La coalición de derechas que asumirá el gobierno en Uruguay es renuente a reconocerse como de derecha. Todos los políticos que integran esta equilibradamente débil coalición no parecen estar orgullosos de esa identidad. Sus ideas, viejos y nuevos proyectos de Estado y sociedad, propuestas, inflexiones ultraideologizadas (incluidas las críticas de ideologización... pero contra la izquierda), sus trayectorias, lo que ya han hecho y volverán a hacer. Todo es de derecha. En el mundo hay derechistas que se precian de serlo. Acá no. Recurso metafórico: la maquillaron. La llaman “multicolor”.

Insólito: la ultraderecha también es renuente a reconocerse como tal, a pesar de que a cada rato tienen que desmentir hechos o dichos contundentes. Por su historia, su prédica y su simbología son un gran atractor de jóvenes que lucen remeras nazis, senadores que insultan a las mujeres que eligen el aborto, otros que convocan a formar escuadrones de la muerte, y muchos que parece que no les alcanzó el número de desaparecidos que fueron secuestrados por miembros y divisiones de las Fuerzas Armadas (FFAA). “Son hechos del pasado”, dice Guido Manini Ríos. Y siguen enterrados clandestinamente en los cuarteles de la patria. El coronel Rivera Elgue fue muy lejos. Sería un gran gesto político poner freno a esta prepotencia negacionista. Que el presidente electo, Luis Lacalle Pou, que dice mandar, revea la decisión de designarlo como subsecretario de Defensa Nacional. Nada menos que en el mando político de los hombres que monopolizan la fuerza armada de la nación.

La ultraderecha, que ha resurgido en la región y en el mundo, parece hábil en generar agenda por medio de lo escandaloso, de lo provocativo de sus proclamas. Usan el terrorismo verbal y la inhibición total para el tratamiento de temas que la humanidad ha saldado: torturas, secuestros, desapariciones, derechos humanos. Cada uno de los exabruptos coloca a los hombres y mujeres de buena fe en un dilema: si se los critica por las barbaridades que dicen, se aumenta su fama. Si se calla, se otorga. Son rápidos para negar que lo dicho fue dicho así. Hay una responsabilidad de toda la coalición de derechas. No pueden desprenderse de su eslabón extremo. Como bien señala Gerardo Caetano, en oposición a la derecha europea, que se reconoce como tal, aquí han optado por formar gobierno con la ultraderecha.

Lacalle y su coalición de derecha son prisioneros por decisión propia. Ya sabemos lo que es ser prisionero de estos centuriones. Son implacables. Y se los van a tragar. Sin embargo, hay alternativas.

Comparten un punto de vista de derecha, no son capaces de desmarcarse, y el cálculo prima sobre los principios. Todo el capítulo de seguridad pública del anteproyecto de ley de urgente consideración está plagado de medidas de endurecimiento de penas, de supuesta reafirmación de la autoridad. Mano dura, a pesar de que hay una larga lista de expertos que desde lo técnico ya están advirtiendo los efectos colaterales destructivos de este capítulo.1

Lacalle y su coalición de derecha son prisioneros por decisión propia. Ya sabemos lo que es ser prisionero de estos centuriones. Son implacables. Y se los van a tragar. Sin embargo, hay alternativas para que esto no avance.

Posverdad

Según el diario The Washington Post, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dice un promedio de 14 mentiras diarias. “Posverdad” fue elegido “término del año” por el Diccionario Oxford en 2016. En una columna de opinión publicada en Clarín el 22 de noviembre de 2016, Gregorio Caro Figueroa señalaba: “Los académicos se decidieron por este término para definir una era en la que ‘el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad’. Por posverdad entienden lo ‘relativo a circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal’. Tendremos que preguntarnos si la posverdad es sólo un mero eufemismo para definir una verdad aparente o que, quitado ese maquillaje, se encuentra una voluntad autoritaria y demagógica decidida a disfrazar a esa vieja harpía llamada Mentira”.

Este es uno de los núcleos centrales para la acción política de la izquierda y de todo el arco democrático. Nos interpela para enfrentar con verdad, con memoria, con hechos, con apelación a la lógica democrática y con acciones culturales.

Cuesta arriba: recuperar la acción política

En la izquierda tenemos que dejarnos de bobadas. No son las derrotas las que nos desaniman y desarman. Es la actitud. Actitud significa generar espacios de debate, evaluación política y acción permanente de cercanía y compromiso territorial con la gente. Los dirigentes tienen que dejar de hablar tanto de ellos mismos y terminar de una buena vez con el narcisismo de las pequeñas diferencias.

Los y las frenteamplistas de a pie, aquellos que hicieron la remontada de noviembre, los que generamos colectivos autoconvocados, más allá y más acá de la lucha por las intendencias y municipios, tenemos que aferrarnos a lo territorial. Con propuestas y acciones a nivel de los municipios que nos permitan retomar la iniciativa. Municipios saludables, municipios con derecho a la convivencia y seguridad, municipios libres de racismo, xenofobia y discriminación, municipios de redes educativas. Generar alianzas con las fuerzas, con los grupos sociales, con vecinos y vecinas dispuestos a afirmar las identidades y proyectos frenteamplistas desde el pie.

Obviamente, hay un desafío a nivel de la fuerza política, de construir una gran alianza opositora que enfrente lo peor de este proyecto. Pero podemos hacerlo ya, con acciones en el territorio. Las campañas electorales no son sólo la promoción de hombres y mujeres capaces, sino una herramienta para ir creando redes políticas de acción permanente. Lo decimos, pero no lo hacemos.

Estación Reducto

Apolo, mi padre, hombre pródigo en historias y anécdotas, siendo yo un púber me contaba con sabiduría diacrónica el impacto que fue, allá por 1940, el avance de las tropas hitlerianas en toda Europa y, luego, en África. Llegaban esas noticias y para la opinión de la calle sólo había una verdad: eran imparables. La peste parda arrasaba. En una mesa de boliche, frente a la estación Reducto de Amdet, un guarda de tranvía, cultura obrera acumulada, se atrevió a predecir algo y todos lo miraron con desconfianza: “cuanto más alto suban, más estrepitosa será su caída”. Mi viejo lo atesoró como un enseñanza magistral. Así me lo transmitió.

En el tiempo en que me lo comentó y ahora mismo, sabemos que el nazifascismo fue contundentemente derrotado. Pero en 1940 las tropas tomaban Polonia, entraban en París anunciando que el recreo bolchevique-liberal, judeocomunista, había acabado. Joseph Goebbels fue uno de los precursores ideológicos de lo que hoy llamamos “posverdad”. Una mentira repetida mil veces, divulgada rápidamente e instalada en lugar de los hechos, es una forma de construir “verdad”. Pero así terminaron ellos. Con Benito Mussolini cabeza abajo y los partisanos italianos inmortalizando el “Bella ciao”.

La ultraderecha amenazante ya tuvo su momento de gloria en la dictadura. Fueron militares y civiles que en varios cónclaves diseñaron e instrumentaron el primer programa neoliberal. Aquel que terminó con la tablita y su quiebre, fundiendo a un pueblo. En nombre de combatir la corrupción y de colocarse como custodios de la seguridad nacional, hicieron todo tipo de tropelías. Las que hoy niegan. Insisto: tuvieron como un vocero entusiasta al semanario Azul y Blanco, cuyos integrantes, entre ellos el doctor Martín Gutiérrez, fueron indagados como perpetradores del atentado a la señora Celia Fontana de Heber. Están ensoberbecidos. Pero tendrán el ciclo que auguraba aquel guarda de tranvías de la estación Reducto, y ya los veremos entonar las últimas estrofas de “Cuesta abajo”: “Sueño / con el pasado que añoro, / el tiempo viejo que lloro / y que nunca volverá”.

Milton Romani fue embajador ante la Organización de Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.