“Estimado socio, le damos la bienvenida y le informamos que, con el fin de garantizar una mejor atención, esta conversación puede ser grabada o monitoreada”. Ya desde el inicio, la prestación de un servicio médico a través de una comunicación telefónica pareciera poner en cuestión lo privado, lo confidencial, generando un espacio de reflexión que nos indica que es tiempo de preguntarnos si la teleconsulta médico-psiquiátrica es viable. Las comunicaciones telefónicas médico-paciente son confidenciales y más en telemedicina, pero es válido preguntarse qué es la confidencialidad en el mundo virtual. ¿Realmente existe? ¿Desaparece la información en el ciberespacio? ¿Cómo saberlo? Más allá de que suceda o no, todas estas inquietudes pueden surgir en quien llama a consultar por su sufrimiento. Una persona con una mirada persecutoria, ¿podría entrar en este tipo de sistema?, ¿cuánta gente quedaría por fuera de la posibilidad de consulta? La privacidad es un concepto que se construye en la práctica y con el paciente, y en psiquiatría es un tema vital y complejo.

La Organización Mundial de la Salud define la telemedicina como el suministro de servicios de atención sanitaria en los que la distancia constituye un factor crítico, realizado por profesionales que apelan a tecnologías de información y comunicación con objeto de intercambiar datos para hacer diagnósticos, preconizar tratamientos y prevenir enfermedades.

La aparición de internet y las nuevas formas de comunicación, como computadoras, teléfonos celulares inteligentes, así como el acceso a redes informáticas, han cambiado nuestra forma de percibir, relacionarnos y estar en el mundo. Los cambios generan incertidumbres y la respuesta inmediata a ellas es el temor, el miedo a lo que vendrá, el malestar frente a lo desconocido. Pero esto no es de ahora. Se dice que en la antigua Grecia el Cínico Diógenes, en desacuerdo con los cambios socioculturales de su época, se paseaba desnudo por las calles de Atenas, dormía dentro de un barril y comía carne cruda. A ese personaje, Diógenes, que trataba de volver a lo natural, hoy, de acuerdo con los avances en el conocimiento psiquiátrico, lo clasificaríamos dentro del marco de un síndrome poco frecuente.

Los tiempos que vivimos hoy, de modernidad, son tiempos en que el imperativo, la demanda es estar visibles; cuanto más visibles mejores somos, mejor nos verán los demás, más aprobaciones, más “me gusta”, más popular soy y casi que podría decirse, pensando linealmente, “mejor soy”. Es el imperativo de las redes sociales el que se impone, con lo que hay que salir a conquistar la visibilidad. Todo esto causa grandes transformaciones, es una evolución tecnológica en permanente devenir, donde la pregunta de si la tecnología es buena o mala no cabe, simplemente se impone.

Sin dudas que más allá de estas cuestiones, los cuerpos se siguen volviendo más dóciles, más productivos. La formación del yo queda cada vez más dependiente, la subjetividad se construye a través de las redes, donde la presencia de la otredad se diluye hasta hacerse invisible, este devenir nos llevará a la presencia o a la invisibilidad. Suena extraño, ¿no? Pareciera que estas nuevas formas de construcción de subjetividad, formas de presentarnos en las redes, nos hacen vivir nuevos desafíos, inéditos, nuevos riesgos y peligros; también inesperadas limitaciones se nos aparecen, como por ejemplo afrontar estos mismos cambios, adaptarse, estar presentes con nuestra individualidad frágil y vulnerable, tal cual somos, tal cual queremos que nos vean.

Las reflexiones de Slavoj Žižek resultan bastante movilizadoras en este sentido, cuando sostiene que hay más verdad en la máscara que en la supuesta auténtica persona. La verdadera máscara es nuestra estúpida cara de todos los días, ahí están nuestras restricciones, limitaciones, miedos. Pero si te ponés la máscara podés eliminar el control; paradójicamente, una máscara significa que puedo ser lo que de verdad soy.

La relación cara a cara será fundamental para el psiquiatra, y esto no lo da la telemedicina. La primacía de la relación cara a cara le otorgará más importancia al decir que a lo dicho.

Cuántos desafíos para la psiquiatría de hoy en la relación médico-paciente, y más si la pensamos telefónica o virtualmente. Cuántos cambios desde aquel nuevo paradigma promovido por el psiquiatra francés Philippe Pinel en 1800, que fuera considerado el padre de la psiquiatría moderna, decidido a humanizar el tratamiento de los alienados, rompiendo las cadenas que los aseguraban a las paredes del asilo de la época. Seguro que ni el mismo Pinel en su más futurista visión sospecharía cuáles serían las paredes que se romperían. De la atención en el consultorio a la atención a través de la telemedicina el salto es grande, de lo confidencial y privado de las cuatro paredes a lo confidencial y privado en la red. Parece extraño, ¿no?

La no presencia, la invisibilidad, el no encuentro que nos asegura la telemedicina, desde mi punto de vista, como médico psiquiatra especializado en niños y adolescentes, debe ser lo que tenemos que repensar, resignificar. Ejercer la psiquiatría desde una mirada humanista, donde se privilegie el encuentro con el otro, será el desafío en los tiempos futuros. Pensamos al “otro” desde la mirada del filósofo Lévinas, donde se representa la presencia de un ser que no entra en la esfera del “mismo”, presencia que lo desborda, fija su “jerarquía” de infinito.1 Es decir, el otro responde a aquello que no soy yo, aquello que es anterior a mí y gracias a lo cual yo soy quien soy. La cercanía hacia el otro no es para conocerlo, por lo tanto, no es una relación cognoscitiva, sino una relación de tipo meramente ético, en el sentido de que el otro me afecta y me importa, por lo que me exige que me encargue de él, incluso antes de que yo lo elija. Por lo tanto, no podemos guardar distancia con el otro.

La relación cara a cara (Lévinas) será fundamental para el psiquiatra, y esto no lo da la telemedicina. La primacía de la relación cara a cara le otorgará más importancia al decir que a lo dicho, pues el decir pertenece al ámbito de la expresión, momento anterior de las palabras, los signos o cualquier otro elemento del lenguaje, lo que sólo obtendremos en el encuentro. El locus del psiquiatra deberá ser pensado desde el reconocimiento del otro, no desde el conocimiento.

Para concluir esta mirada, desde el lugar del psiquiatra, con el devenir y la vorágine de los cambios que nos hacen ir adaptándonos permanentemente, lo único que define realmente a nuestra profesión es que somos contingencia permanente. Como cierre a esta reflexión, una frase, dicha durante una entrevista del año 1977, por Michel Foucault, quien tanto ha escrito sobre el poder psiquiátrico: “Sueño con un intelectual que destruye evidencia y generalidades, localiza y señala los puntos débiles, las aberturas, las líneas de fuerza en las inercias y constreñimientos de tiempos presentes, se niega a establecer pautas globales para el futuro, está en movimiento constante, no sabe exactamente a dónde se dirige ni qué va a pensar mañana”.

Luis Kempner es psiquiatra infantil.


  1. Lévinas, E (1977). “Totalidad e infinito”. Salamanca: Sígueme (1077, pp. 207-209).