El tema elegido por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) para el Día del Patrimonio de este año fue “Medicina y salud, bienes a preservar”, junto con un homenaje al doctor Manuel Quintela.

Existen estudios que muestran que el consumo cultural impacta positivamente en la salud, en esa comprensión holística que plantea la Organización Mundial de la Salud (OMS), entendida como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. ¿Qué pasó durante la pandemia, sobre todo al principio? Se respondió en una lógica característica de la modernidad, que entiende la realidad (y se aproxima a ella) en compartimentos estancos: salud, cultura, economía, naturaleza, etcétera, que aborda cada una por separado, y cuenta además con especialistas con conocimientos particulares en cada una de ellas que no siempre dialogan o piensan transdisciplinariamente. En esa lógica, y en línea con lo que se hizo en general en otros países, se priorizó la respuesta sanitaria, en particular el “quedate en casa”.

El “quedate en casa” desde el vamos tuvo un impacto diferenciado en la población, dadas las enormes desigualdades para poder cumplir con los protocolos y enfrentar las consecuencias de la pandemia. Recordemos que, como en el resto del mundo, en nuestro país aumentó significativamente el número de personas que pasó a seguro de paro, perdió su empleo o sus ingresos, pasó a estar bajo la línea de pobreza o se encuentra en situaciones de hacinamiento; también aumentó la violencia de género e intrafamiliar, y se produjo una sobrecarga en la vida cotidiana en relación con las tareas de cuidado, en particular para las mujeres, se generaron tensiones en el espacio doméstico, etcétera.

A pesar de que se sucedieron todos esos impactos, con situaciones graves que debieron enfrentar diversos sectores de la población, es posible afirmar que la respuesta a la pandemia no se dio en el marco de una mirada holística sobre la salud –lo que hubiera requerido una multiplicidad de políticas orientadas al bienestar–, sino que se concentró en lo sanitario.

El sector cultural en particular fue de los más afectados en su funcionamiento, incluso en su retorno a la actividad, con nuevas medidas y protocolos (postergados en varias ocasiones). La “cultura” fue vista como una actividad que podía esperar, que no era esencial para enfrentar la pandemia. Se tomó el concepto de salud en su concepción limitada, es decir, la ausencia de infecciones o enfermedades, y las energías y recursos se concentraron en prevenirlas.

No es que no haya habido acciones vinculadas a la cultura. Menciono dos, en relación con iniciativas del Estado. La plataforma del MEC culturaencasa.uy, pensada para “acompañar a los uruguayos en sus hogares con contenidos artísticos nacionales”, y lo hecho por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, que en su programa de innovación a través de industrias creativas lanzó el desafío creativo COVID-19, que resultó en el apoyo de 20 iniciativas diversas. Seguramente hay más, y muchísimas otras surgieron de las personas activas en el sector.

No es por lo tanto que la cultura no haya estado presente, sino que no fue parte de una mirada integral sobre cómo enfrentábamos, ahora y hacia el futuro, individualmente y como colectivos, la pandemia. De alguna manera, esa no incorporación de la cultura y las artes en el plan de respuesta a la pandemia –que impactó severamente en los y las trabajadoras de la cultura y en el amplísimo espectro de quienes trabajan vinculados con este sector– postergó, o tiró para adelante, una nueva crisis sanitaria, de otras dimensiones y probablemente de consecuencias de más largo plazo. En nuestro país y en muchos otros hay estudios que dan cuenta del impacto en la salud mental que está teniendo la pandemia. Miedo, estrés, depresión y varias otras manifestaciones presentes en todos los grupos generacionales, que se irán manifestando de manera creciente a medida que vaya pasando el tiempo. Una segunda consecuencia de esa no incorporación es que limitó las posibilidades de trabajar en imaginarios colectivos sobre ese futuro que necesariamente va a ser diferente luego de esta pandemia global.

En cuanto al primer punto voy a citar aquí dos estudios que refieren a la relación directa entre consumo cultural y salud. El primero es de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega y plantea que las personas adultas que disfrutan de vida cultural gozan de mejor salud; que quienes tocan algún instrumento, pintan, acuden al teatro, al cine o visitan museos se sienten más satisfechos con su vida y sufren menos depresiones o ansiedad.

El segundo estudio fue mencionado por Ana Carla Fonseca, de Brasil, especialista en ciudades creativas, durante un foro virtual organizado el 1º de octubre por la Tecnicatura en Gestión Cultural del Claeh. Fonseca compartió varios ejemplos de territorios creativos y mencionó uno en Dinamarca que me interesó particularmente, porque tenía que ver precisamente con salud. De modo que visité la página de lo que se llama el Departamento de Salud y Cultura de la Municipalidad de Aalborg. Para empezar, es interesante notar que un departamento de la autoridad municipal se encargue de salud y cultura. La iniciativa concreta se llama “Vitaminas de cultura”. Comenzaron a trabajar en ella a partir de los datos locales y globales sobre depresión. Según la OMS más de 300 millones de personas en el mundo, de todas las edades, sufren de depresión, y esta es una de las principales causas de discapacidad y uno de los principales contribuyentes a la carga global de enfermedad. En el caso de esta localidad en Dinamarca, Aalborg, a las personas con depresión se las estimula a que participen en actividades culturales varias veces por semana. De ahí lo de “vitaminas de cultura”. En la página del programa citan estudios según los cuales escuchar música reduce el estrés y la ansiedad, así como visitar museos y galerías de arte y participar en actividades creativas ayudan a desarrollar la resiliencia, entre otras. En la página se puede leer que “la cultura conecta a las personas y abre las puertas a nuevas percepciones que pueden crear un renovado deseo de vivir”.

La cultura no sólo dialoga, sino que es un componente fundamental en la construcción colectiva de una sociedad saludable y con bienestar.

Estos ejemplos convocan a pensar lo importante que es contar con políticas públicas que garanticen el acceso universal a la cultura y a las artes, y a la cultura en su diversidad. No exclusivamente como “llegada” de determinadas expresiones consolidadas a diversos sectores de la población y a diversos territorios, sino como interacción permanente de la interculturalidad propia de nuestra ciudad y de nuestro país, generando múltiples expresiones y manifestaciones culturales. Muchas de ellas tomarán la forma de proyectos barriales o comunitarios, otras llegarán a grandes escenarios o escenarios transitorios, pero todas deberían estar presentes. Sería interesante, además, que se tratara de políticas transversales, que respondieran a la complejidad de la vida de las personas.

En el marco de la pandemia se constituyó un grupo de expertos (Grupo Asesor Científico Honorario) que asesora fundamentalmente en las áreas de salud y de ciencia y tecnología de datos, y cuyo trabajo y asesoramiento ha sido muy bien valorado. Si bien el grupo es presentado como interdisciplinario, refiere a disciplinas agrupadas bajo “ciencias”. El objetivo del grupo es el tránsito, en las mejores condiciones posibles, hacia la llamada “nueva normalidad”. ¿Es posible transitar, o incluso aceptar como válido un concepto que define la vida en su cotidianeidad, sin el aporte de la cultura, de lo social, de la multiplicidad de visiones que hacen a una sociedad? Quizás sería bueno pensar en políticas integradas de bienestar en ese transitar hacia el futuro, en las que la dimensión cultural forme parte integral en articulación con las otras dimensiones. Es decir, que la cultura no sea considerada una actividad subordinada en función de decisiones que se dejan exclusivamente para la “ciencia”. Esto es lo que ocurre en el presente, y es una debilidad evidenciada por la pandemia en cuanto al rol que se le asigna a la cultura, lo que se acompaña además de una baja asignación de recursos.

Junto al “quedate en casa”, el otro gran eslogan durante la pandemia ha sido “nos cuidamos entre todos”. Aquí hay varias dimensiones. La primera es qué quiere decir “cuidar”. Porque si cuidar, de nuevo, es evitar el contagio, entonces con los dos metros, el tapabocas y alguna medida más puede alcanzar. Pero si entendemos “cuidar” en su profundo sentido ontológico, es decir, en referencia a nuestra condición existencial como seres humanos, a nuestras mutuas relaciones, a la relación con otros seres vivos y con la naturaleza, claramente no alcanza. Y ahí, de vuelta, es donde aparece la cultura también con un enorme rol de cuidado.

En este sentido, cabe destacar las iniciativas populares en respuesta a lo que mencioné previamente en cuanto a las desigualdades, no sólo económicas, para enfrentar la pandemia (ollas populares, merenderos y otras formas de alimentación solidaria; prácticas de trueque; profesionales poniendo a disposición conocimientos y experiencias; jóvenes apoyando y acompañando a personas de diversos grupos de riesgo; artistas compartiendo su arte por medios electrónicos; plataformas solidarias que vinculan personas, iniciativas, servicios, etcétera). Estas iniciativas dan cuenta de una respuesta culturalmente relevante, anclada en prácticas de solidaridad, de sentido comunitario, de una perspectiva de derechos colectivos que permitieron resolver algunas de las necesidades, incluidas las culturales.

Y esto refiere al segundo aspecto que dejé planteado previamente: el imaginario colectivo en la transición y en la pospandemia. La cultura juega múltiples roles en este sentido. De visibilización, de encuentros, de facilitar expresiones y ponerlas sobre la mesa para el debate. Y lo hace en distintas dimensiones: los desafíos de la sustentabilidad en su más amplia concepción, los derechos humanos, la participación social, la educación, etcétera. Para ello requiere marcos institucionales habilitantes y apoyos específicos que garanticen la continuidad de una diversidad de expresiones en un sector que es esencial en su contribución a una sociedad saludable, justa, con imaginación.

En síntesis, la cultura no sólo dialoga, sino que es un componente fundamental en la construcción colectiva de una sociedad saludable y con bienestar, y además juega un rol central en los procesos complejos, participativos, multiculturales y transdisciplinarios a través de los que se van tejiendo imaginarios hacia el futuro.

Ana Agostino es docente de Gestión Cultural en el Claeh.