Lo peor de estos días ha sido el silencio. Da miedo tanto silencio. Porque ese silencio no está honrando todo lo que se está masticando.

Se respira bronca, pero bronca de esa que hace que la gente más calma y serena te hable con los dientes apretados.

Siguiendo con los sentidos, tanta ceguera encandila. Tanta estupidez encandila. Asusta.

Me avisan que van charlar sobre el tema de la ambulancia para la zona. No quiero ir.

Otra vez morir de pobre, morir por lejos, o vaya uno a saber. No puedo ir. Estos meses han sido una mierda y el nudo en el pecho es casi permanente. No aguanto. Pero voy.

El cantero central, en el kilómetro 110 de la Ruta Interbalnearia, punto de ingreso a Sauce de Portezuelo y La Capuera, había sido intervenido por los vecinos con globos blancos, para honrar, recordar, llorar, en fin, procesar una pérdida que parecía de todos.

Qué distancia enorme entre los rimbombantes mecanismos anunciados y el impacto real. Porque ojo, que esta gente recorrió cada uno de los caminos que hay que recorrer pidiendo ambulancia para la zona. No es que se les ocurrió hoy. Para ponerle carne al asunto: desde hace años, los vecinos organizadamente han recorrido instancias municipales, departamentales, nacionales; cartas, firmas, entrevistas, todo fue hecho respetando los pasos institucionales. Todo. Que nadie se saque la piola de la pata.

Alguien dijo por allí que Maldonado es el ejemplo nítido de las ciudades duales, cuya característica es la coexistencia de extremos estéticos y económicos que fragmentan la sociedad. Hay muchas fragmentaciones; la más visible de todas es la geográfica, la del espacio, la que amontona gente con base en su billetera. Y los “maldonautas” andamos así, limpiando piscinas que usamos de infraganti, lavando autos lujosos en los que andamos para moverles el motor a la espera de sus dueños, jugando al fútbol en canchas de barrios privados donde cortamos el pasto. Y parece que nos acostumbramos tanto a eso, que no nos damos cuenta, al punto de que ya no hay que esconder ni disfrazar la distancia.

En uno de los dos prestadores de salud privados importantes de Maldonado, la sala de espera de emergencia tiene dos espacios. Uno para la masa, y otro VIP para los contribuyentes de un seguro especial. Tiempo atrás esperaba a ser atendido en esa emergencia, llevaba unos 15 minutos y otros pacientes estaban antes que yo. Se abre el ascensor, un joven de unos 20 o 25 años es acompañado por una señora, se apersona a una funcionaria administrativa y rápidamente se activa el despliegue de atención. A ellos ni la cédula de identidad les piden, es suficiente con decir el nombre. A ellos les creen. Así fue que conocí la existencia de aquella sala VIP, que queda pegada, pero separada. Es un gran living, de esos de revista de decoración, con grandes sillones, dispensador de agua y alguien que te pregunta: ¿cómo estás?

No llamaron a nadie más de los que esperábamos en la sala general. El joven no disfrutó mucho de los sillones; al minuto fue invitado a ser atendido. Otros 20 minutos pasaron para que el joven saliera correctamente asistido, con una bolsita con los medicamentos indicados, no tuvo ni que ir a buscarlos. El mundo paró para dedicarle a él toda la atención. ¿Con recursos extraordinarios asignados a tal fin? No, con los recursos allí existentes. Él gozó del privilegio de ser atendido antes, rápido y de modo eficiente por el solo hecho de pagar más. Compró ese derecho.

A Brandon lo tenía que trasladar una ambulancia, no un patrullero. Tendría que haber recibido primeros auxilios en una puerta de emergencia. Brandon murió.

Claro que no pasó desapercibido el evento. Algunos con tono más vergonzoso, otros a voz en cuello, comentaron el asunto. Recuerdo decir a una señora, que al igual que yo, esperaba con su hijo: “Voy a averiguar: ¿cuánto sale ese sistema?”. Es decir, en nuestra sociedad dual aceptamos naturalmente que todo se pueda comprar, hasta el hecho de que a uno lo atiendan primero sin considerar la dolencia. Luego siguió la atención de la masa.

En 1933 John Keynes, el economista británico, comentaba respecto de las medidas para salir de la crisis de 1929 que el sacrificio, los ajustes, la abstinencia son entendibles cuando faltan cosas, cuando hay insuficiencia de cosas, pero son una obscenidad cuando las cosas sobran. Y es obsceno mendigar una ambulancia cuando las cosas sobran.

Negar los esfuerzos de muchísimas personas e instituciones para intentar racionalizar los recursos y mejorar la atención sería igualmente obsceno. Pero no reconocer que hay distancias enormes entre lo declarativo y lo que ocurre en algunos casos es necio.

Aquellos esfuerzos tendieron a racionalizar los recursos entre los distintos proveedores de emergencias. Desde lo declarativo, ante un llamado al 911 que describa una situación como emergencia, la respuesta no puede negarse por ser cotizante o no. Es decir, debe responderse con las capacidades ociosas y existentes. ¿Esto ocurre? Pues no. No es muy difícil documentar estas fallas. Es suficiente con caminar un poquito y escuchar a los vecinos y sus vivencias, de cadáveres trasladados en autos, niños muertos sin atención, vecinos pateando puertas para conseguir un auto que los lleve hasta Maldonado con un niño grave.

“Ni para contar gente sirven”, también se escucha. Y se escucha porque muchas de las respuestas que se han dado siempre han sido para una población menor a la real. La escuela para 400 niños en un lugar donde viven más de 2.000, y niños que tienen que hacer kilómetros para encontrar educación. La policlínica, nuevita y minúscula, con un personal que deja todo y recibe el amor y agradecimiento de la gente, pero que no da abasto. Policlínica para enfermarse en horario de oficina.

Brandon, de diez años, tuvo un accidente doméstico, se quemó y sus quemaduras eran gravísimas, fue asistido por policías que dieron la respuesta que pudieron dar, llenos de compromiso y vacíos de apoyo. A Brandon lo tenía que trasladar una ambulancia, no un patrullero. Tendría que haber recibido primeros auxilios en una puerta de emergencia. Brandon murió.

Al igual que el domingo pasado, los próximos domingos, sobre las 18.00, en el puente peatonal, en el kilómetro 110, donde estaban aquellos globos blancos, los vecinos de la zona se encontrarán para recordar el viejo pedido.

Con un mercado en deterioro y un Estado en retirada, con cada vez menos chances de comprar derechos, aquel silencio está gritando.