“Velar se debe la vida que viva quede en la muerte” deja de ser una figura literaria o un mero lugar común cuando, estremecidos por la noticia de la muerte de Tabaré Vázquez, lo recordamos. La vida de Tabaré ha cumplido cabalmente con el aforismo que fuera emblema de nuestro Juan Zorrilla de San Martín.

¡Cuánto podría decirse en torno a la vida personal y política de Tabaré Vázquez; a su liderazgo, a sus realizaciones! Pero hoy sólo queremos recordarlo, como la propia palabra lo expresa, con el corazón.

Es mucho lo que vivimos los demócratas cristianos con Tabaré. No sólo en el quehacer común, sino compartiendo la idea fuerza que animó a su proyecto, al que adherimos con entusiasmo desde el Frente Amplio-Encuentro Progresista.

Un humanismo existencial –como él mismo nos lo dijera– fue el principio fundante y nutriente que impulsó su proyecto. Por supuesto que no es un humanismo de carácter nominalista o meramente juridicista, reducido a una doctrina puramente discursiva que quede en la proclama sin sustento real.

Tampoco es un humanismo individualista, sino una filosofía basada en la persona y en su dimensión comunitaria. Un humanismo de “cercanía” con el otro, que por sus principios fundantes se exprese en realizaciones concretas, que trabaje por cambiar las estructuras sociales de marginación, que procure el bien de todos, el bien común, que se traduzca en políticas inclusivas a favor de los más pobres y marginados. Políticas que, como el propio presidente Tabaré Vázquez lo recordara y prometiera en su discurso ante la Asamblea General al asumir su segundo mandato, y tal como lo expresara nuestro Prócer, logren “que los más infelices sean los más privilegiados”.

Los demócratas cristianos, junto a todos los compañeros frenteamplistas, nos juramentamos a velar y continuar dándole vida al proyecto que Tabaré Vázquez nos ha dejado como legado.

La cercanía de los demócratas cristianos con Tabaré no era originada en cálculos estratégicos coyunturales. Se daba una profunda sintonía a nivel vivencial.

El lunes 5 de octubre tuve el privilegio de poder hablar largamente en su casa. Fui recibido con la afabilidad y llaneza que en él eran características de su personalidad. Lúcido y sereno, Tabaré me habló del pasado y del presente. “Tenemos que trabajar por el futuro”, me dijo, “sobre todo los jóvenes, pero para eso hay que hacer memoria del pasado, pero no para repetirlo mecánicamente, sino para visualizarlo como piedra angular del edificio futuro a construir”.

Hoy, fuera de toda hipérbole, el pueblo uruguayo le rindió en su tránsito a Tabaré Vázquez un homenaje apoteótico.

Como sabemos, la palabra “homenaje” en su acepción primera quería significar juramento, compromiso. Los demócratas cristianos, junto a todos los compañeros frenteamplistas, nos juramentamos a velar y continuar dándole vida al proyecto que Tabaré Vázquez nos ha dejado como legado.

De este modo se lo prometemos también a quien fuera su extraordinaria compañera María Auxiliadora, a su apreciada familia y particularmente a su hijo Álvaro.

Mario Cayota fue embajador uruguayo ante el Vaticano.