El concepto de género surge del discurso biomédico de los años 40 usado para distinguir el sexo, referido a lo biológico, de las construcciones sociales y culturales que sobre él se depositan. El feminismo de la segunda ola toma ese concepto para denunciar los mandatos de género que la sociedad patriarcal impone sobre las mujeres. El término género, colocado en una dicotomía, excluye necesariamente la biología. Esta dicotomía sexo-género, extensión de la dicotomía mente-cuerpo, ha sido cuestionada por referentes feministas de las últimas décadas, revelando que el cuerpo también es cultura. Esto no implica negar la materialidad del cuerpo, sino entender la concepción de que no hay “verdad” u “objetividad” por fuera del contexto y de la historia.

Cuando viene una persona a la consulta médica, o cuando resuminos una historia clínica, lo primero que ponemos es “fulano, sexo masculino”, “mengana, sexo femenino”. Consideramos que el sexo adjudicado a la persona es un elemento tan central que debe ser lo primero a destacar de la persona. ¿Para qué lo hacemos? Salvo por los aspectos vinculados a la salud sexual y reproductiva o por algunas enfermedades específicas de un sexo, utilizamos ese dato bastante poco. Organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud han marcado la ausencia de perspectiva de género en la atención a la salud, y en nuestro país el diagnóstico prospectivo realizado por la Oficina de Planificación y Presupuesto en el período de gobierno 2015-2020 manifiesta la necesidad de incorporar la perspectiva de género en la salud en Uruguay. Por lo tanto, no podemos concluir que destacamos este dato por la importancia que le damos al concepto de género.

En 2011, un estudio reveló que 64% de los estudios publicados en las principales revistas médicas pasaban por alto el requisito de incluir mujeres en la investigación clínica o evitaban analizar los datos según el sexo de las personas. La amplia mayoría de la evidencia científica en la que basamos nuestro ejercicio médico no tiene en cuenta las diferencias según sexo. Por lo tanto, descartamos también que sea un dato tan relevante por motivos biológicos. ¿Entonces?

Si, como dijimos, entendemos que etiquetar a una persona como hombre o mujer es una decisión social producto de un saber científico previamente afectado por la cultura en la que se desarrolla, podemos valorar que la clasificación sólo existe para construir la norma. En las ciencias médicas lo masculino es la norma y todo lo demás es lo que se aleja de ella, es el parámetro con el que se mide lo normal.

La pensadora feminista Elizabeth Wilson afirma que “las críticas feministas de la estructura estomacal u hormonal... resultan impensables”, y esto se da por culpa de la división real/construido, ciencia/cultura, sexo/género, naturaleza/sociedad. Pero hagamos como nos pide el sexólogo Thomas Laqueur y declaremos un duelo a los dualismos. Las formulaciones dicotómicas conspiran para hacer que el análisis sociocultural del cuerpo parezca imposible. Aceptemos el desafío y hagamos un análisis feminista del aparato digestivo.

Precisamos una concepción de la ciencia que supere dualismos y reconozca sus límites, y lo político y transitorio de sus conclusiones.

Cuando analizamos el aparato digestivo vemos que las hormonas influyen en su funcionamiento. La serotonina, hormona que influye en el estado de ánimo, también influye sobre la motilidad intestinal (acción del aparato digestivo para desplazar el contenido de la boca hacia el ano). Diversos factores externos, como eventos vitales estresantes, pueden afectar el nivel de esta sustancia en sangre. En las mujeres, los niveles de esta hormona suelen ser más bajos y variar durante el transcurso del ciclo menstrual, por lo tanto existen especificidades de funcionamiento intestinal que tienen variaciones con respecto a los hombres. Cuando analizamos enfermedades como el cáncer de colon, que puede aparecer independientemente del sexo, hay indicios de que pruebas para la detección temprana, como la sangre oculta en heces, que en nuestro país está pautado que debe realizarse a partir de los 50 años cada dos años, sería menos sensible en mujeres por la diferencia de la motilidad intestinal, lo que podría llevar a un retardo en el diagnóstico de esta enfermedad. Lamentablemente, las diferencias según sexo-género a nivel del aparato gastrointestinal no han sido suficientemente estudiadas por el sistema médico, por lo que los diagnósticos y tratamientos se basan en lo evidenciado en los hombres.

Distintas enfermedades del aparato digestivo se manifiestan inicialmente por dolor. Analicemos este aspecto entonces. El dolor en un fenómeno multifactorial, afectado por factores externos e internos de la persona. Los cambios hormonales afectan el umbral del dolor: mayor nivel de testosterona se ha asociado con mayor tolerancia al dolor. Un grupo de investigadores en Estados Unidos observó que la posibilidad de que una mujer recibiera analgésicos para calmar un dolor abdominal agudo en las emergencias era más baja que la de un hombre. Las mujeres recibieron en menor medida analgésicos, menos calmantes opiáceos, y tuvieron mayor tiempo de espera para recibir el tratamiento. El personal médico se mostró más receptivo al dolor de los hombres, ya que se espera que las mujeres “se quejen más”, pero un hombre consulta cuando “realmente le duele”. Los dolores menstruales son acompañados muchas veces de un aumento de una sustancia llamada prostaglandinas, lo que genera también síntomas digestivos, como dolor de estómago o diarrea, síntomas que tienen buena respuesta en general a los antiinflamatorios no esteroideos, como el ibuprofeno, pero que muchas veces hay una prescripción por debajo de lo esperado por desestimar estos dolores por ser considerados “normales”. La manera en que se absorbe y se distribuye un fármaco en el cuerpo varía según varios factores, entre ellos la distribución de agua y tejido graso en el cuerpo, y la proporción de estos elementos varían entre hombres y mujeres. Sin embargo, esto no se tiene en cuenta en la dosis a administrar. Precisamos una ciencia a la altura de nuestros dolores.

¿Qué hacemos ante esto? Anne Fausto-Sterling afirma que debemos entender las limitaciones del conocimiento procedente de una sola disciplina. Sólo equipos no jerárquicos, pluridisciplinarios, pueden fraguar un conocimiento más completo.

Es por esto que precisamos una concepción de la ciencia que supere dualismos y reconozca sus límites, y lo político y transitorio de sus conclusiones.

Virginia Cardozo es doctora en Medicina, especialista en medicina familiar y comunitaria, diplomada en Género y Política de Igualdad.