La idea de este aporte es reflexionar, sin conclusiones acabadas, sobre algunos temas de debate feminista que necesitan dialogar con el pedido de una renta básica de emergencia. En marzo de este año la Intersocial, integrada por las principales organizaciones sociales de Uruguay, lanzó una plataforma dentro de la cual se encuentra el pedido de una renta básica de transición en la emergencia. El 1º de mayo el PIT-CNT reafirmó este planteo, reclamando esta renta para quienes no poseen protección social.

El feminismo no ha estado ausente de estos debates, y es necesario poner sobre la mesa los aportes a la discusión de esta temática que las feministas tenemos para hacer. Desde hace décadas las mujeres vienen poniendo el debate de cuál es el valor de sostener la vida y quién se hace cargo de sostenerla, quién se hace cargo de sus bases materiales. Este tema ha sido muy analizado desde el feminismo porque históricamente las que nos hacemos cargo de esta tarea somos las mujeres. Cuando hablamos de sostener la vida nos referimos al alimento, el cobijo, el calor, el afecto, el mantenimiento del hogar, esas cosas que hacemos cotidianamente y que permiten que la vida se reproduzca. La reproducción de la vida no es sólo el nacimiento de niños y niñas o el estímulo para su crecimiento, sino todo eso que permite que la vida siga sucediendo, y esto ha sido una responsabilidad central de las mujeres: en esta construcción social en la que vivimos, ha sido históricamente colocado sobre los hombros de las mujeres.

En el capitalismo se exacerba la división sexual del trabajo desde su etapa de acumulación originaria: se separa el trabajo productivo, que se realiza sobre todo fuera del hogar para obtener dinero y que ha sido principalmente realizado por hombres en el espacio público, y el trabajo reproductivo, que han hecho las mujeres principalmente, dentro del hogar, y que no recibe un salario. Esto genera una división de la clase trabajadora de forma impuesta según el sexo que se adjudica al nacer, pero el problema principal es que jerárquicamente no pesan igual, no tienen igual valor social el trabajo productivo y el reproductivo. No sólo uno recibe un salario y el otro no, sino que a uno se lo considera trabajo y al otro se lo ha invisibilizado como trabajo. Las mujeres históricamente han trabajado sin que se les reconozca lo que hacen como trabajo; esto es algo universal, que atraviesa a toda la sociedad, aunque toma distintas características en cada lugar y en cada clase social. Las mujeres en mejor situación socioeconómica son las principales encargadas de supervisar las tareas no reproductivas que se realizan por servicios que contratan, se encargan de la coordinación y supervisión del trabajo doméstico, de los servicios de cuidados de niños y niñas y de cuidado de personas enfermas. En las clases sociales de menos recursos socioeconómicos las mujeres llevan sobre sus propios cuerpos esas tareas. No se vive igual esa desigualdad, pero es universal la feminización de lo doméstico.

El trabajo remunerado no nos ha sacado el trabajo no remunerado, sólo agrega doble jornada de trabajo, ya que nos hemos incorporado al mercado laboral, pero los hombres no se han incorporado de igual manera a las tareas reproductivas.

Este análisis es importante para reflexionar sobre el concepto de la renta básica, ya que nos permite aproximarnos a la pregunta feminista de cómo reconocemos el valor central que tiene sostener la vida y cómo evitamos que esta responsabilidad recaiga exclusivamente sobre los hombros de las mujeres. Puede ser una invitación a poner sobre la mesa la necesidad de la corresponsabilidad en el sostén de la vida.

La renta básica es exigir a quienes se enriquecen del trabajo no remunerado de las mujeres para sostener la vida que se hagan cargo y que paguen ese trabajo.

El trabajo reproductivo es parte del plusvalor que saca el capital; las mujeres con nuestro trabajo no remunerado hacemos que la mano de obra esté en condiciones para ir a trabajar al día siguiente. La alimentamos, le damos calor, la sostenemos emocionalmente, acomodamos el hogar, limpiamos su ropa. Por lo tanto, podríamos decir que la renta básica es exigir a quienes se enriquecen del trabajo no remunerado de las mujeres para sostener la vida que se hagan cargo y que paguen ese trabajo. Podemos así entender la renta básica como un “salario social” que garantiza esa reproducción de la vida. Hay un sostén de la vida que realizamos principalmente las mujeres, y se hace necesaria una respuesta colectiva y social para poder hacernos cargo de esa reproducción. Implica hacer visible que esta necesidad existe. La discusión de la renta básica nos permite poner sobre la mesa que la vida no se reproduce sola y que hay una tarea y un valor económico en sostener la vida. Da una respuesta a la pregunta de a quién le corresponde la reproducción de la vida, diciendo que es una corresponsabilidad, que le corresponde a la sociedad entera, y más a quienes tienen más desde la lógica redistributiva, y además le corresponde al Estado.

Tenemos una crisis de cuidados que se agrava en el contexto de la pandemia, que dificulta a las mujeres acceder al mercado laboral, la brecha salarial entre hombres y mujeres se mantiene, el trabajo femenino está más precarizado, más informatizado, más tercerizado. En esta crisis, el impacto sobre las mujeres puede ser mayor debido a las desigualdades preexistentes. En el momento en que el sostén de la vida está más amenazado que nunca, poner sobre la mesa la necesidad de hacernos cargo de sostenerla es central.

Desde un punto de vista feminista, la renta básica puede impactar en la autonomía de las mujeres. En un mundo donde el dinero media en todas nuestras relaciones, la autonomía económica es un elemento central, que puede convertirse en un factor protector para salir de relaciones de violencia basada en género o de la dependencia económica de los hombres para sobrevivir o alimentar a hijos e hijas. Tener asegurado un ingreso económico puede aportar en dar una herramienta que permita superar algunas situaciones de violencia basada en género que son una realidad cotidiana en nuestras vidas.

Los derechos humanos de las mujeres en las sociedades capitalistas son escasos, adquirimos los derechos si nos incorporamos al mercado laboral, no por ser personas. Pensemos el ejemplo del derecho a la jubilación y a tener una vejez digna. Cuando se habla de que el gobierno “mantiene vagos” y vemos quiénes son los “vagos” que reciben beneficios sociales, en su mayoría son mujeres, jefas de familia con niños y niñas a cargo, y que por lo tanto realizan muchísimo trabajo no remunerado, muchísimo trabajo reproductivo. El derecho humano a la vida lo tenemos por el solo hecho de ser personas. No deberíamos pagar para poder seguir vivos, por ejemplo pagar para la alimentación básica. En cualquier momento, con la crisis ambiental mundial, nos van a cobrar el oxígeno y nos van a decir que si no tenemos un empleo no vamos a poder respirar.

Cuando lo público se debilita, las principales encargadas de compensar eso somos las mujeres. Cuidamos a niños y niñas dejando de lado otras tareas, cuidamos a las personas que enferman o nos encargamos de mantener la salud de quienes nos rodean, somos las principales responsables de que esté el alimento en la mesa. Cuando lo público se debilita, las mujeres viven más vulneraciones. Por esto la renta básica puede ser un aporte importante, pero debe ser un paso más en el fortalecimiento de las políticas públicas y del rol del Estado en las políticas sociales.

La renta básica de emergencia permite poner en debate cómo hacemos para sostener la vida de forma corresponsable. Como esto es una necesidad que se agrava con la crisis causada por la pandemia, pero es un problema estructural de nuestras sociedades patriarcales, ¿no deberíamos profundizar el debate hacia una renta básica universal? No soluciona todos nuestros problemas, pero puede ser un aporte interesante que los feminismos debemos debatir más en profundidad.

Virginia Cardozo es doctora en Medicina, especialista en medicina familiar y comunitaria, diplomada en Género y Política de Igualdad.