Como no tengo autoridad para decir lo que voy a escribir, le solicitaré a una eminencia francesa que me preste su potestad para hacerlo (en esto los latinoamericanos tampoco son fiables, pues carecen de autoridad enunciativa: ¿cuándo nos haremos cargo de nuestro destino sin tener una mirada obediente a los centros dominantes?1). No es cualquiera este pensador: como dije, fue francés y se llamó Roland Barthes.

Entre su extensa producción se encuentra una breve y sustanciosa obra llamada Mitologías. Allí analiza cientos de situaciones cotidianas que fue registrando y publicando en diversos medios. Desde una fotografía, hasta una bandera o un juguete expuesto en una vidriería: todo servía, todo era material “pensable”. Cualquier evento, objeto o creencia se podía convertir en una mitología. Hay algo importante a tener en cuenta: en todos los países existen mitos débiles y otros fuertes.

En este análisis, la burguesía (clase social dominante) se apodera de todas las mitologías y naturaliza lo que acontece en el diario vivir de las sociedades (él analizaba su país, acá lo traslado al Uruguay actual). También puede establecer que un acontecimiento excepcional será masticado por esta maquinaria y devuelto al público como algo controlable. Esa ha sido la función desde que logró imponer su visión del mundo.

En lo que sigue intentaré demostrar cómo el actual gobierno y el presidente de nuestro país se benefician de todo este saber acumulado que tienen a su disposición.

***

En estos días ha vuelto a estar entre nosotros (en realidad nunca se fue pero estaba desmerecido: ¿acaso era aceptable para las clases dominantes ser excepcional por legalizar la marihuana?) uno de los cinco mitos señalados como fundacionales –o fuertes, al decir del francés mencionado en este texto– de nuestro país.

Los mitos fundacionales que confeccionaron el imaginario colectivo son los siguientes: la medianía, la uruguayidad, el consenso, la cultura del uruguayo (Perelli y Rial: 21-28).

El mito en que más me detendré es la uruguayidad. Ese mito fuerte y potente que nos hace percibir distintos a los demás países. Antes quisiera decirles cómo me topé con esta idea de escribir estas líneas, el disparador, digamos.

Hace años dos colegas me regalaron un libro de cuentos de fútbol. El autor es argentino y, como buen curioso de la historia de este deporte, conoce la gloriosa hazaña de los uruguayos en Maracaná en 1950. Relata esta proeza mientras intenta entablar una conversación con una mujer que lo deslumbró (estos detalles no interesan a efectos de este texto). El clima que describe sobre ese acontecimiento me llamó la atención. El significado y el sentido que le brinda ese escritor a dicho partido se me volvió potente cuando recordé y se removieron en mi memoria los mitos fundacionales antes citados. Al menos algunas personas rioplatenses tienen presente este hecho (para nosotros, confirmatorio de la nacionalidad).

El coronavirus tiene a mal traer a varios países en la región y más allá. Pero la excepcionalidad del Uruguay se confirma con este suceso mundial y así el imaginario de los uruguayos se calma.

Este mito célebre del fútbol uruguayo lleva a la afirmación del “como el Uruguay no hay”. Hoy, 70 años después, confirmamos que somos diferentes, únicos, excepcionales. Observen la región si no: ¿qué sucede en los países vecinos?

El coronavirus tiene a mal traer a varios países en la región y más allá. Pero la excepcionalidad del Uruguay se confirma con este suceso mundial y así el imaginario de los uruguayos se calma.

Y aquí ingresa otro mito naturalizado y difundido por todos los medios: toda la población está en peligro de la misma manera, cualquiera puede contraer la enfermedad. Las diferencias sociales se desvanecen, se evaporan, se naturalizan. ¡Qué poder el de la mitología burguesa!

***

Intentaré aterrizar y argumentar lo que se afirma en el título de este breve escrito, aunque algún lector puede imaginárselo.

Como es sabido, el gobierno está utilizando para legitimar su poder la potencia de uno de sus más firmes aliados: los medios de comunicación masivos. Todos los días hay cadenas televisivas, todos los días los medios de prensa afines al gobierno se acumulan en la Torre Ejecutiva y susurran algunas consultas.

Se viene escribiendo y hablando respecto a esta forma diaria de mantener esperando a la población, de tenerla en vilo durante horas o días incluso. Con el reinicio de clases ocurrió esto. Desde el gobierno se intentó disimular y silenciar la marcha que todos los 20 de mayo convoca Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. Pero el desborde apabullante del movimiento popular aplazó ese anuncio y la expectativa se trasladó un día más.

En esas cadenas diarias no es habitual escuchar que somos excepcionales. Sin embargo, las dos figuras máximas del gobierno –si bien a Álvaro Delgado a veces se lo percibe cansado– muestran un talante de satisfacción, de sentirse cómodos con la situación. ¿Cómo no sentirse así si la pandemia que está poniendo en jaque al resto de los países de la región está casi controlada? (las condiciones del departamento de Rivera pusieron un manto de duda a esta tranquilidad).

Y además hay que sumar la gestualidad corporal descontracturada, juvenil. Hay una atmósfera épica en las apariciones diarias. Es clave la naturalización de esa situación y al mismo tiempo el manejo directo y coloquial utilizado. De esta manera se reafirma otro de los mitos fundacionales analizados por Perelli y Rial: la cercanía de los habitantes del paisito. La ficción reafirmada por el “acá nos conocemos todos”.

Todos estos elementos están presentes y son parte de la identidad uruguaya. ¿Esto puede explicar en parte el apoyo que está recibiendo el gobierno por buena parte de la población?

Las identidades nacionales no son estáticas, ni permanentes, ni eternas. Si bien hay orígenes en las comunidades, estas pueden tolerar modificaciones, se pueden reconfigurar o pasar a tener otra lectura. Lo mismo ocurre con los mitos fundacionales.

El gobierno (Partido Nacional, Partido Colorado, Cabildo Abierto y Partido Independiente) está satisfecho aumentando y machacando el imaginario social dominante de los uruguayos. No lo hace mediante la fuerza ni mucho menos la represión: persuade con una mitología que ellos construyeron hacia mediados de la década del 20 del siglo pasado (y que se plasmó finalmente hacia mediados de siglo). El elenco dirigente de aquel Uruguay estaba integrado por varias de las familias que hoy están en el gobierno y en los grupos de poder trenzados a él, por eso parece natural su confianza y su habilidad para pilotear al país en la tormenta.

***

No es fácil ni sencillo quebrar la potencia de un mito fundacional. Para desenmarañar esta madeja será necesario escuchar, pensar, estudiar, discutir y plantear el debate donde se pueda.

Durante 15 años las fuerzas progresistas del país no lograron alterar en lo más mínimo este relato mitológico. Es más; con algunas políticas y actitudes se reforzó este mito que hoy es aprovechado por los actuales gobernantes.

Los grandes relatos (sean mitológicos o históricos) son importantes para las sociedades, pues “la forma en como se organizan los episodios pasados señala un ‘camino’ por donde se proyecta una visión del futuro, y así el ‘instante fugaz’ del presente puede ser comprendido como una forma de transitar desde lo que ya fue a lo que esperemos que sea” (Demasi: 9).

Sin embargo, es necesario dejar claro que el relato no es lo primordial (no por ello deja de ser importante), pues “la cuestión del poder es previa a la ‘cultura’ (...) [pero] el discurso dominante de la globalización ha hecho deslizar nuestro pensamiento. [Así afirma] que ahora todo es cultura, y que son la economía o la política (si es que todavía puede hablarse de ellas) lo que puede considerarse un epifenómeno e incluso un ‘reflejo’ de la simbolicidad” (Grüner: 455).

Héctor Altamirano es docente de Historia.

Referencias
Barthes, R. (1980 [1957]). Mitologías. SXXI, México.

Demasi, C (2004). La lucha por el pasado. Trilce, Montevideo.

Guigou, N (2108). Entrevista en www.hemisferioizquierdo.uy.

Grüner, E (2010). La oscuridad y las luces. Edhesa, Buenos Aires.

Perelli, C y Rial, J (1986). De mitos y memorias políticas. EBO, Montevideo.


  1. Carlos Balverde, en su texto Hacia la conquista de la autoridad enunciativa, hace unas atractivas y provocativas sugerencias.