El término “izquierda” aparece desde la Revolución francesa de 1789, y es sabido que fue cambiando de significado a medida que iban cambiando los problemas sociales. Simplificando, en su origen se asociaba casi exclusivamente a las ideas de “república” (versus monarquía) o de “soberanía popular”, más algunas otras notas, como por ejemplo “derechos humanos”. En tiempos de la revolución de 1848, también en Francia, la izquierda pasó también a incluir “sufragio universal” (es decir, no sólo censitario, como era hasta entonces). Pero esta expresión significaba en ese momento –que era revolucionario– sólo sufragio masculino. Faltaba mucho para que “la izquierda” aceptara incorporar a sus reclamos el voto femenino. Uruguay fue el primer país latinoamericano que lo aplicó, en 1927.

El término “feminismo”, cuya difusión es más reciente, debe considerarse parcialmente incorporado a lo que en este momento consideramos “izquierda”. Porque, aunque el patriarcado no ha desaparecido en muchas relaciones sociales ni tampoco en muchísimas cabezas, incluso de quienes se consideran de izquierda, hay muchos avances, en algunas sociedades del planeta, que colocaron a las mujeres en mejor situación. No corresponde decir que en ellas se haya instalado una igualdad generalizada, sino que se ha logrado una mejoría en diferentes esferas de lo público, a la vez que persisten, con tenacidad, prejuicios patriarcales o machistas en esferas de lo privado, en una intrincada relación con las estructuras sociales y con los diversos niveles culturales.

En el mundo, puede ponerse como ejemplo el caso de Suecia, que desde 1999 legisló penalizando al varón que pretenda pagar por sexo, es decir, consideró un delito inducir a alguien a prostituirse. Y esta posición fue seguida por otros países, de ahí la “opción nórdica”. Mientras tanto, Holanda, desde 2000, pasó a reglamentar la prostitución, considerándola un trabajo sexual, bajo el argumento de que reglamentándola (las trabajadoras sexuales pagan impuestos, tienen que tener un seguro de salud como todos los asalariados, etcétera) mejoran las condiciones de ese “trabajo”. Estas dos actitudes tan contrapuestas reflejan las contradicciones y los prejuicios que existen en nuestras sociedades y que llegan a expresarse, a veces, en algunos colectivos considerados feministas.

Los términos que usamos en las ciencias sociales tienen una fragilidad histórica, porque necesariamente van cambiando de significado a medida que cambian la sociedad y el conocimiento que podemos elaborar para entenderla.

En lugar de sumergirnos en discutir las variedades de los actuales feminismos, más vale admitir la fragilidad que tienen los conceptos que manejamos en las ciencias sociales, y que responden a cuestiones verdaderamente trascendentes. Creo que lo primero es admitir que los términos que usamos constantemente en las ciencias sociales tienen una fragilidad histórica, porque necesariamente van cambiando de significado a medida que cambian la sociedad y el conocimiento que podemos elaborar para entenderla. Desde mi juventud aprendí que la diferencia entre las ciencias exactas y naturales y las ciencias sociales eran dos: una, que en las ciencias sociales no es posible la experimentación; dos, que el investigador integra el objeto estudiado (la sociedad), por lo que no puede alcanzar la objetividad que se logra en las primeras. Después, aprendí que hay una tercera diferencia, probablemente más importante: el lenguaje “científico” que van elaborando los estudiosos de las sociedades humanas siempre está contaminado por el lenguaje corriente, y por tanto cada categoría tiene, al menos, dos significados posibles. Por ejemplo: capital puede definirse como “acumulación de riqueza” o como “trabajo humano acumulado”; Estado, como “aparato coercitivo que asegura la paz social” o, en cambio, “aparato coercitivo que protege el sistema productivo”, y así sucesivamente. Algo de esto ya está implícito, desde 1872, en la 11a. Tesis sobre Feuerbach, que dice: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

Las tres diferencias señaladas respecto de las ciencias exactas y naturales tendrían que inducirnos a un mayor respeto por las previsiones que estas ya han hecho sobre los riesgos que corre la humanidad a muy corto plazo: o cambiamos el sistema productivo (competitivo y destructor de la naturaleza) o puede sobrevenir un conflicto nuclear por la disputa de materias primas escasas. Ambas hipótesis surgen de las ciencias “duras”, que mediante la experimentación (que fue proporcionando una taxonomía precisa e incontrovertible), además de una mayor objetividad, nos están indicando que debemos suprimir el sistema capitalista de producción.

El constante desacuerdo de léxico en las ciencias sociales proviene, de modo predominante (y muchas veces en forma inconsciente), del lenguaje impreciso que surge en forma espontánea de la sociedad, esto es, del objeto estudiado. Esto, desde luego, fuera de los alegatos notorios, seudocientíficos, que defienden el statu quo.

Roque Faraone es escritor y docente.