La de 2020 no es la primera pandemia que atravesó la humanidad, ni tampoco será la última. Al menos eso aseguran los expertos. Sí resulta una novedad que esta peste coincidiera con el mayor período de interconectividad que hemos experimentado como especie. Se pensaría entonces que las complejas redes de información y comunicación de las que disfrutamos en la actualidad, gracias a la vertiginosa aceleración tecnológica de los últimos años, podrían haber sido herramientas útiles en este contexto.

La capacidad y potencialidad de las nuevas tecnologías para producir e intercambiar información fidedigna y contrastable, que sirva como base para diseñar planes de acción conjuntos a nivel global que permitan afrontar la emergencia sanitaria, es una cara de la moneda. La otra, menos amable, es la de la divulgación y circulación casi sin restricciones de informaciones que reproducen medias verdades, mentiras a secas, teorías conspirativas y, en general, contenidos que generan confusión e impactan en la calidad de la toma de decisiones tanto individuales como colectivas. Así, tanto la difusión de noticias falsas como el flujo indiscriminado de información se han vuelto dos preocupaciones más dentro del extenso catálogo del desasosiego que nos va dejando la pandemia.

Ya a principios de mayo la Organización Panamericana de la Salud (OPS) junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicaron una hoja informativa titulada Entender la infodemia y la desinformación en la lucha contra la covid-19, en la que se advierte sobre las consecuencias tanto de la infodemia (flujo excesivo de información, verídica o no) como de la desinformación deliberada. Además de lo agotador que resulta separar “el trigo de la paja” informativa, el informe indica que en muchos casos los actores sociales, ávidos de encontrar explicaciones y respuestas, no estarían rastreando el origen de las informaciones, verificando su validez, o estarían obviando el contexto en las que se producen. Por otra parte, desde el documento se asegura que el exceso de información puede generar efectos psicológicos en la población como la depresión y el agotamiento emocional, todo esto dentro de un clima social en el que ya prevalece la sospecha y la desconfianza.

A pesar de los esfuerzos de las dos organizaciones mencionadas, y de otro sinfín de organismos gubernamentales, no gubernamentales, gigantes tecnológicos y otros actores a nivel mundial, regional y local, la infodemia y el virus de la desinformación han sido tan difíciles de combatir como el virus en sí mismo, especialmente en América Latina. ¿Por qué sucede esto? Damián Coll, autor del libro En campaña, manual de comunicación política en redes sociales, esboza una explicación inicial: “Durante la cuarentena se incrementa el ‘caldo de cultivo’ de toda esta dinámica porque estamos más expuestos a contenidos de todo tipo, la retroalimentación entre medios gráficos, televisivos y digitales es mayor, todos se nutren de todos y nosotros abrevamos un poco en todos y recibimos disparadores que nos inspiran a veces a repetir o retuitear, y muchas otras a reinterpretar y crear nuestras propias versiones. A todos nos gusta ser cronistas de nuestro tiempo, aunque no seamos expertos en nada, ni en pandemias, ni en economía, ni en política internacional, ni en estadísticas”.

A lo expuesto por Coll se suma el hecho de que en la región existen claros problemas para identificar la veracidad de una información. De acuerdo a un estudio realizado por la compañía de ciberseguridad Kaspersky junto con la consultora de estudios de mercado chilena Corpa, “70% de los latinoamericanos no sabe detectar o no está seguro de reconocer en internet una noticia falsa de una verdadera”.

Igual de alarmante es que en un momento de alta incertidumbre como el que vivimos, la infodemia y la difusión de noticias falsas profundicen los sesgos de confirmación y contribuyan al empobrecimiento del debate público.

En esta misma línea, en un artículo publicado en julio por el diario británico The Guardian se refleja la preocupación por el “tsunami de desinformación” que vive la región. La desinformación –se señala en el artículo– genera confusión entre la población y dificulta el combate eficiente en contra del virus. La lista de informaciones falsas recopiladas por la pieza de The Guardian va desde lo “pintoresco” (“Impiden entrada a fumigadores de dengue por rumor de que esparcirían el covid-19 en Venustiano Carranza”; “Estrelló su auto contra la embajada de China y dijo que ‘la CIA está detrás del covid-19’”), hasta lo directamente peligroso. En esta última categoría se enmarcan, sobre todo, las informaciones sobre recetas mágicas, especias, pócimas y otros remedios milagrosos que, en el mejor de los casos, no servirían para nada en contra de la covid-19, pero que en el peor escenario podrían afectar la salud de la persona que los consume.

En abril, el Grupo de Diarios América (GDA), que agrupa a varios de los principales diarios de la región, también se tomó el trabajo de listar algunas de las informaciones falsas de mayor trascendencia en los países en las que circulan. A las cadenas que divulgaban supuestos medicamentos efectivos contra la covid-19 se sumó toda una serie de rumores y noticias falsas relacionadas con la enfermedad.

Pero ¿cómo se viralizan estas informaciones? ¿Su reproducción está ligada únicamente a la ingenuidad de los usuarios, o existen otras variables en juego? Para casi nadie es un secreto el uso de los famosos bots y trolls en campañas en las que se busca establecer cierto clima de opinión pública. Sin embargo, ¿son realmente efectivos para tal fin? No existen todavía estudios sistemáticos que demuestren que bots y trolls tengan la suficiente capacidad para instalar temas de manera significativa dentro de la agenda pública.

Sin embargo, lo realmente preocupante de este paisaje en el que conviven medios tradicionales y no tradicionales, redes sociales (con sus bots y sus trolls) y servicios de mensajería instantánea, no parece radicar exclusivamente en la difusión de falsa información que pueda llegar a perjudicar la salud física y emocional de las personas en el contexto de la pandemia. Igual de alarmante es que en un momento de alta incertidumbre como el que vivimos, la infodemia y la difusión de noticias falsas profundicen los sesgos de confirmación y contribuyan al empobrecimiento del debate público. También a la radicalización de las posturas ideológicas justo cuando, para afrontar un enorme desafío de salud pública, en todas sus etapas requerirá políticas consensuadas y acuerdos ciudadanos.

Carlos Fara es especialista en opinión pública, campañas electorales y comunicación de gobierno, y es integrante de la International Association of Political Consultants. Fernanda Veggeti es especialista en opinión pública. Este artículo fue publicado originalmente en Latinoamérica21.