Hay un gran paralelo del embalsamado que pidió Maradona con el embalsamado de Evita. Está claro que Pelé es un meritorio universal. Obediente con el poder pero creador de riqueza, estatus y más poder. Usó la inteligencia de abajo con racionalidad y lealtad sistémica. La contracara clásica del Diego.

Yo no soy fiscal para juzgar a grandes jugadores de fútbol ni las vidas que eligieron. Pero esto fue y es Pelé: el Brasil cordial. Admirable favelado negro, pero pieza siempre del sistema de poder en Brasil. No Luther King trazando círculos amplios para incluir, menos Malcom X o Lumumba llamando a la rebelión.

Maradona es el transgresor al que nadie le pediría ideología, claro. Pero mientras Pelé le mandaba la camiseta autografiada a Bolsonaro con una linda foto de saludo, el Diego visitaba a Lula en la cana. Hay una intuición distinta de la lealtad de clase.

Yo no comparto un enfoque aséptico y casi británico del fair play si es reduccionista y sólo evalúa estilos de fútbol. Eso está bien. Porque la belleza del juego, como el arte, son inspiradores de gustos plurales. Pero hay personajes de la cultura o el fútbol que son la subjetividad síntesis de una época.

Hay de nuevo un hilo de tragedia que une gente que toca el cielo en lo suyo, o quiere llegar como Ícaro y se quema las alas. Algo de eso hay en Argentina y yo no lo termino de entender. Pero eso mismo fascina y admira.

Bastó mirar la prensa y las redes sociales brasileñas el día de su muerte. Ellos también lloran un mito de otra índole que Pelé.

El Diego también era un golpeador. Y por eso el debate feminista de varones y mujeres cuestiona el elogio de los varones izquierdistas al futbolista por futbolista e implícitamente por adhesión a emblemas izquierdistas sin denunciarlo como golpeador y violento con las mujeres. Es una celebración homoafectiva del goleador que nos emociona y pone una barrera detrás de todo lo demás. Eso está cambiando. El fútbol femenino, las prácticas, es una revolución en muchos países, y ha habido partidos a estadio lleno en campeonatos de FIFA. Pero es bastante obvio que hoy una voz feminista debe decir nuevamente que basta, que ni una menos, sin por eso negar la filogenética social o el folclorismo de izquierdas. Es decir “no” a la violencia machista que tiene alto resultado en muertes de mujeres.

Está bien revisar identidades. Es necesario para nosotros los varones. Pero partir de allí y quedarse allí vuelve imposible la unidad para cambiar los sistemas en torno a valores compartidos. Por la simple razón de que la identidad jamás ofrecerá una unidad de medida, imaginaria, claro, pero imprescindible, sobre conceptos de igualdad (en la cuna, a lo largo de la vida, de oportunidades).

Maradona era una síntesis brutal de lo humano, con sus peores contradicciones potenciadas en su máxima intensidad. Brutal como el hogar lumpen en que nació, se crió y jugó.

No se trata de ver un héroe moral, ni de buscarlo ahí. Tampoco de pasterizar futbolistas fuera de sistemas.

Tuvo todos los goles en contra de la vida, que por supuesto era hipermachista e hipersubordinada en términos de no-clase. Todas las adicciones. Todas las transgresiones. No se trata de ver un héroe moral, ni de buscarlo ahí. Tampoco de pasterizar futbolistas fuera de sistemas.

El Diego es también genialidad goleadora. Y es mano de Dios contra el poder de la Humanidad: “El gol más geopolítico de la historia”, escribió el comunicado del Eliseo.

Maradona es todo eso al mismo tiempo. Por eso su cuerpo, con los tatuajes de Fidel en una pierna y del Che en la otra, es el cuerpo de todos los populismos contemporáneos y sus búsquedas de fe. Pero su muerte es una invitación a unir clase y emancipación de clase con equidad de género y emancipación de género en un mundo distinto, plural, abierto a la trascendencia desde la razón. Y un llamado a erradicar las condiciones socioeconómicas y culturales o valóricas de las opresiones de algunos humanos sobre otros para disfrutar más la genialidad de un talento en su verdad.

La necrofilia argentina, yo no sé por qué, se ha vuelto la máxima expresión de la necrofilia de Occidente.

Es como si acá en el sur del mundo, en el “extremo Occidente” de Georges Rouquier, se concluyera la tarea que hace siglos no logra armar bien el Vaticano en la lejana Italia ni la propia Jerusalén como espacio de cruce de todas las religiones monoteístas. Los argentinos sí aprendieron el colmo de la ritualización de la tragedia de Occidente con la finitud. Son los únicos que con toda su magnífica parafernalia de vodevil plebeyo-mediático-transgresor logran entierros con algo de retorno mítico a las fuentes de Jesucristo y su resurrección.

Es la energía rara de ese país que está de olvido siempre gris. Es la parte más pesada “en tiempos de todos contra todos, en tiempos donde siempre estamos solos”.

Hay una necesidad de trascendencia que evidentemente no atienden bien ni la complejidad de los asuntos contemporáneos ni la racionalidad de nuestras estructuras de mercados, Estados y poderes, que la necrofilia y los antihéroes argentinos, con su quiebra de reglas y emocionalidad volcánica, vienen a compensar.

Es una demanda de fe, no se sabe bien en qué pero posiblemente si contra qué.

El desbunde del cortejo fúnebre es la metáfora del deseo universal de desbunde, del cansancio de los mundos de fantasmas cansados. Argentina, con mucho sufrimiento interior, cumple esa función compensatoria de la secularización occidental, las buenas reglas, el fair play, el mundo ordenado. El hartazgo del racionalismo por las masas. Por eso el Diego es universal, por lo menos en Occidente.

Y no es casual que los dioses de nuestro Olimpo laico siempre sean transgresores, uno desde la pureza, el fanatismo y el patriciado solidario, y otro desde la villa y la cadena total de transgresiones de vivir el momento con la emoción a flor de piel. Dos caras opuestas de la intensidad. Guevara y Maradona.