Cada vez resta menos para que termine el año 2020; un año que ha tenido de todo: desde la pandemia de covid-19 hasta la muerte de Diego Maradona. A estas alturas del partido, luego de tanta densidad política, siempre acabo creyendo que el año tuvo algún mes de más, algunas semanas que se nos camuflaron sin darnos cuenta, o días que fueron de 30 horas.
En este tiempo, Chile aprobó un plebiscito para enterrar definitivamente la constitución pinochetista; Donald Trump perdió las elecciones desconociendo los resultados; Juan Guaidó se quedó en eso, en seguir siendo Guaidó, sin más pena ni gloria que una autoproclamación sin efectos; en Perú modificaron el Congreso y luego el presidente, hasta dos veces, sin necesidad de acudir a las urnas; en Ecuador cambiaron varias veces de vicepresidente; se consolidó el eje progresista Argentina-México con dos presidentes muy protagónicos en lo geopolítico, Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador, cada cual a su manera.
En esta América Latina tensionada, Bolivia nuevamente se convirtió en el epicentro en este 2020, sobre todo porque nos dejó varias lecciones imprescindibles para tener en cuenta en los meses venideros.
Primero, no se consigue tan fácilmente la desaparición de una identidad política arraigada en la ciudadanía, ni con un golpe de Estado, ni con proscripciones, ni con persecución.
Segundo, el neoliberalismo demuestra una vez más su incapacidad para consolidar democracias, gestionar la economía (en lo macro y en lo micro), administrar el Estado, garantizar estabilidad institucional, proporcionar seguridad jurídica.
Tercero, las convicciones son rentables electoralmente a pesar de lo que digan muchos manuales ortodoxos de comunicación política. Un corpus ideológico, bien traducido en propuestas cabales, cuando sintonizan con los sentidos comunes tiene alta probabilidad de tener mayorías.
Cuarto, gobernar desgasta mucho y limita la posibilidad de reciclar la épica, el relato, la narrativa, los horizontes. En el caso del Movimiento al Socialismo, en este corto período de tiempo fuera de la gestión gubernamental se regeneraron dinámicas que habían quedado relativamente oxidadas algún tiempo atrás.
Las convicciones son rentables electoralmente a pesar de lo que digan muchos manuales ortodoxos de comunicación política.
Quinto, la derecha no siempre está unida, ni es tan monolítica ni homogénea como se presupone. Pasó en Bolivia y ha pasado en muchos otros países de América Latina. Existen muchos más matices en el universo conservador de lo que nos imaginamos (visiones regionales, intereses económicos, vínculos internacionales, etcétera).
Sexto, los grandes medios de comunicación se han convertido en objetos de consumo masivo, pero no constituyen ninguna fuente de credibilidad. Si hiciéramos un ejercicio de correlación estadística simple entre cantidad de portadas y titulares en contra de Evo Morales y Luis Arce en Bolivia e intención de voto, nos encontraríamos una relación inversa. Eso pasó también con Cristina Fernández de Kirchner y continúa pasando con Rafael Correa. En muchos países los grandes medios son espacios de entretenimiento, pero no son creíbles como fuente de información. En las encuestas del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica hechas para varios países de América Latina, siempre observamos que hay mayorías que creen que los medios mienten o hacen propaganda.
Séptimo, las redes sociales importan, pero resulta importante dimensionarlas en su justa medida. El crecimiento de ese universo es evidente, pero no hay que confundir ese progreso con considerar que todo el mundo decide su voto según lo que lea en Twitter, Facebook o Instagram. Aún resta mucho por conocer cómo ellas transforman nuestras mentes, nuestros pensamientos y nuestras preferencias políticas y electorales. Todavía es muy pronto para identificar las cicatrices de este nuevo entorno digital.
Octavo, y no por último menos importante: todos aquellos que pregonan que no hay relevo detrás de los liderazgos históricos de la izquierda latinoamericana vuelven a hacerse trampas al solitario. Luis Arce y Alberto Fernández ya son presidentes. Hay muchas probabilidades de que Andrés Arauz lo sea en Ecuador. Hay líderes como Daniel Jadue en Chile, Verónika Mendoza en Perú y Gustavo Petro en Colombia, que también tienen significativas opciones para ello.
Son todos aprendizajes útiles para lo que se viene en nuestra América Latina en disputa.
Alfredo Serrano Mancilla es director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.