La impronta de Tabaré perdurará. Como una marca profunda en la historia nacional.

Es cierto que estamos demasiado cerca y muy dolidos, pero ello, espero, no nos impide advertir algunas de las características de su huella.

Tabaré expresó y posibilitó la discontinuidad apoyándose y conduciendo una fuerza histórica que cumplirá 50 años en febrero próximo, y cuyos orígenes se remontan a fines del siglo XIX y principios del siglo XX (y esto también vale para las alas progresistas de los partidos fundacionales que convergieron en el Frente Amplio en 1971). Lo hizo porque incorporó el programa de la izquierda como convicción y lo convirtió por primera vez, a la cabeza de esta fuerza política, en obra de gobierno, primero en lo departamental y después en lo nacional, durante dos mandatos. La originalidad no radica, sin embargo, en lo primero sino en lo segundo, en la capacidad de realización histórica. En otros términos, en la ruptura del bipartidismo y en la conversión de esta en victoria política y en proyecto histórico.

Pero esta discontinuidad, o ese salto en calidad en la incidencia de la izquierda en el país, quizás sea más difícil de identificar en cuanto a sus características si reparamos en la originalidad del liderazgo de Tabaré.

Este se apoyó en un conocimiento sin par de nosotros los uruguayos. Creo que su capacidad para forjar un vínculo –para meterse en el alma de las multitudes, como dicen muchos– se forjó en el barrio, en el fútbol y en los campamentos, y principalmente en el consultorio. En distintas circunstancias difíciles, incluso críticas, cuando la mayoría de los dirigentes opinábamos una cosa, Tabaré advertía otras señales en la gente e identificaba puntos de apoyo rápidamente para salir adelante.

Esa cercanía con las emociones e ideas de los ciudadanos le permitió romper con la liturgia de la izquierda y hacerlo como la cosa más natural del mundo. Los actos y los discursos se alejaron rápidamente de la retórica practicada por décadas. Esta discontinuidad en el discurso sorprendió a propios y ajenos. Y esta cercanía en el coloquio le permitió conducir con amplio margen.

Fue ese margen el que le posibilitó hamacarse en distintas direcciones, sorprender, cometer errores pero, fundamentalmente, acertar.

Ese estilo en la conducción no es común. Al menos no es nada fácil de replicar. Tampoco su capacidad para el diseño estratégico. Para sobreponerse en las derrotas, marcar un rumbo contra viento y marea, y lograr el objetivo.

En todo esto hay mucho de ciencia y de arte. La cuestión del método siempre se manifestó cuando tenía que resolver problemas nuevos incorporando una increíble cantidad de datos. Ahí aparecía el científico. Y la cuestión del arte fue relevante en el manejo del universo simbólico y gestual o de los poetas preferidos, tanto para relanzar el proyecto político como para admitir, comunicar y manejar la propia muerte.

Gracias, Tabaré.

Enrique Rubio fue director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto en el primer gobierno del Frente Amplio.