Estamos ante un momento privilegiado para instalar dinámicas reflexivas y de análisis que nos saquen de las posiciones cíclopes y dar pasos en visiones integrales que den cuenta de la complejidad en la que nos encontramos. Buscamos entender como necesarios los abordajes que tengan por centro la dimensión cultural en cuanto subjetividades y espiritualidades. Para ello se convocó el tercer Diálogo Global, realizado el lunes 17, en el que especialistas de diversos países plantearon otras miradas de lo que podemos llamar el punto ciego de lo invisibilizado en la realidad actual.

Los tiempos actuales, más allá de perspectivas que refieren a lo sanitario, a lo social, a lo económico y a lo político, han ocupado los múltiples espacios de intercambios sobre las consecuencias y el después de la pandemia. Pero también consideramos que la situación actual debe ser pensada en términos de las consecuencias psicosociales, los aspectos subjetivos, espirituales y existenciales que implica tal situación, sea en términos de analizar las consecuencias en las relaciones sociales y espirituales del confinamiento, o en términos de la incertidumbre.

El proceso evolutivo instala a la especie humana como un animal cultural y simbólico, no porque otras especies no tengan algún rasgo puntual de esas características, sino porque los humanos somos la máxima expresión conocida de ese diferencial; la condición de la subjetividad en alteridad y la espiritualidad como transcendencia son la otra cara de la exterioridad material y física que nos sitúa en el devenir de la historia. Dimensiones inseparables que se condicionan mutuamente en la singularidad social de pueblos, comunidades y personas en lo territorial, étnico, el género, lo etario, la diversidad sexual o las visiones de lo trascendente que nos enfrentan al dilema por los sentidos y vivencias de la existencia que nos humaniza o deshumaniza.

Esta condición se ve jaqueada en la historia por la tensión entre el desconocimiento de la singularidad de las personas y los pueblos en las formas de explotación, opresión y dominación, y al mismo tiempo por el impulso emancipador de reconocimiento ante la negación de que la presencia de muchas prácticas dominantes se han visto agudizadas en y por la pandemia actual. Justamente Solange do Carmo, doctora brasileña en teología, nos mostró cómo en Brasil la pandemia evidenció con mayor énfasis las desigualdades estructurales presentes en la sociedad, desigualdad que deja en un lugar de mayor vulnerabilidad a las poblaciones afrodescendientes, indígenas y a los sectores populares urbanos. Para Do Carmo, en el marco de la pandemia, el gobierno de Jair Bolsonaro está diezmando a los pueblos indígenas y con esto a sus culturas y espiritualidades. René Orellana, sociólogo boliviano, coincidiendo con Do Carmo, expresó que el momento actual facilita la emergencia o la acentuación de autoritarismos. El criterio de salud está siendo utilizado para promover el miedo ante posibles –y necesarias– movilizaciones.

Muchas espiritualidades se encuentran tensionadas ante ciertas racionalidades dominadoras y no emancipadoras que violentan a pueblos, comunidades y personas de distintas maneras.

Ahora bien, vale preguntarnos en qué medida las tradiciones espirituales y los procesos de conformación de subjetividades posibilitan hacer de las culturas un espacio que nos permita visibilizar y comprender lo que parecen muchas veces sinsentidos y eternos retornos de la historia. Ese impulso emancipador encuentra en las subjetividades y espiritualidades diversas, que se construyen y deconstruyen constantemente a partir de nuestras vivencias, acciones, sentimientos y sueños, y al mismo tiempo a través de nuestras formas de vincularnos, puntos de referencia que nos permiten interpretar los dilemas de sentidos que nos plantea la cotidianidad. Precisamente, podemos apoyarnos en las referencias de la antropóloga ecuatoriana Jeaneth Yépez sobre los sentidos, las reflexiones, memorias y producciones simbólicas que han realizado las comunidades indígenas de Ecuador en el marco de la actual pandemia. El coronavirus es interpretado por estas comunidades como parte de lo no humano, y han tenido que buscar en sus conocimientos y memorias ancestrales formas o elementos que les permitan tratar la enfermedad. Asimismo, sobre el vínculo entre espiritualidad y subjetividad en el contexto de la pandemia, es interesante pensar en lo planteado por la cientista social jordana Renée Hattar sobre ciertos cambios en la forma en que las religiones se vinculan con lo absoluto; estas están tendiendo a relativizar la verdad absoluta, y esto ha posibilitado el diálogo interreligioso.

Por otra parte, consideramos necesario tener en cuenta cómo muchas espiritualidades se encuentran tensionadas ante ciertas racionalidades dominadoras y no emancipadoras que violentan a pueblos, comunidades y personas de distintas maneras. Como señaló en el encuentro la antropóloga y poeta afrocostarricense Shirley Campbell Barr, para los pueblos y comunidades afrodescendientes de la diáspora africana, hablar de espiritualidad y subjetividad supone no sólo hablar de invisibilización, sino también de racismo. Justamente para las cosmologías de matriz africana, la espiritualidad implica necesariamente el conectarse con otros, con la naturaleza y con la búsqueda de paz y armonía en la ausencia de territorio. Tal espiritualidad, propiamente su construcción, profundización y reproducción, ha estado signada por racionalidades dominadoras y violentas que se constituyen como violencias simbólicas, estructurales y políticas que determinan la vulneración por parte del Estado de los grupos afrodescendientes. En efecto, no es posible referir a la espiritualidad sin dar cuenta de los procesos de construcción de memoria y de recuperación identitaria de los pueblos afrodescendientes, y de las demandas de justicia por las vulneraciones sufridas.

Precisamente, el antropólogo uruguayo Nicolás Guigou hizo referencia a la incapacidad que ha tenido nuestro país para hablar de racismo, sobre todo del racismo estructural. En relación al planteo de Campbell, Guigou comentó que tenemos religiones y cosmologías afro, pero estas no están ancladas en territorios étnicos. Esto puede deberse a múltiples razones; una de ellas es el predominio de lo que ha denominado racionalidad caucásica. Por su parte, el teólogo de la liberación Pablo Bonavia nos señaló la importancia de situar y comprender que el cristianismo ha estado colonizado, donde priman las relaciones de dominación y no de reciprocidad. Descolonizar la fe cristiana implica el diálogo como escucha, el reconocimiento e integración de las riquezas de los pueblos indígenas y afrodescendientes, a la vez de cuestionar la racionalidad instrumental.

Es así que los –aparentes– callejones sin salida a los que ha llegado la forma civilizatoria actual reclaman generar sinergias hacia un punto omega de futuro, que permita dar no sólo interpretación a las contradicciones que les hacen inviable la vida a pueblos, comunidades y personas, sino que posibiliten construir procesos que arraiguen en lo más dignificante que las diversas tradiciones culturales y subjetivas tienen y que dan contexto a las subjetividades emancipadoras actuales que buscan afirmar el valor de un mundo en paz, no violento ni discriminador y racista, igualitario, sustentable, y hacia un ejercicio de la libertad integral.

Para ello es fundamental poder situarnos desde el “principio esperanza”, al decir de Ernest Bloch, para leer la historia desde los que están en mayor vulnerabilidad y descartados por una hegemonía cultural, subjetiva y espiritual que no se reconoce desde el devenir con los y las otras en reciprocidad, sino que se configura como una constante depredadora de la naturaleza física y subjetiva, de la materialidad y la espiritualidad de pueblos y personas.

(Agradezco los aportes y el apoyo de la antropóloga Dahiana Barrales para este artículo)

Nelson Villarreal es filósofo y cientista político, docente e investigador universitario.