Nos acercamos al 10 de diciembre, y como día en que se conmemora la Declaración de los Derechos Humanos, consideramos que es imprescindible reflexionar en torno a este tema en una coyuntura tan particular como la que estamos viviendo.

Es difícil acercarnos al tema sobre el que nos proponemos reflexionar porque somos parte de lo que pretendemos pensar, estamos “dentro”, somos parte del problema. Sin embargo, ¿no estamos siempre implicados cuando estudiamos cualquier tema? ¿No es una falacia epistemológica o una ingenuidad pretender estar distanciado de un objeto de estudio o de una situación que estamos estudiando? ¿Acaso estudiar un tema alejado en el tiempo nos lleva a tener una posición objetiva?

Hoy sabemos lo siguiente: el pensar, el investigar, el hacer ciencia o filosofía, lleva al sujeto que lo hace a estar implicado. Pretender no estarlo es una fórmula “engañosa” (consciente o no) de pretender (y de creer) que tenemos una distancia con el objeto de estudio.

Pero vamos un poco más allá: deberíamos aclarar que dicho objeto no existe. El objeto de estudio es una construcción de ese investigador-pensador. Y este construye el objeto desde un presente en el que se dan determinadas circunstancias económicas, políticas, ideológicas, de las cuales es imposible desprenderse. Y esas circunstancias no provienen de la nada, dichas circunstancias fueron construidas o tienen una larga historia. ¿O lo que hoy sucede (sea en la ciencia, el mundo de las ideas, la política, etcétera) es casual?

En este sentido, hay algunos elementos a tener presente o en cuenta: a) la dinámica social tiene sus ideas dominantes, aunque no tienen un dominio absoluto, es decir que no controlan al quehacer social totalmente, ni a los sujetos que en él intervienen; b) por otro lado, siempre se puede intentar responder a esas fuerzas dominantes para contrarrestar su peso social.

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Los gobiernos progresistas latinoamericanos obtuvieron el poder para gobernar el Estado en la región a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Este acceso al control gubernamental fue posible por las luchas de movimientos sociales y partidos políticos críticos al orden establecido. Todas esas fuerzas veían en el Consenso de Washington y en las instituciones financieras internacionales (las cuales se basaban en la siguiente idea: el mercado es la mejor forma de regular la sociedad) a los promotores de una política que no posibilitaba el desarrollo de una vida plena a millones de personas. Todo lo contrario, las dejaba al margen de cualquier derecho.

Sin embargo, pasados los años y andando los gobiernos progresistas, se comenzaron a verificar algunas conductas y decisiones que repetían las lógicas de gobiernos precedentes. Sin embargo, no era igual la situación en el siglo XXI que en los 90 del siglo XX; el paso del tiempo y los procesos históricos eran otros y esto implicaba cambios.

La socióloga argentina Maristella Svampa caracteriza este nuevo momento histórico como el pasaje del Consenso de Washington al de los commodities. Sostiene que los gobiernos y ejecutivos progresistas quedaron atrapados en la lógica de vender materias primas sin procesar. Optaron por extraer recursos naturales no renovables, utilizando desmedidamente el agua, la tierra, los minerales y el gas excedentes en algunas regiones.

La defensa de los partidarios de estos gobiernos y de los mismos gobernantes es que lo recaudado por esas exportaciones y por los nuevos impuestos establecidos se brindó a las poblaciones que a fines del siglo XX engrosaban las zonas pobres, y para ello exhiben indicadores respaldando y fundamentando sus posiciones.

Para el caso de Uruguay –el más conocido por quien escribe– algunos autores discuten este planteo. La Red de Economistas de Izquierda del Uruguay (REDIU) afirma y argumenta que en gran medida las políticas sociales fueron financiadas por los trabajadores; este sector fue el que más contribuyó en esa dirección. En cambio, los empresarios se enriquecieron y acumularon más riqueza durante los tres períodos de gobiernos del Frente Amplio.

Además de esta situación, que plantea reparos al relato elaborado desde los sectores afines a los gobiernos, podemos encontrar otros motivos que podrían haber llevado a la pérdida de apoyo de sectores de la población hacia los proyectos impulsados por el progresismo.

¿El acercamiento del gobierno uruguayo con la administración de Estados Unidos influyó en la pérdida de respaldo del movimiento popular? ¿Cómo juega esta proximidad con un gobierno tan cuestionado internacionalmente desde posiciones críticas al orden establecido para construir un proyecto alternativo al dominante? ¿Cuáles son las señales o símbolos que recibe la ciudadanía con este tipo de situaciones?

Otro elemento a tener presente es el enfrentamiento con los movimientos sociales que los habían apoyado. Estos últimos habían consolidado a los sectores progresistas durante la etapa electoral, pero al constatar que en algunos casos las políticas proyectadas eran de corte regresivo y reprimarizarían la economía, y por tanto irían en contra de sus cosmovisiones e intereses (especialmente en Bolivia y Ecuador, que tienen una fuerte tradición indígena y una tradición de movilización de larga duración), estos movimientos sociales decidieron tomar distancia.

Es complejo hablar y referirnos en términos generales a la realidad que se vive en distintas partes del continente latinoamericano. Pero teniendo lo recién mencionado en cuenta, podemos decir que las oposiciones (por izquierda) más firmes a los gobiernos progresistas y en general al proyecto del capital las realizaron diversas comunidades indígenas.

Estamos viviendo una nueva ofensiva del capital. En Ecuador, a fines de 2019 el gobierno decretó una serie de ajustes para beneficiar al capital y esto llevó al estallido social o a una ola de reclamos en varias jornadas de resistencia en las calles ecuatorianas. Algo similar ocurrió en Chile, donde desde el Ejecutivo encabezado por Sebastián Piñera también se generaron diversas medidas que aumentaban las ganancias de las empresas y los empresarios. Una situación generalizada de explosión social se desarrolló también en el país trasandino, con una represión feroz por parte de las fuerzas de seguridad. Un trabajo en sí mismo requerirían el golpe de Estado que se dio en Bolivia y la brutal represión desatada contra los sectores populares que apoyaban al gobierno encabezado por Evo Morales.

Como podemos apreciar –y siempre teniendo presente esta línea de análisis–, el nuevo ciclo de ajuste (acompañado con una ola represiva que se está viviendo en la región) no es una novedad, es algo que se podía prever o al menos era una posibilidad cierta. Con esta afirmación no pretendemos decir que en la historia existe una hoja de ruta que se cumple a la perfección y que es posible saber exactamente lo que sucederá. Pero existen ciclos en los cuales el capital sufre retrocesos en sus ganancias y para no perder demasiado aplica medidas que sufren los que generan la riqueza: los trabajadores. Ahora bien, ¿cuál será el rol a jugar por el pensamiento crítico latinoamericano en esta realidad?, ¿cómo podrá hacer para ser trinchera de los derechos humanos, es decir, para que los humanos puedan vivir y desarrollarse plenamente?, ¿podrá influir para que el sistema dominante pueda cambiar para no perecer como humanidad?, ¿no debería estar en mayor contacto con los sectores populares para construir un conocimiento mayor de la realidad y para poder buscar alternativas a lo que denuncia desde el plano teórico.

Con los acontecimientos vividos en estos últimos tiempos se debería evidenciar que lo único importante para el proyecto del capital son las ganancias y para ello no importa cómo se obtendrán.

El pensamiento crítico latinoamericano es una forma de defensa de los derechos humanos. La realidad política y social que vive nuestro continente refuerza esta idea, que consideramos que puede ser central para la etapa que se inició con la derrota del gobierno liderado por Cristina Fernández en Argentina, siguió con la caída del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil en 2016 y con la asunción a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump en 2017.

A partir de estos acontecimientos se precipitó una escalada de hechos que llevaron a intentos de golpes de Estado en Venezuela y a una acción sistemática de diversos sectores aliados a Estados Unidos para derrocar al gobierno encabezado por Nicolás Maduro. Incluso varios gobiernos llegaron a reconocer que un diputado electo y que se encontraba cumpliendo funciones de presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela se autoproclamara presidente de dicho país el 11 de enero de 2019.

El año 2020 quedará marcado como uno de los años más complejos (de las dos primeras décadas del siglo XXI) para los sectores populares de la región. Se inició una ola de ajustes de corte neoliberal por la que los sectores vulnerables quedaron más sumergidos en varios países (Ecuador, Chile, Bolivia). El descontento no se hizo esperar, y las organizaciones sociales y movimientos populares salieron a la calle a protestar para que las mayorías no fueran nuevamente perjudicadas por las políticas regresivas. Y a toda esta realidad se le debe sumar una pandemia que llega en un momento que permite aumentar el control sobre las poblaciones.

En estos momentos parece que estamos ante una vuelta de la historia. Esta no es lineal ni avanza sin parar, y ha quedado demostrado que el fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama era una posición ideológica más. Nuevamente la región tiene altos grados de represión: fuerzas de choque especializadas estatales ejecutando las órdenes de gobernantes que responden a las minorías dominantes.

No podremos detenernos en cada una de las situaciones que se vivieron y aún se viven en la región. Pero quizá la peor situación se vivió en Bolivia, donde se dio un golpe de Estado y se encaramó en el gobierno una representante de la iglesia evangelista que ha desacreditado a toda la tradición indígena de ese país, intentado borrar nuevamente (como ocurrió en la conquista del siglo XV) cualquier señal de los pueblos originarios. Asesinatos y persecuciones a líderes políticos y sociales fueron la modalidad con la que se derrumbó un régimen que tenía el apoyo de amplios sectores de la población.

Ante esta realidad inundada de muerte y flagrantes violaciones a los derechos humanos, consideramos que el pensamiento crítico latinoamericano puede ser una defensa para sostener los derechos humanos de las mayorías. Alguien podrá preguntarse cómo lo hará, cómo será posible esa defensa. Como ya lo planteamos, el pensamiento latinoamericano tiene una extensa, rica y –consideramos– desconocida historia. Como plantea Horacio Cerutti Guldberg, el pensamiento trabaja con palabras y estas no garantizan nada, es decir, se puede decir algo y hacer lo contrario. De allí la importancia de unificar el desarrollo del pensamiento para denunciar los atropellos de los poderosos con los sectores que enfrentan con sus vidas a esta ola que evidencia lo más funesto del sistema.

Con los acontecimientos vividos en estos últimos tiempos se debería evidenciar que lo único importante para el proyecto del capital son las ganancias, y para ello no importa cómo se obtendrán, pues lo que está detrás de este movimiento es una religión de mercado –en palabras de Franz Hinkelammert– que todo lo justifica, incluso si millones de personas no tienen el más mínimo derecho. Por este motivo estamos convencidos de que continuar desarrollando el pensamiento crítico latinoamericano puede ser una trinchera para defender los derechos humanos.

Decimos “se debería evidenciar” porque no es para nada evidente para millones de personas que para el capital las ganancias deben obtenerse a cualquier costo. Tampoco es evidente para los estudiosos que viven de y en las universidades. Recordemos que las posiciones críticas al sistema son minoritarias y no son casi tenidas en cuenta por los centros que toman decisiones. No existen casi fondos para proyectos de investigación, no hay programas de becas, editar una obra es un evento cuasi excepcional y que se distribuya es un fenómeno sobrenatural. Quizá se debería tener presente estos hechos y comenzar a actuar para revertir esta situación.

Héctor Altamirano es docente de Historia. Una versión ampliada de este artículo fue publicada en Revista Encuentros Latinoamericanos, segunda época, Vol. IV Nº 1, enero/junio 2020.