El coronavirus llega a Uruguay luego de haber atravesado varias ciudades y continentes. Su pasaje por ellas y lo que sus poblaciones están atravesando nos hacen confirmar la baja flexibilidad que representan los sistemas urbanos y la rigidez de las medidas de los gobiernos para afrontar lo que parece ser uno de los males estables que nos acompañarán en el siglo XXI. Sin embargo, redes de la sociedad civil en Colombia, Ecuador, México y España están proponiendo que uno de los recursos centrales en estos momentos sean las iniciativas ciudadanas de cuidados y de acompañamiento que permitan afrontar cada nueva fase de medidas gubernamentales y médicas de aislamiento con respuestas rápidas pensadas para no quedar solos, humanizar las acciones y organizarnos sobre lo que todos podemos hacer.
Estos primeros días de aislamiento forzado seguramente nos lleven a lo que otros países ya han vivido; nos preguntaremos cómo un virus de esta índole nos pone de rodillas.
El historiador urbano Manuel de Landa nos advierte que si leemos la historia de las epidemias a la luz de los conocimientos científicos actuales de la ecología podemos entender claramente que el proceso de manipulación y control de la naturaleza que nos ha hecho creer tan fuertes hoy lleva varios siglos debilitándonos. El ejemplo que nos trae es el de la peste negra, que aparece como consecuencia del ambicioso surgimiento de Europa como territorio en el siglo XI y que, sin embargo, destruyó el mismo sistema feudal que la concibió. Es decir que la acción del hombre modificando la naturaleza, con la intensificación de la agricultura y el aumento de algunas especies animales escogidas para la cría en recintos cerrados, sumado a la concentración de población en mercados y el crecimiento gradual de aglomerados urbanos, alteraron los ciclos naturales de defensa y equilibrios sociales que llevaron a uno de los episodios de mortandad más grandes de la humanidad.
Hoy no es casual que la alerta venga desde China, país que nos desafía en los números de hasta cuánto pueden crecer las ciudades, entre 30 y 40 millones, casi toda la población de España en una sola ciudad. Se hacen continuamente apologías de los adelantos científicos y tecnológicos a los que las poblaciones accederán en lo urbano, entre ellos avanzados sistemas de salud. Sin embargo, si volvemos al coronavirus, en Buenos Aires el secretario de la Asociación Sindical de Profesionales de la Salud, Pablo Maciel, manifestó que estos vanguardistas sistemas médicos no son para todos.1 La emergencia real que él señala es el desfinanciamiento de la salud pública: sólo 5,5% del presupuesto de la provincia se destinó a este rubro en 2019, la cifra más baja en la historia, mientras se enfrentan fenómenos de crecimiento del dengue y el sarampión y la desmesurada concentración de población en las ciudades.
En Uruguay
Dirán que aquí es aún prematuro, puede prevalecer ese sentido entre individualista y anárquico que tenemos de ser pocos, de usar los espacios como queremos, de delegar, de esperar que el gobierno piense todo y de pensar que no necesitamos organizarnos colectivamente, que ya esto pasará.
Sin embargo, lo que nos enseñan otras ciudades es que las medidas del gobierno no han podido evitar en el sector privado la caída de comercios familiares, empleos, abastecimiento de bienes y servicios. Alguna tímida plataforma estatal de formación se está activando luego de tres semanas, porque no saben cuándo reabrirán las escuelas. Las últimas medidas en Roma han sido el cierre de parques públicos por el uso de padres con niños que necesitan moverse. Cierro los parques, ¿y entonces? ¿Dónde corren los niños que no pueden seguir encerrados luego de un mes sin clases? Nos cuentan de un extraño acatamiento silencioso al aumento del control policial en las calles, una respuesta insólita de un pueblo cansado y asustado que en otras circunstancias se hubiera rebelado ante una medida drástica que no propone alternativas.
Para actuar en estas circunstancias tenemos que aprender de lo que pasó en otros lugares, pero fundamentalmente de las redes e iniciativas ciudadanas que ya tenemos, es decir, mirarnos a nosotros mismos y entender con qué capital social contamos para ser resilientes. Podemos esperar inactivos encerrados en nuestras casas para ver si no es tan malo. De esta forma mantendríamos una relación unilateral con el sistema de salud, demandando lo que necesitemos. La misma actitud adoptaríamos con los comercios: quien me ofrezca llevarme a mi casa la comida u otros bienes a mejor precio sobrevivirá. De más está decir que a un nivel elevado de demanda sólo las grandes cadenas tendrán la capacidad de abastecerse en tiempo real y con envíos. Con el entretenimiento pasará algo similar: encerrado en casa puedo sólo consumir pasivamente películas y otros materiales a disposición en la web; cines y teatros, conciertos, bares y restaurantes anularán sus actividades. Para moverme utilizaré autos privados, no más transporte público, o probaré no desplazarme de mi casa. Estas medidas genéricas dejan automáticamente afuera población mayormente vulnerable que está en situación de calle, o que no tiene acceso a la mayoría de las cosas descritas anteriormente, que se logran a partir de cierta solvencia económica para servicios contratados con tarjetas de crédito, transporte privado, entre otros.
Por cada medida de prohibición/prevención que se tome tiene que haber otra que cuide a las personas, las actividades comerciales, sociales y culturales, así como el uso del espacio público y de la ciudad misma.
De esta forma no estaríamos realmente cuidándonos entre nosotros para salir fortalecidos o no tan dañados de este evento extraordinario. No estaríamos cuidando a los pequeños comerciantes dependientes de nuestra compra cotidiana para su supervivencia. No estaríamos cuidando a nuestros niños, jóvenes y todas las personas que tendrían sólo un rol pasivo en sus casas, frente a una computadora o televisión, y podrían luego de un tiempo empezar a sufrir síntomas de encierro e irritación. No cuidaríamos a los ancianos, si no nos preocupamos en cada edificio y cuadra de barrio de saber si tienen todo, de cómo están cada día, de hacerles ver que no son vidas que pueden sacrificarse en estas circunstancias. No cuidaríamos la ciudad si no empezamos a planificar y discutir cómo y cuándo usarla para no renunciar a salir, pero teniendo que disminuir los contactos físicos, aunque necesitemos desplazarnos, hacer ejercicio físico, acceder a centros de salud alejados de nuestros hogares.
Las medidas del gobierno son genéricas y prohibitivas, claramente fundadas en protocolos internacionales con buenas intenciones en los que hay que seguir la coordinación de quienes están monitoreando y coordinando los servicios de salud y seguridad del Estado.
Necesitamos humanizar las medidas, comprender que parte de mantener la calma es comprender las situaciones particulares con las que nos encontraremos. Que no pensemos que es banal y secundario si proponemos y creamos desde la sociedad civil una modalidad de usar los parques a turnos, o de armar una cadena que con las debidas protecciones lleve alimentos a ancianos o personas sin techo, o proponga los conciertos que se darían en teatros, desde las ventanas de las casas, contribuyendo económicamente con el artista. Tenemos que ser conscientes de que el rigor para acatar las normas será tan importante como atender las propuestas de la sociedad civil para mantener la normalidad y alejar el pánico.
Es decir, por cada medida de prohibición/prevención que se tome, tiene que haber otra que cuide a las personas, las actividades comerciales, sociales y culturales que se puedan ver afectadas, así como el uso del espacio público y de la ciudad misma. Medidas que nos hagan protagonistas para poder modificar nuestros comportamientos, que nos permitan no aislarnos, colaborar y no competir, para poder anticipar soluciones evitando las secuelas físicas y psicológicas que ya están emergiendo en otros países.
España tiene una gran trayectoria en organización en iniciativas ciudadanas. Hoy varios grupos están trabajando a nivel iberoamericano para lanzar la plataforma Frenemos la curva (del coronavirus). Probemos nosotros también organizarnos y participar.
Adriana Goñi es antropóloga cultural y doctora en Urbanismo, profesora de la Universidad de la República.
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El Cronista, 5 de marzo de 2020. ↩