La última columna del filósofo y periodista Facundo Ponce de León, publicada el 28 de mayo en el semanario Búsqueda y titulada “La caída del relato”,[^1] no me parece que esté a la altura del posicionamiento y el análisis que este autor ha planteado en ocasiones anteriores.
¿Cómo se puede afirmar que en tres meses el gobierno multicolor de Luis Lacalle Pou desmontó el relato de solidaridad apoyado en la “sensibilidad de izquierda” que ha construido el Frente Amplio (FA)?
Los logros relativos al coronavirus no se alcanzaron sólo por las decisiones que tomó el gobierno, sino por las “capacidades instaladas” que dejó montadas en institucionalidades estables el triple gobierno del FA, apoyadas en 100 años de Estado social batllista. También se debió a la actitud que adoptó la gente frente a la pandemia.
Comparativamente se puede ver que los países que tomaron buenas decisiones pero tienen institucionalidades débiles están peor que Uruguay, lo mismo que los países con buenas capacidades instaladas y decisiones tardías. Y ni hablemos de países con malas decisiones y malas infraestructuras y servicios. Por tanto, a tres meses del nuevo gobierno y sin ideologizar, parece claro que hubo sinergias entre buenas decisiones y una herencia institucional y de políticas que permite logros. Creo que en este, como en otros temas, hay que salirse de gobierno y oposición y asumir políticas de Estado. Por eso aplaudo al presidente Lacalle Pou por haberse reunido con el ex presidente Tabaré Vázquez para aunar esfuerzos y no profundizar grietas, reconociendo sus aportes.
Decir que el FA se adjudicó la exclusividad de la noción de solidaridad es pasar por alto cómo se ha construido solidaridad estructural, sistemática y puntual en Uruguay. A la vez, cómo los sectores conservadores y liberales la dejaron de lado en algunos momentos o la redujeron sólo a las actitudes personales o de grupos de la sociedad civil, desvinculándola de la institucionalidad estatal que crea igualdad. Si la historia ha mostrado que es un error creer que la solidaridad son sólo las estructuras institucionales del Estado, es aun más deshumanizante para la dignidad humana de las personas en vulnerabilidad social reducirla a la caridad individual o de grupos.
Efectivamente, el nuevo gobierno tomó la bandera de la solidaridad, pero aclaremos que a regañadientes en varias áreas, dado que su programa no estaba centrado en fortalecer el Estado social de bienestar, que ya contaba con una institucionalidad universal en salud, educación, sistema de cuidados, fortalecimiento del Banco de Previsión Social y liquidez para responder a la crisis.
Las medidas socioeconómicas tomadas por el nuevo gobierno no están a la altura de muchos gobiernos de centroderecha que se hacen cargo estructuralmente de las consecuencias que trae la crisis.
Es muy compartible que ninguna ideología tiene el patrimonio de la “preocupación por el prójimo”, pero a la vez hay ideologías que reducen la solidaridad a actos individuales y voluntarios, y que no dan espacio a la estructuración social y estatal que garantiza igualdad de posibilidades y resultados básicos, que dejan librado el destino de las personas a las oportunidades que otorga el mercado y, por tanto, las exponen a la desigualdad de acceso, formación y recursos.
Las medidas socioeconómicas tomadas por el nuevo gobierno no están a la altura de muchos gobiernos de centroderecha que se hacen cargo estructuralmente de las consecuencias que trae la crisis. Las medidas sociales para sectores informales, microempresarios unipersonales y quienes viven de ingresos fluctuantes son insuficientes, la forma de financiarlas no apunta al gran capital y a combatir la acumulación desigual. El principio de solidaridad al menos es profundamente restringido, no sólo para la tradición del Estado social uruguayo, sino para todas las democracias plenas de las que formamos parte.
Decir que Lacalle Pou tumbó el relato propuesto por el PIT-CNT para el Día de los Trabajadores, “Lo urgente es la solidaridad”, es no tomar en cuenta la explosiva vulnerabilización de sectores sociales que no tienen estabilidad y reclaman con la Intersocial una renta básica.
Nuevamente, decir que hay un golpe sutil a cómo se concibe la relación entre la izquierda y la derecha con la ciencia al menos merece algunas distinciones. La primera es que hay capacidades e institucionalidades instaladas por los gobiernos de izquierda que son las que permiten afrontar varios temas. La institucionalidad estatal, resistida por las visiones liberales y conservadoras de este país, son el diferencial regional y quizás global. Baste la frase del director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Isaac Alfie, sobre que invertir en la ciencia quizás sea tirar plata.
La relación de los gobiernos del FA con todas las áreas científicas y con todas las universidades ha sido profusa, dinámica y de confluencias, y no veo que este gobierno haya inaugurado nada al respecto. Lacalle Pou tuvo el pragmatismo necesario y reconocible de no quedarse atrapado en pesos ideológicos y tuvo que reconocer que el keynesianismo es necesario. Esto, por oposición, deja claro que Lacalle Pou no es ni de izquierda ni keynesiano, sino que forma parte de la historia conservadora, liberal y de derecha del país, y que a la vez que se posiciona contra el estatismo, es capaz de ser pragmático, como fue su bisabuelo Luis Alberto de Herrera.
Los científicos de las áreas biológicas y virológicas han mostrado mucho compromiso, aunque no cobren sueldos acordes y tengan que mendigarle al actual gobierno que no haga recortes presupuestales.
Poner bajo sospecha la relación entre cultura e izquierda puede ser pertinente, también desde el neoconservadurismo, pero quizás el tema más desafiante es el quiebre cultural entre la capital y el campo y la necesidad de construir puentes de diálogo para un país integrado que se ha ido modernizando.
La relación entre artistas, emprendimientos e industrias culturales mutó y fueron profesionalizados en los gobiernos del FA. La articulación políticas públicas-artistas-mercado adquirió visión estratégica, lo que se transforma en otra capacidad instalada de la que se valdrá el gobierno. La descripción de confrontaciones con el capitalismo hacen a la columna vertebral que distingue a las derechas e izquierdas. Estructuralmente, el sistema más revolucionario de la historia, al decir de Marx, no sólo crea riqueza, sino profundas desigualdades. Por eso intelectuales, artistas, trabajadores, científicos y religiosos de izquierda cuestionamos el capitalismo como sistema estructural. Luego, el espectro de cómo se administra el capitalismo es tan amplio como el espectro de izquierdas y derechas.
La ley de urgente consideración da cuenta de un proyecto cultural y social regresivo en varias áreas, que hipoteca los logros de la historia liberal/social a la que aportó no solo la izquierda tradicional sino todos los sectores progresistas que han hecho de este país un modelo en muchos aspectos, y no tanto en otros.
Me parece pertinente el debate ideológico, que da cuenta de que el neoconservadurismo le quiere quitar el relato hegemónico de la cultura al FA, como construcción democrática y en favor de las grandes mayorías y de todos los habitantes del país. Un debate que amplíe la democracia en tiempos regresivos parece oportuno. La izquierda construyó cambio cultural en favor de grandes mayorías e inclusión diversa e igualitaria. Lo alternativo, ¿qué sería?
Finalmente, creo que el debate de ideas y relatos, en la tolerancia dialógica necesaria para la convivencia, fortalece el sistema político y a la sociedad toda en un momento en que hay muchos atrincheramientos de todos lados. Veremos cómo se jerarquiza el próximo presupuesto.
Nelson Villarreal Durán es docente universitario, filósofo y cientista político.