Todas las muertes son dolorosas y ciertamente nos parecen injustas, pero hoy me voy a detener, desde mi sentir, en la dolorosa e injusta muerte de Enrique Soto.

Enrique era el papá de una persona que me honra con su amistad y cariño, Marcos, y también de Juan Pablo y María, así como esposo de Julia. Luego de su muerte, ayer, y el doloroso momento que nos inunda, me puse a escribir estas letras para recordar a Enrique y, con esta historia, recordar todas las muertes que esta pandemia nos está dejando y que también tienen historias detrás. Ya no son sólo números, ahora comienzan a tener un rostro y un nombre, como el de Enrique.

Enrique, el esposo, el padre, el abuelo, el médico cardiólogo, el amigo, en ese orden y en todas los combinaciones, también fue profesor de Física y Química en la UTU de Paso de la Arena, fue estudiante de Medicina comprometido, directivo del Sindicato Médico del Uruguay, de la Sociedad Uruguaya de Cardiología, legislador, tuvo cargos ejecutivos en la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) y fue director del Fondo Nacional de Recursos, entre muchas más actividades. Todas las actividades las hizo con dedicación, amor, bajo perfil, diálogo fraterno y constructivo, fue tendedor de puentes, con la mano extendida y puertas abiertas, siempre. Enrique fue de esos imprescindibles que trascendió y marcó positivamente en todas las cosas que hizo.

Me puse a escribir estas letras para recordar a Enrique y, con esta historia, recordar todas las muertes que esta pandemia nos está dejando y que también tienen historias detrás.

Nos deja la vara muy alta, sin lugar a dudas, incluso el día de su muerte, cuando la familia pidió que donáramos a la Red de Ollas Populares el dinero de las flores, tal cual hubiese sido su deseo. Enrique nos deja ahora sus causas, luchas y solidaridad, pero no sólo a Marcos, Juan Pablo, María, Julia y sus nietos, sino a todos nosotros, porque sus causas no nos son ajenas, son de la sociedad entera.

Que esta historia nos sirva, nos haga reflexionar como sociedad, en especial por el momento que estamos atravesando de la pandemia, con contagios exponenciales y la pérdida de hilos epidemiológicos. Que nos interpele, que demos unos pasos atrás y hagamos un esfuerzo por el tiempo que nos separa hasta la llegada de alguna vacuna, que sepamos que “la garra charrúa” no va a evitar que, así como hoy nos golpea lo de Enrique, mañana sea otro de nosotros el que se choca con ese muro de frente que nos desgarra, y tengamos que lamentarnos por más muertes dolorosas e injustas.