En idioma portugués, mãe significa “mamá” o “madre”. En Cerro, Casavalle o Nuevo París es habitual que en las escuelas les niñes les digan con ternura “mae” a las maestras, en una operación que articula una especie de apócope con la valoración simbólico-emocional (si pensamos en la sonoridad de la palabra en portugués) que suele cargar de afecto el vínculo entre educandos y educadores en la escuela primaria.

Y como en esta entrada hacemos referencia a las madres, o a las mamás, sea por alguno de los roles que se le supone a la función materna, sea por la carga emocional que despierta la referencia, proponemos ver un pequeño hecho, una mínima expresión actitudinal de las personas en relación a pautas de consumo, desde la perspectiva de hacer visible una microrresistencia social espontánea que se generó este último domingo. Parecería que el 10 de mayo en muchas personas y en algunos pequeños comercios de barrio hubo una especie de movimiento de autonomía en relación a la fecha de celebración del Día de la Madre. Aunque la poderosa asociación empresarial que gobierna las pautas comerciales haya dictaminado desde las alturas del poder que ese día será a mediados de junio (primero era el 7, luego anunciaron que es el 14), conciliando los intereses comerciales con la próxima reapertura de los shoppings, el domingo pasado se pudo ver un movimiento en los barrios y a nivel de los hogares y configuraciones familiares que incluía los clásicos saludos en función de la reivindicación de la fecha y la entrega de obsequios.

Estas líneas no van en el sentido de reivindicar una especie de purismo en relación a las fechas, no se trata de reclamar que el Día de la Madre es el segundo domingo de mayo, pero resulta muy interesante ver cómo en esta época de discursos únicos y de imposición violenta de mensajes unidireccionales (en la televisión el gobierno dispone de una cadena diaria en forma de conferencia de prensa y, sin embargo, a las organizaciones más prestigiosas y grandes de la sociedad se les niega la posibilidad de acceder a un espacio de difusión y comunicación por vía de la cadena de radio y televisión), cuando la voz hegemónica de los medios masivos de difusión no se anima a cuestionar la decisión de una cadena de supermercados que no cierra un local en donde se han constatado 11 contagios de covid-19 en 15 días, cuando la mayoría de los difusores está esperando la decisión de los grandes comerciantes para salir a replicar fechas, ofertas y opciones de consumo, parecería que el pueblo ha exclamado un humilde: “Preferimos mantener la fecha del segundo domingo de mayo”. Se trata de un gesto que reivindica autonomías ante la imposición de criterios, precios, fechas, discursos y otras violencias del modo de producción capitalista en la etapa actual, que impone una unicidad de opciones de vida, centradas sobre todo en el consumo y en la hiperexplotación de las personas y de las riquezas y recursos del planeta.

La pandemia nos ha obligado a guarecernos en las viviendas que habitamos, en los hogares, si tenemos esa suerte, pero también ha mostrado que podemos vivir sin ir al shopping.

En ese contexto de producción y consumo, los shoppings son los centros de difusión de un estilo de consumo que, además de ser suntuario, genera el endeudamiento vía los microcréditos al consumo. Y en este caso queda evidenciado en la ligereza con que se trata por parte de las grandes empresas comerciales la fecha en que se celebrará el Día de la Madre. Por tanto, cabe preguntarse, como lo hizo recientemente el sociólogo Bruno Latour,1 en un artículo publicado originalmente en francés el 29 de marzo, si es saludable mantener este aspecto de la producción y del consumo en el momento anterior a la crisis provocada por la irrupción de la covid-19.

La pandemia nos ha obligado a guarecernos en las viviendas que habitamos, en los hogares, si tenemos esa suerte, pero también ha mostrado que podemos vivir sin ir al shopping, y que podemos decir, con una voz de mínima autonomía, que el Día de la Madre fue el segundo domingo de mayo; aunque seguramente este año será recordado por haber tenido dos celebraciones con el mismo fin, una espontánea y autónoma, y otra direccionada por los dueños de las grandes cadenas comerciales y grandes superficies.

Pensando en las formas en que nuestras sociedades producen y consumen, y cómo en ello son descuidados aspectos que hacen a una producción y consumo sustentable a largo plazo, señala Latour en la nota que referimos, analizando el ejemplo de un productor holandés de tulipanes: “Por ejemplo, el otro día mostraban en la televisión a un florista holandés, con lágrimas en los ojos después de verse obligado a tirar a la basura toneladas de tulipanes listos para ser distribuidos por todo el mundo, que no pudieron ser expedidos por falta de clientes. No podemos más que protestar, claro; es justo que reciba una indemnización. Pero enseguida la cámara retrocedió para mostrar a los tulipanes, cultivados sin tierra y bajo luz artificial, antes de ser transportados por los cargueros a queroseno en el aeropuerto de Schipol, haciendo que uno se pregunte: “¿Es realmente necesario prolongar esta forma de producir y vender este tipo de flores?”.

Jorge Peloche es magíster en Psicología Social.