La docencia siempre atraviesa todas las peripecias de la sociedad. Somos comunes. Vivimos sin grandes lujos. Como la mayoría de la población. Tenemos las mismas necesidades. Y preocupaciones. Y sueños.
Estos días de cuarentena dejan al descubierto acciones individuales, colectivas y debates necesarios. “A los que le escapan al laburo no los vas a cambiar en este momento. Priorizá a quienes ayuden a resolver la situación”, me dice una amiga frente a dilemas de la tarea cotidiana. Fueron palabras precisas, horas antes de la cuarentena. Algunos especulaban con ausencias; se nos venía todo encima y necesitábamos abordar cuestiones esenciales, mínimas, frágiles, pero imprescindibles para un tiempo que no sabemos cuándo ni cómo finalizará.
Hay una actitud básica y esencial. La compañera o el compañero que escribe para saber qué se necesita o qué puede hacer para colaborar, o que directamente comienza a resolver en la inédita situación que nos toca vivir. Ese primer acto es fundamental. Un modo de sentirse parte de un colectivo. Una forma de pararse frente a la vida. Y de defender la educación pública.
Luego surgen las distintas necesidades según las vidas de cada una y cada uno. No viene mal recordar lo obvio: vivimos una situación de excepcionalidad. Nadie experimentó algo similar. Continuar con clases en modo virtual como si nada no es una posibilidad. Nadie se hace docente virtual en una semana. Y además no es el deseo. Ni el proyecto pedagógico que defendemos. Tampoco las y los estudiantes se convierten en “virtuales” en pocos días. La cantidad de mediaciones existentes se han dicho claramente. Familias hacinadas. Docentes con hijes. El cambio de horarios. Las largas salidas a conseguir alimentos o asistir familiares. La imposibilidad de dedicar muchas horas por día a las “clases”. Todas y todos sabemos bien que la lista podría ser mucho más larga.
Y sin embargo, hay hechos que nos vuelven a interrogar sobre la vitalidad del sistema educativo argentino. Y sobre el compromiso de muchas y muchos docentes. Hay un esfuerzo colectivo. Se trata de poner en marcha y sostener una dinámica educativa. Continuar con alguna forma de relación posible. Sabiendo que nada será igual. Y que no se podrán dar todos los contenidos. Y que debemos replantear materias en estas nuevas condiciones.
Creemos en la clase presencial. Allí se construye una forma de relacionamiento humano, subjetividad y un proceso educativo que envuelve un horizonte de sociedad. Pero hoy no es posible. Que no quiere decir nunca más. Por eso estamos atentos a los pescadores que quieren aprovechar el río revuelto. Desde hace tiempo las grandes corporaciones internacionales quieren imponer una educación virtual con sus plataformas. El macrismo es su nave insignia por estos lados. Y va a utilizar esta coyuntura. Sin dudas. Es un infinito negocio disfrazado de nueva modernidad. En días de variadas recomendaciones, aprovecho a recordar las excelentes investigaciones de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) sobre la mercantilización de la educación pública. Ayuda mucho.
Estos tiempos reconocen la importancia de los encuentros. Y las construcciones colectivas. Hay algo de reivindicación. Una situación excepcional puede reconvertirse en un gran aprendizaje. Desde la virtualidad del hoy reivindicamos el encuentro de mañana. Y ahí reafirmamos, a diferencia de la esencia neoliberal, la presencia de los cuerpos diversos habitando edificios y en el espacio público lleno de multiplicidades.
La docencia –además– vuelve a cumplir otra tarea imprescindible. Diariamente miles de compañeras y compañeros están ayudando a repartir comida y acompañando a las familias. También trabajando con estudiantes con discapacidades. Y atendiendo miles de demandas como se pueda. Ser trabajador/a de la educación no es un compromiso declamado. Se ejerce. Y en el mismo acto que recordamos nuestros derechos laborales, asumimos una tarea que implica una responsabilidad social. Y así como estas horas muestran caras de solidaridad, también dejan a la luz el descompromiso de quienes llevan responsabilidades institucionales en los estados. Mientras que hay funcionarios y gobiernos solidarios y preocupados, otros vuelven a mostrar arbitrariedades y miserias. Hay un deseo: que en el futuro se utilice con esos funcionarios canallas la misma vara exhaustiva que a veces cae sobre la docencia.
Seguir educando no es hacer como que nada pasa. Es construir herramientas en momentos excepcionales. Y hacer de eso una experiencia pedagógica de enseñanza y aprendizaje mutuo.
Transitamos días de procesos educativos raros. Difíciles. Complejos. Es el momento de solidificar la tarea con esas áreas mal denominadas “especiales” o complementarias. La música. El arte. La comunicación. El juego. Tantas herramientas pedagógicas que tenemos a nuestro alcance. Y tanta experiencia acumulada. Allí también hay una opción pedagógica concreta.
Todo el esfuerzo de estas horas puede construir algo de la educación pública por venir. Son otras instancias. Podemos convertirlas en experiencias educativas. Y no como nuevas formas de distancia. Por eso quiero dejar una disidencia: el desacuerdo con quienes livianamente dicen que no es problema perder un cuatrimestre. O un año. Me parece una irresponsabilidad. A diez días del comienzo de la cuarentena se parece más al boicot que a una solución. Y por supuesto que antes está la vida. Frente a eso, todos y todas podemos perder un ciclo lectivo. Pero esa discusión es falsa en estas horas.
¿Podremos enseñar en todos los niveles la importancia del humanismo de estos días? ¿Y de la gran batalla cultural que es priorizar la vida sobre la ganancia económica? Ahí se juegan dilemas trascendentales. Nada mejor que enseñarlos en el presente. Mientras lo vivimos. Entre los miles de quilombos cotidianos que atravesamos. Para que se sepa por qué estamos acá. En este tipo de batallas. Y de disyuntivas. Y para que en el tiempo venidero no sean discusiones del pasado. El humanismo argentino, con todas sus diferencias, puede tener una nueva oportunidad histórica. Dice mucho de nosotras y nosotros como docentes quedarnos en casa solamente esperando que todo pase. Y que vuelva ese pasado reciente de “normalidad”.
Avanzada la cuarentena, mi amiga manda otro mensaje: “estos días nos recuerdan que todxs somos prescindibles en nuestros trabajos”. Creo que tiene razón. Aunque nos duela en infinitos rincones del narcisismo. Otro nuevo aprendizaje.
Seguir educando significa seguir educando. En los formatos posibles. Incluso cometiendo humanos errores. Se dieron clases en aulas con distintas edades y niveles. Se dieron clases en los campos de concentración del nazismo. En las guerras. Se dieron clases sin más recursos que la voz del docente. Y su conocimiento. Y sus ganas de compartir saberes y aprender junto a las y los estudiantes. Seguir educando no es hacer como que nada pasa. Es construir herramientas en momentos excepcionales. Y hacer de eso una experiencia pedagógica de enseñanza y aprendizaje mutuo.
Mariano Molina es periodista y docente argentino.