Esta semana el Senado consideró la rendición de cuentas 2019. Hubo coincidencias que abren esperanzas para algunas políticas de Estado y hubo abismos de lejanía. El Frente Amplio (FA) rindió cuentas, pero el oficialismo ya había cerrado el caso antes de abrirlo. Los argumentos y los reproches caben todos en dos narrativas, y giran como discos paralelos que pocas veces se rozan.

El cuento corto

El relato de derecha es redondito. Visto de lejos, no tiene fisuras. Es breve, en apariencia coherente y sobre todo, simple. La comunicación le es funcional: cultura de titulares (si ya no de tuits, o micro “verdades” posteadas en las redes).

El gobierno mostró la “foto” de un país en declive, condenado por el déficit fiscal desmesurado, la impericia para aprovechar los tiempos de bonanza y el endeudamiento irresponsable. Según la coalición, el “despilfarro” en el gasto la dejó con las manos atadas, sin más chance que recortar para ordenar.

Los invito a escuchar la sesión en el canal del Parlamento, es pública.1 Los senadores multicolores resumen la “fiesta frenteamplista” con sentencias como estas: se gastó más en educación, pero bajó la matrícula escolar. Creció el gasto en vivienda y hay más asentamientos (todo esto en la licuadora, junto al déficit, el endeudamiento y la imprevisibilidad).

Por si tanta pirotecnia multicolor hubiera encandilado, el presidente Lacalle redondeó más claro aun: “Se gastó mucho, se gastó mal y se endeudó al país”.2

El relato de la izquierda es largo. Hay que contar ladrillos y salarios, poner en valor los derechos recuperados, y la importancia de contar con una comunidad científica robusta.

El cuento largo

No vale anclar el cuento en un panorama “neutro”. El FA recibió un país repechando una crisis feroz. Los servicios públicos y los salarios estaban deteriorados. La pobreza dolía, 40%; la informalidad era de 40,7%, y a la agenda de derechos le faltaban muchísimas páginas. Avanzar requirió voluntad política, trabajo y dinero. Contarlo lleva tiempo.

El relato de la izquierda es largo. Hay que contar ladrillos y salarios, poner en valor los derechos recuperados, y la importancia de contar con una comunidad científica robusta.

Resume la doctora Diana Mir, consultada sobre la pandemia: “La soberanía que ha dado la formación científica y la elaboración de todos los implementos técnicos ha sido muy significativa. Eso es un proceso histórico, son muchos años para llegar a estar donde estamos, y ahora lo vemos, si retrocedemos, volver a estar aquí costará muchísimo”.3

Evolucionar hacia una verdadera política de género, por ejemplo, complejiza el relato. ¿Por qué? Porque implica asumir las diferentes dimensiones de la desigualdad.

El relato de la izquierda es complejo porque interpela. Porque los esfuerzos no alcanzan. En Uruguay la violencia de género crece cada año. Crece a pesar de todo. Tenemos más víctimas de violencia de género en relación a la población de lo que hoy tienen Brasil o México. El relato cuidadoso azota, fogonea, porque se debe admitir cuando no alcanza.4

¿Se desaprovechó la bonanza?

Según la versión oficial, al FA le tocó la prosperidad y en vez de ahorrar, se deslumbró cual mendigo invitado a palacio. Hubo un período internacional favorable durante los primeros años de gobierno frenteamplista, pero esas condiciones no fueron, ni por asomo, constantes. La crisis global de 2008 instaló otro escenario, menos favorable y mucho más volátil. El comercio internacional se contrajo, bajaron los precios de los commodities, que son la mayoría de nuestras exportaciones, y el precio del barril de petróleo se disparó.

Afirmar que piloteamos 15 años con “viento de cola” es falso. Basta ver lo que pasaba en Argentina y Brasil para valorar las condiciones de “autonomía de vuelo” que fuimos capaces de construir.

En educación, instalar que estamos peor es falso. La oferta educativa se amplió en edades, en tiempo pedagógico, en opciones, en carreras docentes, y se expandió en el territorio.

Uruguay tiene la mayor cantidad de personas estudiando en su historia. Más de un millón de estudiantes, 80.000 más que una década atrás y 175.000 más que en 2005.

La educación incorporó herramientas que hoy son irrenunciables, como el Plan Ceibal, la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, la capilaridad de la Universidad de la República, la Universidad Tecnológica, no sólo como institución educativa, sino también como agente local de desarrollo.

Un maestro grado 1 que trabaja 20 horas recibía en 2019 32.861 pesos mensuales; el doble, en términos reales, que en 2004.

En vez de simplificar sumando plata por un lado y escolares por otro (la matrícula cayó y seguirá cayendo, las futuras cohortes tendrán 8.000 niños menos por la caída en los nacimientos), busquemos respuestas.

Claro que hay resultados insuficientes, evaluaciones magras, inequidades sociales y espaciales. Claro que perdemos muchachos en el trayecto de secundaria. Busquemos para encontrar, no replanteándonos la alimentación escolar, por ejemplo.

En materia de cultura, el relato oficial es resultadista. Tiene retorno, o no tiene. Eso explica, quizás, que al ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, le den “bronca” los reclamos del teatro independiente, un colectivo artístico con más de 50 grupos y más de 4.000 trabajadores que reclaman instancias de diálogo y que exigían que no se dieran largas para la reapertura.

La política cultural de estos años representó llegar a cada departamento y a cada barrio. Esto no será redituable jamás.

La historia está llena de ejemplos de inversiones cuestionadas. La rambla de Montevideo fue el mayor despilfarro de su época y no hay espacio más democrático que ese. Al teatro Solís, al SODRE y al Antel Arena les llovieron piedras. Ojalá sean las últimas, ojalá comprendamos que democracia es bastante más que votar cada cinco años. El relato de izquierda es largo también porque enfrentó este debate.

En este momento de ajustes, es clave comprender que hay cosas cuyo valor trasciende largamente su precio.

Por otra parte, afirmar, como se hizo, que hay más asentamientos que en 2005 es viejo, repetido y falso. Como describe el arquitecto Salvador Schelotto, el fenómeno hizo crisis en los 80 y 90. Los gobiernos del FA regularizaron, urbanizaron y relocalizaron más de 100 asentamientos conformados en esas décadas, e incluso en los años 40 y 50.5

El microtitular vaya a saber con qué compara, porque no hay línea de base previa a 2005. Desde entonces, lo que hubo fue una reducción.

Una vez más el chispazo simplificador, lejos de la verdad y el debate. El corazón del problema de la vivienda no está sólo en los asentamientos. Hay más personas pobres en la ciudad consolidada. Hay asentamientos de 250 familias y otros de 30. Salir de la categoría jurídico dominial de asentamiento, sin servicios ni construcción de ciudad, no le cambia la vida a nadie.

El relato renovado

La fórmula efectista, sin salirse de la baldosa del diagnóstico, le dio resultado a la coalición conservadora. Equipo que gana no se toca. Cambia el decorado, pero la narrativa es idéntica: livianita, ligera, imperceptible, como se rozan los peces en la orilla.

La izquierda, en cambio, precisa contar largo. El relato es trasversal, multidisciplinar y hasta pastoso. Pero es también inclusivo y crispado. Involucra a sindicatos, estudiantes, empresarios, a la sociedad civil, a los colectivos y a la densa red de demandas, tensiones e intereses legítimos que hacen a la sociedad uruguaya.

Por eso en las elecciones de setiembre se juega tanto. Una cosa es contar luminarias, contenedores u obras (que vaya si se han hecho), y otra muy diferente es construir ciudadanía.

El FA tiene el enorme reto de escribir colectivamente el nuevo relato. Habrá que incorporar los problemas ambientales, el empleo desafiado por la tecnología, la inmigración, el envejecimiento...

Finalmente, no hay relato sin relatores. Allí la tarea es enorme. Urge la renovación, la autocrítica y la síntesis, porque a toda esta frondosidad le está quedando chica la maceta de las viejas estructuras.

El desafío es encontrarnos, fortalecidos, del otro lado de las palabras.

Laura Fernández es integrante de Fuerza Renovadora, Frente Amplio.