Durante 2019 se desarrolló el seminario virtual latinoamericano “Violencias de Estado y políticas de reparación integral”, conformado por profesionales de diversos países de América Latina en áreas de ciencias humanas (sociología, derecho), atención psicológica y acompañamiento a víctimas de violaciones de derechos humanos. Surgió a partir de una iniciativa de la asociación civil Territorios Clínicos de la Memoria y la Facultad de Periodismo y Comunicación social de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina).

La última clase, dictada por una colega chilena, acerca de la experiencia en atención a víctimas de violaciones de derechos humanos desarrollada en ese país, coincidió con el estallido social desencadenado en Chile en octubre de 2019.

Las noticias que comenzaron a llegar eran todas muy preocupantes. Por esos días la situación en diversos países de la región se desenvolvía en una escalada de violencia por parte de las fuerzas armadas y de seguridad contra el pueblo, tanto en Chile como en Bolivia, país este último donde acababa de darse un golpe de Estado contra el gobierno legítimo de Evo Morales y Álvaro García Linera.

En este marco, los docentes del seminario –que estábamos abocados a la tarea de transmisión de experiencias en políticas públicas sobre el tratamiento a víctimas de violaciones de derechos humanos en nuestros respectivos países– decidimos sobre la marcha abrir un espacio de consultas y supervisiones clínicas que pudieran servir de apoyo ya no sólo a quienes estaban cursando el seminario virtual, sino también a todos aquellos equipos chilenos conformados por psicoanalistas, psicólogos y terapeutas que comenzaron a asistir a las víctimas de la violenta represión estatal, y que inmediatamente recubrió un carácter masivo e inesperado.

Produjimos un documento que circuló directamente entre los equipos constituidos en cabildos abiertos en distintas ciudades de Chile, a instancias de nuestra colega chilena.

Tanto el material clínico como los debates que se sucedieron en el foro nos parecen importantes en tanto relato de un momento histórico y como expresión del modo en que los síntomas singulares producidos hablan también de un síntoma social. De un retorno de lo reprimido, como se leyó y escuchó en muchos ámbitos de análisis por esos días en Chile.

Entre los profesionales chilenos que participaron en este foro estuvieron desde los más experimentados que ya forman parte de los equipos que atienden, desde el programa del Ministerio de Salud, hasta víctimas de violaciones de los derechos humanos y profesionales de equipos de organizaciones no gubernamentales, y jóvenes colegas que por primera vez asumieron un trabajo clínico de esta magnitud en pleno escenario represivo y en las calles. Entre los síntomas más generalizados que enunciaron los colegas del foro, surgieron:

  • Reactivación de síntomas asociados a las huellas traumáticas como trastornos del sueño, labilidad afectiva, pensamientos catastróficos repetitivos acerca de la posibilidad de un nuevo golpe de Estado, reviviscencias persecutorias, angustia significativa, miedo específico a las fuerzas policiales.
  • Conductas de riesgo importantes en los hijos/as y nietos/as de personas afectadas por la dictadura pinochetista. Rabia e impulso a formar parte de lo que se denominó “primera línea” en la defensa contra los ataques de los carabineros. Mucha conflictividad intrafamiliar sobre este punto, debido al gran temor por lo que les pudiera suceder a los más jóvenes.
  • Preocupación por la violencia de los carabineros contra los propios equipos de apoyo a víctimas en las protestas, tanto en los grupos de primeros auxilios (voluntarios que asisten heridos de bombas lacrimógenas, balines, carros lanzaaguas, etcétera), así como contra los equipos de apoyo jurídico (voluntarios que apoyan a quienes hacen las denuncias) y a periodistas que acompañan los acontecimientos.

Legados y continuidades

Algunas familias chilenas experimentaron mucha angustia por la reactualización traumática que estos hechos nuevos imponen en referencia a los sucesos que ellos mismos han vivido durante los años 70, y que ahora retornan en sus hijos/as y nietos/as de modos muy complejos, incluso “sacrificiales”, podríamos decir; es algo para atender muy especialmente.

El terror ya vivido parece sostenerse intacto, actual, como si el tiempo se hubiera coagulado entre el terror estatal pinochetista y estos nuevos actos represivos del Estado.

Es decir, en el foro se escucharon cuestiones clínicas referidas al retorno de lo traumático bajo modos diversos, a veces paralizantes, a veces compulsivos, a veces muy depresivos, todos vinculados al terror ya vivido, que parece sostenerse intacto, actual, como si el tiempo se hubiera coagulado entre el terror estatal pinochetista y estos nuevos actos represivos del Estado, que aun bajo un gobierno elegido por elecciones, emplea los mismos mecanismos del terror que el período dictatorial.

¿Cómo se encarna esto en la o las siguientes generaciones? ¿Qué forma toma? Entre las frases que se instituyeron en medio del estallido, la más explícita en torno a los legados y la transmisión ha sido “Somos los hijos y nietos de los que no pudieron matar”, que alude no ya a la muerte real del cuerpo –al menos, no tan sólo eso–, sino a la imposibilidad de la muerte en la transmisión del deseo emancipador y a la continuidad de esa lucha, a pesar de todos los esfuerzos de los gobiernos por instituir una política del olvido.

Esta fórmula transgeneracional se complementa con otra frase que también cobró centralidad en estas semanas: “No somos hijos de la democracia, sino nietos de la dictadura”, que ha sido plasmada en el tiempo posterior a las impresionantes movilizaciones estudiantiles de 2011 contra la privatización de la educación –otra herencia pinochetista– y retomada ante estos sucesos actuales.

Ambas están referidas a la herencia que hasta el momento parecía no haber sido asumida como tal. Esto es lo novedoso de la articulación que provocaron los nuevos hechos de movilización masiva de la sociedad. La participación de los jóvenes parece estar referida a la posibilidad de constituirse en un sujeto político que “despierta” para asumir las consecuencias de los legados de aquella generación.

¿Qué de este despertar es lo que puede leerse más allá de la consigna política “Chile despertó”? ¿Qué causas lo llevaron a dormirse luego de los episodios de los 70? ¿Qué hechizo o maldición cayó sobre él y le dificultó asumir ese legado hasta ahora? ¿Tendrá algo que ver con esta metáfora del sujeto dormido el hecho de que Chile atravesó por un proceso de justicia con poco impacto simbólico y muy poca participación social, que hubiera permitido involucrar a esas nuevas generaciones con sus legados adormecidos en el proceso de memoria, verdad y justicia como nudo central? Si ese proceso de justicia, acompañado por los reclamos de memoria, verdad y reparación, hubiera constituido un nuevo sujeto político, ¿podría haber generado condiciones políticas para que el retorno de los significantes de los años 70 y los que se sucedieron durante la transición y los sucesivos gobiernos neoliberales estuvieran mediados por otras formas más anudadas de resistencia, que no implicaran necesariamente esa resonancia sacrificial que los padres y madres hoy refieren y les causa tanto temor? O, dicho de otro modo, un fuerte movimiento de justicia durante la transición, con un impacto simbólico en torno a la asunción de las consecuencias de la dictadura, ¿podría haber incorporado a los jóvenes a la política de otro modo durante los años posteriores, sin que necesariamente se hubiera tenido que jugar en el terreno en el que se juega hoy en las calles de Chile?

Frenos a la represión

En la experiencia argentina, según expresó la docente de ese país, las organizaciones Madres y Abuelas de Plaza de Mayo e HIJOS de desaparecidos sostuvieron la tríada memoria, verdad y justicia sobre la fuerte consigna política “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”, que dejó por fuera otros conceptos, como el de paz y el de reconciliación, que en la transición y en la tradición chilenas han tenido una presencia importante en el nudo del discurso político y social. Nos podemos preguntar si cierto retorno –ahora fuertemente cuestionado– de ese ideal de paz y reconciliación se reactualizó en alguna medida en las movilizaciones de octubre y provocó una disputa dentro mismo de esos movimientos entre quienes intentaron igualar las “violencias de ambos lados” con la “responsabilidad del Estado” frente a violaciones de los derechos humanos, y la posterior pasividad del Estado frente a las imposiciones neoliberales fuertemente derivadas de la herencia pinochetista. En tal sentido, ¿qué articulador podemos pensar allí ahora, ya que desde lo político –y luego de varios meses– no ha surgido, al menos fuertemente, un espacio nuevo que permita hacer de valla entre los cuerpos expuestos de los jóvenes y las flagrantes violaciones de los derechos humanos?

¿Podrían los cabildos y las asambleas plenarias que se instituyeron en todo el país –para la formulación de propuestas de una nueva Constitución– contener o funcionar como un freno a esta brutal represión? ¿La presencia de algunos organismos internacionales, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que elaboró informes en los que confirma la existencia de violaciones de los derechos humanos, podría provocar efectos de reparos ante esta violencia incesante por parte del Estado chileno?

El uso de los lugares que se tornan emblemáticos de lo actual, como los encuentros realizados por el Departamento de Derechos Humanos del Colegio de Psicólogos en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano –lugar de estudio de Gustavo Gatica, el estudiante de Psicología que perdió su visión completamente, producto de los balines de carabineros que lo atacaron despiadadamente– es una vuelta interesante para comenzar a tomar las marcas que se habían desvanecido o adormecido y vincular lo que tiene de actual la represión pinochetista con la de hoy.

Un salto en la subjetividad

Un integrante del foro referenció que el malestar generalizado contra el modelo neoliberal en Chile y este reflejo claro del hartazgo de décadas de precariedad, de inequidad y de abusos a rajatabla que afectaron sensiblemente la situación material de millones de personas, puede leerse como un salto en la subjetividad social. A tal punto es así, que se instituyó una consigna muy creativa que encierra una verdad insoslayable: “No era depresión, era capitalismo”. Algo así como “nos hicieron pensar que este problema era mío y resulta que era de todos”. El individualismo cayó en desgracia desde octubre, y los “cabildos” –lugar privilegiado del lazo social– vinieron a ese lugar convirtiéndose en una constante de la nueva subjetividad emergente, que incluye a las redes de apoyo que involucran a profesionales, estudiantes y vecinos/as que colaboran de diversas formas e incluso en situaciones de riesgo personal. Esa “nueva constante” tradujo la pena y el dolor en un significante inesperado por los poderes fácticos y gubernamentales: la plaza de las luchas cambió su nombre. “Plaza de la Dignidad” fue el bautismo social que nombra ahora lo que había quedado elidido en la sociedad.

Una docente brasileña refiere que el método neoliberal de responsabilizar al sujeto, hasta llegar al punto de hacerlo sentir fracasado y responsable por su fracaso, es inhumano y se pretende de este modo patologizar la exclusión, confundiéndola con la depresión. Sin embargo, lo que estalló fue un estado generalizado de impotencia frente a un Estado que destruyó las políticas públicas, y combate ahora contra sus ciudadanos como si se tratara de una guerra o una invasión alienígena –para usar términos que desfilaron por el discurso estatal desde que estalló el conflicto–. Recuperar esos “espacios de habla”, como refiere una colega uruguaya, es una forma colectiva de resistencia. Poner palabras a las emociones que circulan, y en un segundo movimiento, poder pensar con otros, remarca.

La docente argentina planteó que esto es muy interesante, porque parecería un rechazo también a las respuestas de la técnica, de las neurociencias y de la medicalización masiva de la vida. Esa diferenciación entre lo que significa estar deprimido y estar afectado por las condiciones que imponen el neoliberalismo y la violencia estatal permite asumir la responsabilidad social y subjetiva necesaria en el marco de esos procesos para buscar una posible alternativa, y esto también se vincula con lo afirmado por la docente chilena.

Sin embargo, cabe una pregunta: si podemos adjudicar este problema sólo a las marcas del terror de Estado que dejó el pinochetismo en toda la sociedad. ¿O hay algo más? ¿Hubo una responsabilidad social en no ver esto antes?

Sabemos que en la situación chilena hubo diversos desencadenantes de la movilización de masas y que esta no es la primera, pero tal vez sí la más masiva, extensa y potente. Las secuelas del terror, las décadas de neoliberalismo y las fuertes desigualdades de las clases sociales que históricamente dividen a la población en unos pocos privilegiados y una gran mayoría con enormes carencias quizás no son explicables sólo en términos económicos. Todas las cuestiones que incidieron en esta inesperada irrupción popular y que tan bien se plasma en la consigna “No era depresión, era capitalismo”, ¿introducen a un nuevo sujeto?

Es una oportunidad histórica de introducir algo del campo del sujeto, que ayude a pensar estas coordenadas políticas. O sea, cuestiones que no sólo se pueden entender desde los procesos políticos, sino desde las incidencias de las marcas inconscientes en lo político. Lo que retorna –eso que se definió como el despertar–: ¿podría tratarse de una subjetividad política que aloja a un nuevo sujeto responsable de sus actos?

Los docentes Vera Vital, Javier Lifschitz y Bárbara Conte (Brasil), Sonia Mosquera y María Celia Robaina (Uruguay), Angélica Pizarro (Chile) y Fabiana Rousseaux (Argentina) son miembros del equipo docente del seminario latinoamericano “Violencias de Estado y políticas de reparación integral”.