Se nos va 2020 y por sus tantas particularidades, quizás, se nos estaba yendo una gran oportunidad. Resulta que 2020 no sólo es el año de la pandemia, también se cumple un siglo del proyecto de ley elaborado por Emilio Frugoni de disolución de las Fuerzas Armadas. Esta modesta nota pretende remediar ese olvido.

Sin duda que una institución como las Fuerzas Armadas no sólo puede mirarse desde sus fines, sino que es ineludible hacerlo desde su historia, pero los fines deben jerarquizarse. Además, hay que hacer el esfuerzo de mirar hacia el futuro para ver cómo serán esos cometidos en el mañana. Por su propia naturaleza, el cometido es la guerra, defensiva y ofensiva. Más allá de nuestra vocación pacifista, hay que reconocer que en estos 100 años algo que no ha entrado en desuso es la guerra. Pero trayendo esta dimensión a nuestra realidad nacional, mirando al pasado y al futuro, creemos muy pertinente revisar el sentido de las Fuerzas Armadas en Uruguay, así como su dimensión y conformación.

Casi todo ha cambiado desde 1920 hasta ahora, pero algunas preguntas y escenarios que se planteaba Frugoni siguen vigentes a pesar del siglo transcurrido.

“Tampoco podemos considerar al Ejército una protección necesaria ante el imaginario peligro de una agresión externa. Nada tenemos que temer de nadie. Nuestros vecinos son nuestros hermanos, y a nuestra confianza absoluta en su lealtad para con nosotros no habrían de responder con injustas hostilidades. Pero si el hecho inaudito de una agresión a nuestra independencia se consumase, ¿seríamos más fuertes con nuestro Ejército –formidable para nuestro erario público, pero insignificante en comparación con cualquier Ejército de los que podrían invadirnos– que con nuestra legítima y confesada debilidad?”, planteaba Frugoni en los fundamentos del proyecto de ley.

No debemos dejar que un repentino chovinismo nos lleve a ofendernos con las preguntas y consideraciones de este compatriota. Uno de los últimos enfrentamientos militares en nuestro país entre un soldado oriental y un soldado extranjero se dio en la batalla recordada como “La heroica Paysandú”, finalizada en los primeros días de 1865. Aun esta tuvo sus causas más en conflictos internos entre blancos y colorados que en un intento de injerencia externo. Y en la otra hipótesis, en materia de enfrentamiento entre soldados en el exterior, nos tenemos que remontar al mismo período, cuando luego de derrotada Paysandú, el nefasto Venancio Flores nos lleva a ir contra Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza. Las recientes “misiones de paz” escapan a esta categoría porque se supone que no enfrentamos otros ejércitos nacionales.

A la luz de esta memoria y de las preguntas de don Emilio, ¿para qué Fuerzas Armadas en Uruguay? No para defendernos de nuestros vecinos o país alguno. No para atacar.

Uruguay necesita muchas cosas, pero no estas Fuerzas Armadas que en unos años (2028) cumplirán 200 años como institución. No sé si una refundación en su bicentenario es posible, pero estoy convencido de que es necesario.

Sin duda que hay una serie de tareas que desempeñan hoy, y lo hacen desde hace mucho, las diversas ramas de las Fuerzas Armadas. Las más importantes tienen que ver con el control de la frontera terrestre, la protección de la soberanía en el mar y todo lo relacionado con la base uruguaya en la Antártida, a pesar de sus fines más ligados a la investigación. Ahora y por lo mismo, ¿la dimensión y características de nuestras Fuerzas Armadas se corresponden a estas tareas? Estamos convencidos de que no. Lo que hoy tenemos responde más a una historia, tradición, intereses corporativos e inercias, que a las tareas que necesitamos de ellas. Estas tareas bien podrían desempeñarse sin unas Fuerzas Armadas clásicas como las que tenemos y mantenemos, bien podrían llamarse de otra forma, pero eso es lo de menos. La tradición, las subjetividades, los sentidos de pertenencia juegan y pesan. Pero es muy difícil hoy argumentar por su mantenimiento así como están, con sus cerca de 20.000 efectivos entre Ejército, Armada y Fuerza Aérea. Y encima este gobierno aumenta cargos de jerarquías, para colmo y sinsentido.

Ningún escenario propositivo hoy debería ir por el camino de cerrar, despedir, vender... sino por transformar. Cuando vemos los batallones en el interior, con personal haciendo tareas que sólo mantienen el sitio sin más, se nos ocurren centros para campamentos educativos o centros de rehabilitación para diferentes poblaciones. Otras tareas a desempeñar pueden tener que ver con lo relacionado a la defensa y protección de los recursos naturales y las áreas protegidas, que deben ser muchas más de las que son hoy, y el personal del Ejército puede relacionarse con esas tareas, ya que hay saberes y capacidades para eso, así como recursos. Por supuesto, dejando las armas. También están las tareas ante catástrofes; no consideramos que las personas dedicadas a ello tengan que formarse para la guerra, pero recapacitación mediante, es un buen destino para parte del cuerpo hoy uniformado. Sin duda, quedan muchas cosas útiles para realizar donde relocalizar personal, siempre según su perfil.

Como puede verse, utilizamos el puntapié de Frugoni como disparador, porque vemos saludable que la sociedad pueda plantearse todos los temas, pero no vamos hacia una tesis “disolucionista”, sino refundacional.

También se verá que no se abordaron un montón de otros temas y argumentos relacionados a la historia reciente, los derechos humanos, la necesidad de una total subordinación del poder militar al poder civil, temas que ya hemos expuesto en la Cámara de Representantes. No es un olvido, es una opción política para potenciar el carácter propositivo y no confrontativo de estas líneas. Uruguay necesita muchas cosas, pero no estas Fuerzas Armadas que en unos años (2028) cumplirán 200 años como institución. No sé si una refundación en su bicentenario es posible, pero estoy convencido de que es necesario.

Daniel Gerhard es diputado por el Partido por la Victoria del Pueblo, Frente Amplio.