Quienes creemos y confiamos en que el futuro es circular y no lineal. Quienes creemos que la conjunción equitativa de la inteligencia artificial, o la era de las máquinas, o la sociedad de la información, con las habilidades humanas, como el pensamiento crítico o el manejo de lo impredecible, es la oportunidad de entrar en la era de la humanidad. Quienes agradecemos los avances de la primera revolución industrial, de la segunda, disfrutamos de la tercera y dejaremos la vida para que esta sea la cuarta, debemos creer que esto no es recesión, es transformación. Esto no es un mantra.

En junio de 2018 se aprobaron normas que sitúan a la Unión Europea en el tope de la economía circular, forzando a todas las empresas, organizaciones y administración pública a iniciar la transición a la economía circular. Según la Universidad de Berkeley, “la economía circular es inevitable”.

En medio de esta pandemia, la concentración de medios y la política chilena han intentado que el imaginario colectivo olvide situaciones como el hambre, el frío, la falta de techo, la destrucción de tejido social y la falta de servicios básicos para la vida humana en sociedad. Con estos antecedentes, ¿no les parece que podemos entenderlo como un nuevo comienzo, aprendiendo de todo lo bueno y lo malo que nos dejó el siglo XX?

Existen muchas dudas sobre el futuro, por ejemplo: ¿cómo definiremos la distribución social de la última milla? Ese espacio de ganancia que generan las plataformas digitales a través de la administración de nuestros datos y que nos hace repensar la libre competencia y su soporte para la prestación de variados servicios. Amazon y sus derivados, o Rappi, Glovo y Pedidos Ya, todos pertenecientes a la matriz Delivery Hero. Vinculaciones más grandes y menos tangibles vemos en nuestros teléfonos con el “From Facebook” que traen Whatsapp e Instagram. U otras transacciones vinculadas a startups chilenas como Cornershop, luego de un fallido negocio que primero tensionó a Walmart para que comprara por 225 millones de dólares y que permitió la aparición de Uber en una cifra mucho más alta, cercana a los 495 millones de dólares.

Esto recuerda a cuando Michael Scott Paper Company fue comprada por Dunder Mifflin Paper Company en la serie The Office. Michael Scott crea una empresa sin capacidad debido a que ofrece el delivery sin costo, una linda casualidad en relación a la discusión sobre la última milla. Michael Scott Paper Company es comprada única y exclusivamente por su cuota de mercado, algo muy similar a la autodepredación del sistema, eliminando la competencia o, como bien conocemos en Chile, las family offices, empresas para darle continuidad a patrimonios históricos, que inundan el mercado de las startups y que en su camino van incentivando lo que define Guy Standing como “el precariado”, ese lugar donde los y las ciudadanas se unen en la inseguridad y la pérdida de derechos.

Pero algunas certezas tenemos. Una de las primeras es: el futuro, y ojalá el presente, no es blanco y negro, no es sí o no. Sencillamente no se explica en binario, según nos enseñan los procesos de la naturaleza, que no entrega una o dos respuestas, sino que nos entrega un mínimo quanto (unidad de medida de la física cuántica), una variabilidad. Y sí, es verdad que este ejemplo es una escala pequeña, subatómica, podríamos decir, pero, ¿no proviene todo de ahí? Del comportamiento variable e impredecible separado de las decisiones binarias que rigen en la actualidad, eso de “los buenos y malos”. Bueno, no podemos ser como Ant Man o The Wasp, capaces de disminuir su tamaño, ni tampoco controlar la materia para viajar en el multiverso como en Dark, pero sí podemos acercarnos sin sesgos de privilegio, por ejemplo uno que viene de salida, el patriarcal.

En toda esta vorágine de nuevos y no tan nuevos saberes, una vez más Chile y su contexto nos regalan ventaja. Estallamos, explotamos contra el abuso.

¿Han pensado alguna vez cuánto avanzamos como sociedad mientras nos comíamos el planeta? Y esto sólo en los últimos 200 años de los miles de años que lleva el ser humano en la Tierra.

La mecánica no es tan lejana, la electricidad, menos, la informática tampoco –incluso mi propio padre lo recuerda–, y ahora la digitalización está arrancando y no puede olvidarse que la mecánica, la electricidad y la informática se comieron el planeta a una velocidad insostenible y que la unión del conocimiento nuevo, crítico e impredecible puede frenar esta curva.

Dentro de la certeza que genera la oportunidad de no olvidarnos de nuestro pasado reciente (otra certeza para el siglo XXI), nos posicionamos con pensamiento crítico, principal herramienta del ser humano para entrar en la era de la humanidad. En toda esta vorágine de nuevos y no tan nuevos saberes, una vez más Chile y su contexto nos regalan ventaja. Estallamos, explotamos contra el abuso, miles de pancartas decían “si no ganamos la lucha ambiental, todas las demás estarán perdidas”, nos comunicábamos por Instagram, Whatsapp, Facebook, Twitter o Fortnite, teníamos imagen panorámica de la plaza Dignidad todos los días gracias a Galería Cima.

Nos anticipamos a discutir qué son los servicios básicos que están detrás de la consigna “dignidad”, una garantía que tanto hace falta durante una pandemia. Nos empuja la entropía social, esa que se comportó tan magníficamente durante el estallido, primero generando concentraciones, luego cabildos y luego reuniéndonos en torno a Las Tesis, para finalmente meternos dentro de la caja con el Apruebo o Rechazo, a discutir todos estos términos lo antes posible. Permitir con esto que se detenga la maximización y mirada lineal del recurso de datos y estos se sinceren para su buen uso. Nuestros datos son la nueva institución, son el nuevo presidente, son el nuevo poder.

Necesitamos una nueva filosofía de vida, sin miedo a dejar morir lo viejo y permitir nacer lo nuevo. La vida pospandemia y el 18-O no es recesión, es transformación.

Guillermo Rivera Reyes es gestor gastronómico y trabaja en el marco de la gastronomía regenerativa y la economía circular en Chile.