atendiendo a las dificultades de captar y fidelizar votantes en el interior del país, el FA debería indagar con mayor profundidad en lo que fue su única victoria más allá de las márgenes del río Santa Lucía.

Juan Andrés Pardo es politólogo y coordinador de turismo de la Intendencia Departamental de Paysandú.