Cada 10 de diciembre conmemoramos mundialmente el Día de los Derechos Humanos. Muchas veces nos reunimos en eventos, ferias, conciertos, manifestaciones o tantas otras formas colectivas de reconocer los avances tras la adopción, hace ya 72 años, de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Sin embargo, este año es diferente. Con una fuerza inusitada, la covid-19 golpeó el corazón de la sociedad y volvió a ponernos por delante una verdad inequívoca: somos una sola humanidad. En Uruguay los contagios y los fallecimientos han permanecido relativamente controlados durante gran parte del año, lo que sin duda es fruto de las estrategias sanitarias impulsadas por el Estado y del comportamiento responsable de la población en general.
También es reflejo de que Uruguay es el país menos desigual de América del Sur y que históricamente se ha caracterizado por tener uno de los más altos niveles de inversión pública en políticas sociales por habitante de la región. El papel que ha cumplido el sistema de salud pública durante la pandemia, de manera sólida e inclusiva, nos demuestra que la inversión en los derechos económicos, sociales y culturales es clave a la hora de hacer frente a las crisis.
Sin embargo, cuando el año está a punto de acabar vemos que en Uruguay y en el mundo las cifras vuelven a elevarse, lo que nos recuerda que todavía no estamos a salvo del virus. La evidencia y los relatos demuestran además que los impactos son diferenciados. La desigualdad potencia los efectos de la covid-19 en quienes sufren discriminación y exclusión, los que viven en asentamientos o en situación de calle, los que conviven con situaciones de violencia doméstica o en privación de libertad. También se agudiza entre las personas LGBT, personas con discapacidad o quienes están comenzando sus proyectos de vida en un nuevo país.
Debemos enfocar nuestros esfuerzos en las personas más vulnerables y rezagadas, asegurándoles la debida protección del virus y de sus impactos económicos, acceso equitativo a la vacuna y oportunidades de empleo.
Frente a esa realidad es cuando, a través de sus acciones, Naciones Unidas hace suyas las palabras de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet: la covid-19 “es una tragedia que presenta a su vez una extraordinaria oportunidad para reconstruir este mundo y mejorarlo”. Y para reconstruir mejor, los derechos humanos son clave. Debemos enfocar nuestros esfuerzos en las personas más vulnerables y rezagadas, asegurándoles la debida protección del virus y de sus impactos económicos, acceso equitativo a la vacuna y oportunidades de empleo en los esfuerzos de recuperación económica que se desplieguen en el país.
Es cierto, este 10 de diciembre no nos encontrará celebrando en las calles o en los escenarios. Pero como Naciones Unidas, en esta fecha renovamos nuestro compromiso con los derechos humanos, incorporando las lecciones que nos deja la pandemia, para proyectar el futuro que queremos, con menos desigualdad y sin dejar a nadie atrás.
Mireia Villar es coordinadora residente de las Naciones Unidas en Uruguay. Jan Jarab es representante de ONU Derechos Humanos en América del Sur.