En 1945, el planeta entero atravesaba una crisis sin precedentes. La Segunda Guerra Mundial no sólo había generado sociedades destruidas económica y culturalmente, sino que también había desnudado una de las facetas humanas más dolorosas que tenemos como especie: el uso de la inteligencia en pos del exterminio de personas.
Entre tal caos e incertidumbre, el 16 de noviembre de ese año, durante una conferencia de las Naciones Unidas en Londres, los estados miembros resolvieron fundar un organismo especial, con el objetivo de volver a instalar la paz en nuestras mentes, para que, a partir de allí, se pudiera después trasladar al resto del mundo. Pero no de cualquier manera. La apuesta, en aquel entonces, fue muy singular: colaborar con la seguridad global impulsando el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura. Así nació la UNESCO, que años más tarde también incorporaría el abordaje de la información y la comunicación a este enfoque interdisciplinario.
El resultado de esta sinergia fue la creación de un gran sistema de cooperación internacional capaz de construir comunidades más justas e igualitarias. Con ciudadanos mejor formados en todos los niveles humanos, dispuestos a enfrentar los desafíos de un nuevo siglo, que cambia a toda velocidad y que exige una ciudadanía capacitada para adaptarse a esas transformaciones.
Uruguay adoptó un lugar preponderante en ese recorrido. De hecho, en 1949 se convirtió en el primer país del mundo en inaugurar el primer centro de la UNESCO especializado en ciencias. Así, comenzó a funcionar desde Montevideo lo que hoy es la Oficina Regional de Ciencias para América Latina y el Caribe, que hasta la actualidad trabaja y se renueva sistemáticamente para impulsar el desarrollo sostenible de la región.
Durante estas largas siete décadas hemos atravesado profundas crisis sociales, políticas y civiles, pero celebramos formidables avances tecnológicos y en clave de derechos humanos, tanto en Uruguay como en el resto de la región. Somos conscientes de que todavía resta un enorme trecho por transformar y que, paradójicamente, a 75 años del nacimiento de la UNESCO y en pleno siglo XXI, la realidad hoy se asoma con desafíos similares a los de la mitad del siglo pasado. Nuestra respuesta debe ser, una vez más, singular y ambiciosa. Y, sobre todo, más solidaria.
Las personas se han apoderado de la ciencia. Hemos comprendido que ella nos pertenece igual que cualquier otro derecho humano universal y que es clave velar por su defensa y reconocimiento.
La actual pandemia de covid-19 ocasionó una crisis que sacudió el mundo en cuestión de meses, dejando en evidencia la profunda desigualdad que existe, hace tiempo, en América Latina y el Caribe, la región más desigual del planeta. Pero algo diferente sucedió en comparación con otros momentos históricos complejos: el rol que asumió la comunidad científica a nivel global. Esta vez, la ciencia ha podido acercarse a la gente como nunca antes lo había hecho, para demostrar que a través de ella es posible salvar vidas, construir confianza y alcanzar salud y protección.
Y aunque los científicos ya conocen dicho potencial, lo sustancial es que ahora también la sociedad en su conjunto ha tomado conciencia de ese gran poder. Las personas se han apoderado de la ciencia. Hemos comprendido que ella nos pertenece igual que cualquier otro derecho humano universal y que es clave velar por su defensa y reconocimiento, no sólo en medio de la crisis, sino también cuando el peor momento haya pasado.
Con 75 años de existencia, desde la UNESCO tenemos claro que este escenario es sinónimo de una enorme oportunidad para reforzar el compromiso con el desarrollo sostenible, a través de propuestas actualizadas que realcen la cultura, estimulen la educación e impulsen el progreso científico y la ciencia abierta monitoreando, particularmente, la difusión de información de calidad. Todo esto desde un enfoque de cooperación internacional erigido para defender el pleno ejercicio de todos nuestros derechos adquiridos.
Porque la paz debe instalarse, primero, en la mente de todas y todos nosotros para expandirse, después, con coherencia, al entorno en el que vivimos, y por tanto ese proceso nos necesita activos y conscientes. Confiamos en que un nuevo mundo es posible, si volvemos a priorizar esa sinergia entre los pilares que nos protegen. Porque todo empieza siempre con la educación, la ciencia y la cultura, y se sostiene desde la información de calidad.
Lidia Brito es directora de la Oficina Regional de Ciencias para América Latina y el Caribe de la UNESCO.