Diego Armando Maradona fue un hito mundial que trascendió fronteras, religiones e ideologías políticas. Fiel representante de lo que la Bersuit expresa en su “Argentinidad al palo”, Maradona fue quizá el máximo exponente de eso “santo y profano, mistura de alta combustión”.

Su muerte, al igual que su vida entera, no pasó inadvertida. Amantes y ajenos del fútbol por igual se expresan acerca del polémico astro, materializando que la figura de Maradona es de talla mundial. Nuevamente, la argentinidad al palo: las luces y sombras en toda su ambivalencia. Las contradicciones llegan a tal punto que se vuelve imposible emitir una opinión sobre Maradona que no esté teñida tanto por su humilde infancia en Villa Fiorito como por haberse convertido en un astro mundial; su adhesión a la izquierda política y nobles causas sociales, como el apoyo incondicional a Abuelas de Plaza de Mayo, así como también su derroche voluptuoso; el modelo de familia tradicional que en su vida construyó de forma espectacular, como espectacularmente también lo destruyó. El mandala “Ángeles y demonios” de MC Escher ilustra las aporías de Maradona, que siendo un solo ser, en sí mismo representa lo que Escher plantea: ¿dónde pones el foco, en el ángel o el demonio? Tengamos presente que aquello que nosotros proyectamos está cargado con las tintas de nuestra intencionalidad.

Estamos educados en esa concepción moralizante y polarizante que reduce todo a dos exponentes antagónicos e irreconciliables: el bien y el mal, lo lindo y lo feo, lo bueno y lo malo. Las grietas que surgen del reduccionismo que simplifica todo en una lógica bipolar puede desencadenar en lo que Carlos Vaz Ferreira llamó “falacia de falsa oposición” en su obra Lógica viva, que consiste, en palabras del filósofo uruguayo, en “tomar lo complementario por contradictorio”.

Con Maradona se hace difícil no caer en la falacia de falsa oposición, cuando se contrapone su gloriosa carrera deportiva con su conflictiva vida personal. Sin embargo, no se trata de centrarse en sus virtudes o en sus defectos, porque él fue ambos. Así, en su zenit deportivo, el histórico partido con Inglaterra, ya encontramos esta ambivalencia: por un lado, el primer gol, la hazaña de la mano de Dios, que hoy el VAR seguramente invalidaría por ser una falta flagrante, digna de un tramposo. Por otro lado, Maradona alcanzó la deificación con su segundo gol, una obra de arte que quedó inmortalizada en la memoria popular con el relato de Víctor Hugo Morales, que entre lágrimas expresó: “¿de qué planeta viniste para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?” Si sólo hubiese existido el primer gol, podríamos hablar de un tramposo que tuvo suerte de pasar inadvertido. Pero Maradona era mucho más que eso, y le bastaron cuatro minutos para reivindicarse con la jugada magistral que coronó su lugar en la historia del fútbol mundial. A tal punto llega la magia del barrilete cósmico, que los propios rivales de ese encuentro han reconocido su admiración por quien los trampeó.

Maradona es ese niño de barrio que a los 16 años debutó en Primera División y que, simultáneamente, fue generando un movimiento en dos direcciones antagónicas: por un lado, el ascenso que significaron sus triunfos deportivos, su éxito económico y su vida de lujos. Por otro lado, el declive de su vida personal a partir de su involucramiento con la cocaína y los ambientes que giran en torno a ella. Parafraseando a Eduardo Galeano, los avatares de la vida privada de Diego Armando Maradona se fueron tornando públicos, haciendo del astro “un Dios sucio”; “el más humano de los dioses”, con sus bajezas y sus virtudes, porta en sí mismo las miserias de la sociedad de la que emerge. “La exitoína es una droga muchísimo más devastadora que la cocaína, aunque no la delatan los análisis de sangre ni de orina”, sentenciaba Galeano.

El origen villero de Diego ha sido un lugar común en los distintos análisis sobre su vida, tanto para ensalzarlo como para defenestrarlo. Para comprender un poco mejor este punto podemos tomar a Mayra Arena, conocida principalmente por su charla TED titulada ¿Qué tienen en la cabeza los pobres? Allí, Mayra señala que fue en el sistema educativo donde tuvo el primer autoconocimiento de sí misma como pobre cuando, comparando sus útiles con los de sus compañeros, se hacía patente la diferencia entre la caridad y las verdaderas posibilidades de consumo. De esa manera, afirma Arena, “cuando podes comprar, querés que se note”. Ese sentimiento de “ser menos” por ser pobre en esta sociedad de consumo, en la que “tanto tienes, tanto vales”, genera esa llamada pobreza estructural, que desde los márgenes de la sociedad configura los hábitos y costumbres que entienden la necesidad de la ostentación como un acto reflejo de la carencia.

Los dichos del presidente Lacalle Pou sobre Maradona son desafortunados, fomentadores de un patrioterismo innecesario, además de impertinentes.

En ese sentido, cabe señalar que más allá de cualquier análisis sobre la psiquis particular de Diego Armando Maradona, el sistema de consumo sigue generando cada vez más pobres con los mismos anhelos y las mismas frustraciones que el astro argentino. Lejos de revertirse esa situación, hoy, en 2020, sigue en auge esa mirada que entiende al fútbol como la posibilidad de alcanzar el éxito económico, el respeto social, el sentirse alguien en la vida y que, en ello, intenta dejar atrás su condición de pobre. Esas villas miserias que parieron y configuraron a Maradona son cada vez más numerosas. Hoy, en Argentina, la cantidad de niños y niñas que nacen bajo la línea de pobreza alcanza la cifra de ocho millones. Si el escándalo y la indignación social se quedan en las actitudes de Maradona, se pierde la posibilidad de dimensionar la violencia que implica la publicidad y la cultura de consumo con esos pobres que el propio sistema margina.

Muerte al macho

La muerte del astro argentino generó múltiples reacciones en el mundo entero. Por un lado, el mundo del fútbol despidió a una leyenda. Por el otro, la molestia por parte de un montón de mujeres, furiosas por el culto a un hombre que desde su lugar de privilegios encarnó la figura del macho argentino o, si se prefiere, un fiel representante del machismo que se pretende erradicar. Hasta su muerte fue provocadora para estos grupos sociales, coincidiendo con el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.

Parafraseando a Nietzsche, con su célebre frase “Dios ha muerto”, en Maradona encontramos un excelente ejemplo de lo que el filósofo alemán pretende dilucidar. No se trata de que Dios murió y por tanto ya no existe. De lo que se trata es de que, muerto Dios, todo aquello que cobraba sentido a partir de su existencia (como pueden ser valores morales, cultos, esperanzas) deja de tener razón de ser, enfrentándonos a nuestro sinsentido. En ese sentido, la muerte de Maradona trae consigo la pérdida de un claro exponente del machismo patriarcal. Sin embargo, muerto el perro, no se acabó la rabia.

No se trata de santificar a Maradona por su muerte, exculpándolo de sus hechos. De lo que se trata es de que, en la construcción de nuevas identidades, no caigamos en la polarización que confronte, por un lado, a quienes sienten por la muerte de Maradona una pérdida irremplazable, quedando del otro lado aquellas que sienten un fuerte repudio hacia la trascendencia de su persona (ya que, si bien debe haber muchos hombres que compartan esta lectura, mayoritariamente esta crítica proviene de mujeres).

Cabe señalar que Diego Armando Maradona cumplió con muchos de los ítems que permiten identificarlo como un machista. Sin embargo, también puede ser visto como una de tantas subjetividades víctimas de la construcción del machismo patriarcal. La matriz social que nos permea y moldea a todos señala una figura de hombre identificado con el macho, donde no se disocia una categoría de la otra. Al identificar el concepto de hombre como mujeriego, con éxito económico, procreador (el típico macho semental que deja hijos por todos lados), violento cuando “debe serlo” (ante la incapacidad de enfrentar las contradicciones emocionales sin caer en una mera reacción), se impone un mandato social que Maradona cumplió a rajatabla. Sin justificar al ídolo de multitudes, de lo que se trata es de no caer en valoraciones extemporáneas que corren el riesgo de pecar de anacrónicas. Hoy en día, lo cierto es que contamos con otra sensibilidad y otras herramientas conceptuales para hablar de estos temas. Los logros del feminismo, así como la reivindicación de la lucha de estos colectivos, han visibilizado una agenda de derechos que va acompañada de la necesidad de repensar nuestra cultura, a la vez que pone sobre el tapete ese gran desafío del siglo XXI que implica comprender que lo personal es político.

A modo de cierre y desde la condición de uruguayo, creo que es justo señalar que no somos pocos los que nos desmarcamos de los dichos del presidente de la República, Luis Lacalle Pou, cuando al ser consultado a propósito de la muerte de Maradona respondió que “no lo emocionó”, añadiendo además: “Me quedo con [Enzo] Francescoli”. Estos dichos son desafortunados, fomentadores de un patrioterismo innecesario, además de impertinentes, ya que en ningún momento el presidente recibió la pregunta de qué futbolista prefería. Así, desde su lugar de mandatario, saber lo que significa Maradona en Argentina es parte de entender esa hermandad entre ambos pueblos, sin mencionar lo que significó para el mundo entero. Más allá de todas las controversias que Maradona suscita, lo cierto e indiscutible es que pasó a la historia como una figura insoslayable del fútbol mundial, así como uno de los máximos exponentes de la argentinidad, con las luces y sombras que ello implica.

Nicolás Mederos es profesor de Filosofía.