Hace no mucho tiempo salió una película en Netflix llamada Hater, que refleja la frustración de la sociedad europea, la marginación, las extremas derechas, los lujos que se dan las elites y el destrato hacia quienes intentan progresar viniendo de hogares humildes. Es interesante advertir cómo esto no está alejado de la actualidad y es política pura del siglo XXI, tanto en Europa como en América Latina.
Y es que la política como la conocemos en prácticamente todo el mundo va poco a poco captando más adeptos, pero también captando cada vez más enemigos. En Estados Unidos, con discursos antipolítica Donald Trump consolidó una nueva forma de ejercer la política, basada en discursos homofóbicos, antiglobalización y neopatriotas.
¿Por qué está fracasando la política a la que estamos acostumbrados? Las respuestas son varias. Leonardo Morlino, en un artículo que escribió en 2014 sobre “La calidad de las democracias en América Latina”, menciona algunos indicadores que hacen que las democracias sean plenas o no; es interesante ver cómo una democracia de mala calidad suele hacer que surjan líderes “antipolíticos” o “populistas”.
Los indicadores son los siguientes:
La corrupción. Las poblaciones en América Latina ven en sus líderes y en los distintos partidos políticos un alto grado de corrupción, y lo mismo observan en el ámbito empresarial. Por lo tanto, lo que parecería fallar en el continente es el sistema en su totalidad.
La injusta distribución de la riqueza. Los tres países de América Latina que consideran que la redistribución es justa tienen una cultura histórica basada en el populismo: Ecuador (58%), Venezuela (43%) y Nicaragua (41%). El resto del continente americano considera injusta la actual distribución de la riqueza.
La falta de apoyo a los partidos políticos. La confianza que tiene la población de América Latina en los partidos políticos y en los parlamentos tiende a ser baja, y está por debajo de la confianza que se tiene a instituciones como la iglesia y las Fuerzas Armadas.
Sistemas educativos precarios. Para que existan democracias estables y consolidadas se necesitan sistemas educativos eficientes de acceso obligatorio y gratuito, y si bien se ha avanzado en este sentido en América Latina, ha comenzado a existir un retroceso en algunos países en este indicador.
Las crisis económicas. Este fenómeno afecta a todo el mundo, y la población responsabiliza de la crisis a los políticos.
La falta de transparencia. Este tal vez ha sido el indicador que ha mejorado más, con leyes sobre financiación de los partidos políticos en el continente, pero aún hoy, la ciudadanía ve de forma lejana el ejercicio del poder por parte de los políticos.
Todos estos indicadores, y algunos más, por momentos generan que surjan voces que se oponen a la política democrática como la conocemos. Son políticos que se denominan antipolíticos, pero que no dejan de serlo. Tienden a ser groseros, demagogos, y por supuesto, el rasgo más característicos, son populistas, y lo son tanto de izquierda como de derecha. Sin embargo, nos preocupan mucho los de ultraderecha.
Los líderes con características más histriónicas, y que muestran una imagen muy poco políticamente correcta, resisten los archivos, y los políticamente correctos no lo hacen.
El populismo suele ser democrático, dado que surge de elecciones libres, pero jamás es liberal en el sentido anglosajón de la palabra. Es necesario ubicar también que las corrientes populistas suelen surgir habitualmente cuando existe un descontento con las democracias, muchas veces causado por un desgaste o por líderes democráticos que han surgido de partidos históricamente institucionalizados y que en el ejercicio del poder han tenido algún tipo de accionar que choca contra determinada ética en la sociedad.
Las democracias en gran parte del mundo están pasando su prueba más compleja, y en muchos casos comienzan a existir escándalos de todo tipo. ¿Será culpa del nuevo mundo prácticamente virtual que estamos experimentando? Es que en ese nuevo mundo, donde los políticos tienden a intentar ser políticamente correctos, siempre suele surgir un hecho, un archivo que los saca de sus casillas y sale a la luz algún error que han cometido. Porque si vamos al caso, todos alguna vez nos hemos equivocado, pero actualmente existe un archivo que lo demuestra: una grabación, un audio, un texto. El político que ha sido hasta el momento políticamente correcto deja de serlo. Los líderes con características más histriónicas, y que muestran una imagen muy poco políticamente correcta, resisten los archivos, y los políticamente correctos no lo hacen.
Parecería que a raíz del desprestigio de la política y los políticos, así como por el creciente descontento de los ciudadanos del continente hacia las democracias, las sociedades en América Latina comienzan un proceso gradual de polarización. Quienes votan a las extremas derechas muchas veces son ciudadanos descontentos con las democracias, y en algunos casos se esconden en el anonimato de los nuevos espacios públicos para expresar su odio.
Los partidos políticos tienen cada vez menos apoyo y surgen movimientos antipolítica, antiglobalización y neopatriotistas. Los partidos políticos que tienen una forma de hacer política democrática fracasan.
Parecería que comienzan a abrirse grietas en nuestras democracias. A diferencia de lo que sucedía a fines del siglo XX, la democracia ya no pasa a ser la demanda principal de la opinión pública, sino que surgen nuevos tipos de progresismos, de conservadurismos, nuevas corrientes ideológicas, y, por supuesto, esta polarización podría llevar a nuevos tipos de populismos.
Germán Mato es licenciado en Relaciones Laborales, estudiante de la maestría en Ciencia Política de la Universidad de la República. Forma parte de la Mesa Ejecutiva Nacional del Nuevo Espacio, Frente Amplio.