La crisis de la covid-19 ha puesto en evidencia el grado de complejidad e incertidumbre detrás de los principales desafíos que debemos afrontar como sociedad, que afectan simultáneamente a las personas, los hogares, los barrios y las instituciones, así como a todos los procesos que sostienen la vida en el planeta.

Aceptar la incertidumbre

Sin duda vivimos tiempos inciertos. Los casos confirmados de enfermedad por coronavirus a nivel mundial superan los 2,6 millones y las muertes registradas superan las 180.000,1 pero ¿cuáles son las tasas reales de infección, mortalidad y reinfección? No lo sabemos. Desconocemos cuál es el período de incubación y de infectividad antes de que aparezcan los síntomas. Tampoco sabemos cuáles son las dimensiones estacionales de la enfermedad. Tenemos pocas pistas sobre la especificidad de la enfermedad para ciertos grupos de población. No sabemos aún si puede producirse una reinfección o si es posible adquirir inmunidad colectiva. Ni siquiera conocemos cifras cruciales para la epidemiología, como el número R0 (la cantidad de infectados nuevos a partir de un solo caso), la tasa de mortalidad, o los vastos rangos posibles.

Estos desafíos presentan interrogantes relevantes. ¿Están nuestras sociedades equipadas para incorporar y responder en contextos de considerable incertidumbre?, ¿podemos aprender sobre cómo abordar estas situaciones? Ante la necesidad de tomar decisiones, ¿cómo han de ser los modelos de gestión para superar la prevalencia de la perspectiva mecanicista y fragmentada y que estos incorporen aproximaciones sistémicas? ¿Cuáles son las prácticas, estrategias y arreglos sociales y políticos que permiten dar respuestas adaptativas, flexibles y experimentales ante la incertidumbre, generando confiabilidad en tiempos turbulentos? ¿Cómo es posible superar el nivel de ansiedad general y, especialmente, a nivel personal, día tras día?

Pluralidad de conocimientos y anticipación estratégica

En un entorno complejo e incierto, de cambios rápidos y profundos, necesitamos desarrollar capacidades de anticipación estratégica, en todos los niveles. Ello implica saber avanzar en el tiempo hacia lo que podría suceder en el futuro manteniendo la intuición para poder actuar con rapidez. Esta capacidad requiere poseer conocimiento sobre el tema y sobre el contexto socioeconómico y cultural, así como el desarrollo de un análisis de diferentes escenarios posibles.

Como afirma Jorge Wagensber, la complejidad y la incertidumbre son constantes de nuestras vidas; nos parece que todo es azar y el cambio nos provoca miedo. Sin embargo, el conocimiento, más específicamente diferentes tipos de conocimientos, es un instrumento que combate sistemáticamente el miedo y, su búsqueda (anticipación) nos permite comprender la complejidad. Al entender la complejidad, podemos actuar (acción) y, en consecuencia, reducir la incertidumbre.

La relevancia de la pluralidad de conocimientos que requiere el abordaje de la complejidad implica ir más allá de los tipos de conocimiento reconocidos y avanzar hacia la integración de saberes múltiples, muchos de los cuales parten de lugares que trascienden la razón. Esto implica avanzar hacia el reconocimiento de capacidades y sabidurías que existen y se reinventan constantemente en los diferentes grupos humanos. Significa reconocer la capacidad de adaptación e imaginación de las personas para afrontar sus desafíos diarios, ejemplos que son particularmente visibles en diversas iniciativas que se llevan a cabo actualmente en todo el planeta. Se trata, en muchos casos, de volver a hacer posibles, y hasta “normales”, ideas o estrategias que antes eran impensables. Decenas de miles de personas se han unido a los esfuerzos comunitarios para cuidar a los más vulnerables de la sociedad al ofrecerse como voluntarios para comprar, entregar medicamentos e incluso ofrecer lecciones de música para contrarrestar el aburrimiento (por ejemplo: Covid-19 Mutual Aid UK).

En América Latina han surgido iniciativas solidarias como Frena la Curva, “una plataforma ciudadana de voluntarios, emprendedores, activistas, organizaciones sociales, makers y laboratorios de innovación pública y abierta” que llama a toda América Latina a “canalizar y organizar la energía social y la resiliencia cívica frente a la pandemia de la covid-19”. En Uruguay, el portal Involucrate,2 iniciativa convocada por el Fondo para Emprendimientos Solidarios, lanzó la campaña Corona Solidaria, que reúne en un mismo sitio todas las iniciativas solidarias en nuestro país.

Estos ejemplos muestran que las pandemias también se superan por medio de formas locales de autoorganización centradas en la solidaridad, la ayuda mutua y la innovación social basadas en entornos particulares. En vez de recurrir a la paralización y las estrategias verticales, de arriba hacia abajo (como diría Albert Hirschman en su libro Salida, voz y lealtad), la opción es la voz, la solidaridad colectiva en lugar de la salida, el miedo y el confinamiento en el repliegue hacia lo individual. Por tanto, es necesario que los modelos científicos, los planes de emergencia y las estrategias y decisiones político-económicas trabajen con tales procesos, en muchos casos tomándolos como base, en otros, para explorar y definir rutas de acción adecuadas y efectivas. Las respuestas a las enfermedades deben basarse en el conocimiento científico, pero deben ser dirigidas por y para las personas.

Ventanas de oportunidad para salir a danzar

Esta crisis, al igual que cualquier otro impacto, constituye un gran desafío, pero también una ventana de oportunidad que brinda la posibilidad de cuestionar nuestras ideas de “normalidad”, a la vez que permite imaginar nuevas configuraciones de vida, como nos recuerda el futurólogo paquistaní Sohail Inayatullah.3 Esto requiere capacidades que todos tenemos potencialmente, pero que no todos logramos desarrollar dada la cosmovisión predominante del mundo como uniforme y cuantificable, y su predominio sobre otras formas de comprensión y aprendizaje. Como un tipo de sabiduría particular, la capacidad para transitar la incertidumbre requiere abandonar los determinismos e ir más allá de la pura razón. Demanda un ejercicio constante de experimentación, ensayo y error. También la concepción y articulación de alternativas de vida que puedan basarse en nuestras experiencias pasadas, conocimientos ancestrales, habilidades manuales, emociones, creencias y valores, así como explorar la considerable diversidad de respuestas que emergen en diferentes contextos sociales, económicos y culturales.

En términos económicos, por ejemplo, implica dejar de medir el bienestar humano usando el Producto Interno Bruto, una de las principales preocupaciones que aparecen en los medios. Como hemos visto, el bienestar no se asegura solamente por el desarrollo económico, sino que existen otros aspectos a cubrir y que no son completamente medibles, como el nivel de felicidad, la salud mental y emocional, la inclusión y el sentido de pertenencia. Incluso, la medición de algunas variables, como el estado nutricional de una persona, se expande en direcciones que muchos no estaban considerando, como la elección de alternativas externas al mercado, por ejemplo, personas que se han abocado a plantar, criar animales o cocinar. Este tipo de transformaciones permite pensar que las empresas y los estados puedan cambiar los modelos de objetivos de triple línea de base (social, económico, ambiental) por otros que consideren un cuarto pilar vinculado al propósito y a las motivaciones, los aspectos que les dan sentido a las estructuras y sistemas que tenemos en marcha como sociedad.

Soltar la tensión y abandonar la idea de que el mundo puede ser previsible o controlable por nuestra sola voluntad es un paso primordial para bajar el nivel de ansiedad social que experimentamos día a día.

Esta capacidad requiere flexibilidad, capacidad de observación, apertura para cuestionar las raíces de nuestras ideas y visiones, los mitos que determinan qué es lo que entendemos como problemas, y qué vemos cómo posibles soluciones y alternativas. Esta es la postura defendida por varios teóricos del campo de la prospectiva. Si dejáramos de pensar en la situación actual como una “batalla contra el coronavirus”, entonces sería posible imaginar este proceso como una pieza de baile. Como nos recuerda Donella Meadows, ante la complejidad de los sistemas y elevados niveles de incertidumbre, lo que debemos hacer es aprender a danzar, en lugar de tratar de controlar lo incontrolable. Soltar la tensión y abandonar la idea de que el mundo puede ser previsible o controlable por nuestra sola voluntad es un paso primordial para bajar el nivel de ansiedad social que experimentamos día a día. No en vano, diferentes culturas y filosofías ancestrales han comprendido esto de diferentes formas, desde el aceptar el presente hasta fluir con los procesos. Esto no significa que haya que adoptar una posición pasiva; al contrario, esta actitud requiere dinamismo, es decir, recalcular, ajustar la dirección y buscar el equilibrio de manera constante. Todas nuestras acciones forman parte del todo y, en ese sentido, todos participamos en esta gran pista de baile. La danza implica una serie de habilidades, como la racionalidad y el conocimiento, pero también intuición, compasión, visión y moralidad. Es decir, requiere el cultivo de la sabiduría, un proceso de aprendizaje constante, que estará determinado por varios factores: la naturaleza cambiante de la situación, cómo nos sentimos, qué podemos hacer, en qué necesitamos ayuda, qué podría funcionar, qué ha fallado, con quiénes necesitamos colaborar y a quiénes estamos excluyendo.

Actualmente, en los distintos ámbitos existen muchas iniciativas, ideas, propuestas, soluciones, políticas y proyecciones, que en algunos casos son contradictorias, lo que genera confusión. Sin embargo, muchas de ellas también nos dan esperanza al mostrar que existen varios caminos posibles, que las soluciones son diversas y que todos podemos colaborar. De hecho, la inacción es una postura en sí misma; indica dónde nos ubicamos en este gran baile. Ante tanta complejidad e incertidumbre, una forma de discernir es hacer un viaje al futuro para imaginarnos allí, o imaginar a nuestros hijos y nietos. Pensar en cómo deseamos que sean sus vidas, sus mundos, nos permite entender con mayor facilidad qué estamos haciendo hoy (o no) para que esas visiones puedan hacerse realidad. El desarrollo de estas capacidades nos permite sembrar en el presente las semillas del futuro. De esto trata la anticipación estratégica; un proceso de aprendizaje y exploración necesariamente colectivo, que trasciende las concepciones de la ciencia normal y los procesos de toma de decisiones lineales, rígidos y no participativos. Navegar una transición como la actual es un proceso transformador a nivel personal, de nuestras comunidades y de todos los sistemas planetarios. En este contexto, es recomendable participar activamente en el proceso y entender que todos somos artífices de este proyecto colectivo que requiere apertura, humildad, paciencia y optimismo.

Cristina Zurbriggen y Silvana Juri integran el Instituto Sudamericano para Estudios sobre Resiliencia y Sostenibilidad (SARAS, por su sigla en inglés).

Citas y lecturas recomendadas

Hirschman, A. O., & Suárez, E. L. (1977). Salida, voz y lealtad: respuestas al deterioro de empresas, organizaciones y estados. Sección de obras de economía.

Inayatullah, S. (2011). “World futures and the global financial crisis: Narratives that define and scenarios that create”. EKONOMIAZ. Revista Vasca de Economía, 76(01), 64-91.

Meadows, D. (2001). “Dancing with systems”. Whole Earth, 106, 58-63.