Tres seres queridos vencieron mi aprensión y me animaron a escribir esta columna: mi hijo Joaquín y mis amigos Patricia Luna y Sergio Blanco. Cada uno de ellos, por su cuenta y a su manera, me mostraron que Tabaré no sólo entró en la historia de nuestro país sino también en la historia de nuestra gente, que hay que honrar a quien merece honor y que estos apuntes, en cierto sentido, son otra tarea que él me encomendó y yo asumí. Me esforzaré en no fallar y en ser breve en una circunstancia difícil y en la que muchas palabras están de más.

Líderes políticos y presidentes de la República son parte de la historia de un país, pero tales condiciones por sí mismas no son suficientes para entrar en la historia de su gente. Se necesita algo más que también va más allá de la inteligencia, la voluntad o el carisma.

Tabaré lo tuvo, lo desplegó en distintos planos de actividad a lo largo de su vida, y al término de ella miles de uruguayas y uruguayos, por encima de edad, condición social, identidad ideológica o pertenencia política, lo despidieron con innumerables y emotivas muestras de respeto, reconocimiento y afecto. Eso no sucede siempre y en todo lugar, tampoco en todas las despedidas.

¿Cómo explicar esa entrada de Tabaré en la historia de la gente y el lugar que en ella ocupa?

Seguramente buena parte de la respuesta está en su profundo humanismo, que no se centró solamente en los valores para la construcción de sí mismo, sino que también abarcó la acción junto a los demás para mejorar la comunidad humana.

Desde ya, la única forma de honrar y sentir a Tabaré entre nosotros es seguir adelante en el camino que con él recorrimos. No será fácil, pero tampoco el suyo lo fue, y sin embargo lo anduvo.

El respeto y la confianza hacia los semejantes y la convicción de que siempre se puede hacer algo más con ellos y para el bien de todos es otra línea de larga duración en su pensamiento y acción. No es casualidad que “gracias” fue la palabra dominante al paso del cortejo fúnebre rumbo al Cementerio de La Teja y en los carteles que lo saludaban. Y por cierto, su pasión por la libertad, así como su compromiso con la ciudadanía en tanto sistema de derechos y responsabilidades, con los derechos en tanto mecanismos de convivencia humana y ética de la democracia, con esta como sistema político y estado de la sociedad, y con la igualdad ante la ley y ante la vida.

Ya llegará el momento de analizar objetivamente y evaluar con perspectiva histórica el contexto, los fundamentos, la acción, los resultados y el legado de Tabaré en el escenario político nacional y en la nación misma como construcción permanente, colectiva y democrática.

Pero desde ya, la única forma de honrarlo y sentirlo entre nosotros es seguir adelante en el camino que con él recorrimos. No será fácil, pero tampoco el suyo lo fue, y sin embargo lo anduvo.

Ariel Bergamino fue colaborador de confianza de Tabaré Vázquez.