El Antel Arena fue uno de los ejemplos más claros de discrepancia entre oficialistas y opositores en el período anterior. Mientras que unos decían que se trataba de un signo de que Uruguay puede tener infraestructura similar al primer mundo, los otros lo consideraban un gasto innecesario de una empresa pública que se salía de su giro de negocios, y encima gastando el doble de lo necesario para la obra. No soy neutro (si fuera así, esta nota sería aburridísima), pero quisiera dejar algunas reflexiones y razonamientos con dos objetivos principales: primero, aclarar algunos aspectos que se han querido instalar en el imaginario colectivo y que son objetivamente falsos, y segundo y más importante, avanzar en entender qué cosas más profundas hay detrás y qué tiene que ver esto con dos visiones respecto de empresas públicas e innovación.

En primer lugar quisiera sacar un elemento de la mesa: el Antel Arena no solamente no costó el doble de lo previsto, sino que, por el contrario, se ajustó más a lo planificado que lo usual para este tipo de infraestructuras. El proyecto global del Antel Arena, incluyendo todas las obras adicionales, el parque de 35.000 metros cuadrados y la infraestructura interior, se ejecutó en el plazo estipulado y dentro de los costos presupuestados. El famoso “doble” costo, repetido hasta el hartazgo, corresponde a la comparación entre el anuncio original sobre el monto de la obra civil, realizado meses antes del comienzo del proyecto y referido exclusivamente a la arena, versus el costo del proyecto final, que incorporó todo lo que rodeó a la arena (dos números incomparables). Lo concreto es que lo que salió el Antel Arena es razonable para la infraestructura construida. Esto es algo que los técnicos de Antel saben a la perfección, lo sabía la oposición, representada en el directorio en el período pasado, y pueden verificarlo las nuevas autoridades de la empresa. Veamos entonces –ahora sí– las dos preguntas que entiendo más relevantes: ¿era necesario gastar millones de dólares en una infraestructura como el Antel Arena? y ¿tiene sentido que ese gasto lo realizara Antel?

Antes de responderlas, creo que podemos dar por sentada una opinión unánime (o al menos, no tengo ningún ejemplo contrario de gente que haya tenido la oportunidad de estar ahí): el Antel Arena cumple con éxito los objetivos con los que fue planificado: es moderno, apegado a estándares internacionales en temas como iluminación, visibilidad y sonido; ha demostrado ser apto para espectáculos deportivos, musicales y de otras artes, dejando conforme al público y a los actores.

Ahora, ¿debería Uruguay gastar decenas de millones de dólares en un centro multifuncional y espacios libres e infraestructuras conexas, ubicado en un barrio popular (Villa Española, aunque algunos prefieren llamarlo Loma del Quinoto)? ¿No podría destinarse a hacer escuelas, o a comprar ambulancias para combatir a la covid-19? Esa es una discusión sin salida. Las prioridades nunca son obvias, y el recurso de comparar con escuelas siempre es útil para enredar la conclusión, pero todos sabemos que las necesidades de las sociedades son diversas. Uruguay no tenía un centro de convenciones como el que ofrece el Antel Arena, sin ninguna duda no tenía un estadio de básquetbol con los estándares que tiene esta arena. Es decir, el Antel Arena no sólo vino a cubrir carencias, sino –y sobre todo– a abrir nuevas posibilidades. En ese sentido, no es muy diferente a la fibra óptica.

Que esté en Villa Española lo convierte en una obra de alto impacto en la zona. Por no mencionar que en la zona, sí, hay muchos, muchos, clientes de Antel. Esto, visto con óptica de desarrollo, no es para nada menor.

Pasemos ahora a la segunda pregunta: ¿debería ser Antel quien que lo hiciera? Aquí propongo una dimensión del análisis que ha estado sorprendentemente omisa en la discusión pública: veamos si el Antel Arena es un buen negocio para Antel o no. Yo creo que Antel puede –y debe– encarar estas iniciativas innovadoras, si lo ve como una posibilidad cierta de mejorar su negocio, porque es una empresa. Es en ese marco que debe analizarse la inversión, como parte de una estrategia de largo plazo de la empresa, no como una inversión aislada. Por eso el argumento de “a un millón de dólares por año, lleva cien años pagarlo” es una forma demasiado básica, por no decir errónea, de analizar el retorno de la inversión de cualquier empresa. Algo similar sucede con los datos publicados de la auditoría externa. Considerar el valor contable del Antel Arena como sinónimo de valor estratégico e integrado en los negocios de la empresa es, nuevamente, simplificar en forma extrema el análisis. Tampoco va a los registros contables de Antel el impacto de los 90 shows con más de 500.000 espectadores que pasaron solamente en el primer año sobre las pequeñas y medianas empresas vinculadas a las industrias creativas, culturales, a la logística o a la gastronomía, por dar algunos ejemplos.

Estamos evaluando entonces si Antel tiene derecho a hacer una inversión innovadora en el marco de una estrategia empresarial. Aquí permítanme proponer un ejercicio: lean la frase anterior y cambien “Antel” por “Microsoft”, o su empresa favorita. La respuesta seguro que es “obviamente, sí”. En el mundo actual, la innovación privada es casi que un fetiche (otro día lo discutimos), y el mundo aplaude ahora porque Elon Musk lanzó una misión espacial. Las empresas que no innovan, es decir, que hacen algo nuevo o de una forma nueva, mueren.

Creo que detrás de la discusión sobre el Antel Arena hay dos visiones, profundamente diferentes, sobre las empresas públicas y su vínculo con la innovación.

“Qué vivo, Elon Musk pone su plata, no la mía”. Creo que aquí llegamos al nudo del asunto del Antel Arena. El problema que se plantea ahora no es que Antel sea una empresa, es que es pública. Sus dueños somos los uruguayos. Entonces, mejor que no innove, no sea cosa que pierda mi plata. Este razonamiento, que parece tener sentido, tiene un problema: fíjense que si cualquier empresa tiene que innovar para crecer, y a Antel no la dejo innovar para no correr riesgos... entonces Antel no va a crecer. Y si Antel no crece, seguramente caiga (así es el mercado, qué le vamos a hacer). Y aquí aparece algo que usualmente olvidamos, porque estamos acostumbrados: Antel aporta, cada año, a rentas generales, unos 100 millones de dólares. Es decir que Antel aporta un Antel Arena directo al Estado cada año. Ese dinero puede utilizarse para hacer escuelas, o comprar ambulancias para combatir la covid-19, repito, cada año.

Creo que detrás de la discusión sobre el Antel Arena hay dos visiones, profundamente diferentes, sobre las empresas públicas y su vínculo con la innovación. Es curioso que gente que aplaude la innovación cuando ocurre en el ámbito privado se horrorice porque Antel hizo la locura de lanzar, en colaboración con la academia y con éxito, un satélite experimental al espacio, o si ANCAP amaga con invertir en el negocio del hidrógeno. Tienen –me temo– una convicción de que el Estado, en realidad, y más allá del partido que gobierne, es incapaz de ser innovador. Esto se choca de frente con la evidencia, tanto en el mundo como en Uruguay. Pero parece haber un a prori ideológico tan grande que la idea subsiste.

Otros creímos que sí se puede, que la realidad está para cambiarla, que la sociedad uruguaya necesitaba y merecía un escenario multipropósito que abriera nuevos caminos en lo cultural, en lo deportivo, sin dejar de aportar en una línea estratégica comercial y de imagen de una empresa pública. Y que ese cambio podía suceder en Villa Española, cambiar la realidad de un barrio y aportar a la ciudad. Al final, creo yo, lo que está atrás es la diferencia entre conservadores y progresistas, que es la diferencia entre quedarse con lo que hay o cambiar. El Frente Amplio hizo el Antel Arena y siguió siendo de izquierda. O, tal vez, el Frente Amplio hizo el Antel Arena porque es de izquierda.

Guillermo Moncecchi fue ministro de Industria, Energía y Minería.