Desde su fundación en 1949 como una organización sin fines de lucro, el Cine Universitario ha sido un referente cultural de nuestro país, difundiendo tanto cine nacional como internacional, ofreciendo cursos de formación teórica, conservando significativos archivos fílmicos en una extensa biblioteca y filmoteca y, sobre todo, reuniendo a cinéfilos diariamente en sus salas.

A pesar de no asistir desde hace cuatro meses, mantengo el recuerdo latente del curioso ambiente que se encuentra detrás de las puertas de la calle Canelones, con su fachada repleta de referencias cinematográficas para cualquier atento espectador. Entrar al cineclub es como subirse a una máquina del tiempo. Cuelgan de sus paredes pósteres desteñidos de películas viejas frente a la pequeña sala Chaplin que proyecta algún film de Fellini. Una cámara antigua interrumpe el tránsito del largo hall que culmina en la amplia sala Lumiére, de la cual saldrán los habitués con destino a la cafetería, lugar de reunión para quienes disfrutan discutir la programación del día.

Una mezcla entre nostalgia y novedad recorre sus pasillos, sirviendo de alojo tanto para aquellos eternos socios que religiosamente asisten a las funciones de la tarde y a quienes se escucha admirar los clásicos y quejarse de los films contemporáneos, como para aquellos jóvenes fanáticos del séptimo arte, dispuestos a descubrir los rincones históricos que ofrece el Cine Universitario.

Hace unos días, en un comentario de uno de sus directivos en las redes se anunció que la actual emergencia sanitaria podría significar un fin para esta notable institución, y con ella, Montevideo vería cerrar una fundamental parte de su historia.

Las plataformas de streaming han ido matando los videoclubes nacionales y resignificando el ritual de ir al cine. Pocas veces se pisa uno fuera de algún shopping, con la excusa de ver un estreno esperado y comer el balde de pop mensual. El espacio donde argumentar sobre un reciente visionado ya no necesita la presencialidad: basta con tener cuenta de Twitter.

Mientras que para los añejos locatarios el Cine Universitario puede representar la permanencia de una tradición única en tiempos de constante inestabilidad, para los jóvenes representa otra forma de consumir cultura.

Naturalmente, con la liquidez de los tiempos modernos y la introducción constante de nuevas tecnologías que facilitan nuestro tiempo de ocio, se van trasladando al olvido colectivo las viejas costumbres culturales que tanto supieron definir generaciones. La ida al cine está a un clic de distancia, la pantalla fue haciéndose más práctica y no es siquiera necesario tener una tele para disfrutar de la última película de Netflix; alcanza con cualquier smartphone. Sin embargo, aunque las lógicas de las nuevas formas de consumir contenido audiovisual alejen los clasicismos, el cine no está, como muchos han proclamado, muerto. Ha mutado para convertirse en una multiplicidad de ofertas y propuestas que fomentan la exploración de films tanto viejos como nuevos.

De esta exploración, y opinando desde mi posición de pertenencia a la generación zoomer, surge la curiosidad de conocer otros formatos que muestren alternativas a nuestro consumo cinematográfico habitual, a la cultura del streaming.

Volviendo al cineclub, para quienes somos sus recientes habitantes y todavía no cargamos de memoria sus instalaciones, la ida no necesariamente implica el retorno a un momento lejano de dichos avances técnicos, al contrario, resignifica nuestras tradiciones propias de lo moderno y nos presenta una dualidad entre pasado y presente que construye una experiencia nueva.

Más allá de la connotación histórica que el Cine Universitario encarna para nuestro país, que debería ser justificación suficiente para apoyar de cualquier forma su existencia, me atrevo a agregar al argumento la importancia que tiene para la juventud uruguaya que emprende esta búsqueda por lo novedoso, ya que nos ofrece un lugar donde encontrar y preservar la diversidad cultural que atraviesa el cineclub.

Mientras que para los añejos locatarios el Cine Universitario puede representar la permanencia de una tradición única en tiempos de constante inestabilidad, para nosotros, los jóvenes, representa otra forma ‒entre tantas‒ de consumir cultura. Seguiremos transitando sus corredores y salas apropiándonos, con respeto, de una historia que consideramos fundamental para mantener vigente una manera más de mirar la pantalla.

Carolina Vázquez es estudiante avanzada en la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República.