La educación es un tema de importancia en la agenda política del nuevo gobierno. Así lo han expresado las autoridades electas en sus discursos preelectorales y en los acuerdos programáticos. En los planteos de elaboración de la ley presupuestal, que organiza cómo se distribuirán las partidas económicas del presupuesto nacional, se afirma que la educación es un tema de sumo interés.

Este gobierno tiene un proyecto claro para la educación y lo ha construido durante años: con formación de docentes en posgrados en universidades privadas1 facilitando el acceso con becas distribuidas entre los distintos consejos de educación, con integración de técnicos y personalidades de distintos sectores políticos, con la conformación institucional de un espacio para sellar esa integración (Eduy21) y la publicación de un libro como hoja de ruta (El libro abierto) para orientar los futuros cambios. Algunos de los aspectos sustanciales en la organización de la institucionalidad educativa ya han sido planteados en la ley de urgente consideración (LUC), recientemente aprobada. En esta ley se plantea un cambio radical en el gobierno y administración de la educación pública, constituyéndose el marco jurídico necesario para integrar los cambios con los que se pretende reformarla.

Todo grupo político que aspire a constituirse como gobierno tiene derecho a desarrollar su proyecto educativo en relación al país que desea impulsar; más aún, es un deber en su agenda política, y si no lo hace otros lo harán por él. Sin embargo, la tradición democrática en nuestro país ha afirmado la sana idea de que la educación es una cuestión social de interés nacional y no puede estar sujeta a los vaivenes de los gobiernos de turno. Por esta razón es que, para no ser resistidos como una imposición autoritaria, los proyectos de reforma en la educación deben ganar el mayor acuerdo posible entre los distintos sectores políticos.

Para ganar ese acuerdo amplio se debe convencer. Así que bienvenido el debate de ideas acerca de la educación, donde realmente se expresen las distintas voces y posturas. Se trata de decidir qué educación queremos, qué seres humanos promovemos formar y para qué sociedad nos proyectamos. Es, sin duda, uno de los proyectos políticos de mayor envergadura en la construcción de la sociedad.

A partir de estos documentos (LUC, El libro abierto, declaraciones de autoridades designadas por el nuevo gobierno) tomados como base de datos sobre los que se va construyendo el cambio en la educación, me propongo acercar al debate algunas pastillitas –pistas para pensar– sumando otras voces necesarias.

Lo uno y lo múltiple, lo común y lo diverso

Una de las tensiones discutidas a lo largo de la historia de la educación es entre que esta deba centrarse en conformar lo común (saberes básicos compartidos para construir la participación en la comunidad), o centrarse en la diversificación (atendiendo las necesidades de especialización o intereses de los distintos grupos sociales e individuos). Una educación democrática, según muestra la historia, será la que se propone poner atención a ambos aspectos y sostener el equilibrio. Sin embargo, el énfasis en un polo u otro inclina la balanza y responde a diferentes fines político-educativos.

Para Émile Durkheim (1922) considerar la tensión entre “lo uno y lo múltiple” permite atender la construcción de una sociedad en armonía a partir de la enseñanza de saberes, actitudes y valores a compartir, desarrollando a la vez la necesaria especialización diversificada que garantice la división del trabajo. El autor habla de “hombres de acción y hombres de pensamiento”, distinguiendo de esa forma aptitudes naturales en los individuos que los inclinan hacia lo uno o hacia lo otro. Por supuesto que no habla de “hombres y mujeres”, ya que la educación de estas no era una preocupación social dominante en la época. Tampoco se centra en analizar las diferencias de clases sociales y las distintas oportunidades educativas a las que pueden acceder los individuos según sus condiciones económicas. Aunque Durkheim refería en sus escritos al necesario equilibrio entre lo uno y lo múltiple, la balanza estaba inclinada hacia lo múltiple para acompañar el proceso de industrialización con la formación de mano de obra calificada.

Serán análisis posteriores sobre la educación y su rol social (Louis Althusser, Pierre Bourdieu, entre otros) los que denunciarán cómo estos modelos educativos han colaborado con la reproducción de las desigualdades culturales y económicas.

En nuestro país, bastante antes de que Durkheim empezara a escribir en Europa, José Pedro Varela (1874) también se planteaba cómo resolver la tensión entre lo común y la diversificación. La propuesta de Varela inclina la balanza más fuertemente hacia lo común. Pone como centro de su discurso la idea de igualdad: todos los individuos tienen obligación de ser educados, ya que este es un derecho irrenunciable de los hombres libres que se constituyen en ciudadanos-republicanos participando en la sociedad democrática-República. Sin duda pensaba desde otro contexto sociohistórico; la industrialización en Uruguay requería erradicar al gaucho, superar las divisiones políticas que sangraban el país en sucesivos conflictos bélicos, e integrar la diversidad de emigrantes en una cultura común. Y es este acento en la igualdad (sintetizado en la idea de escuela laica, gratuita y obligatoria) una matriz fundacional de la educación pública en nuestro país a la que no ha renunciado ninguno de los grandes educadores que han construido nuestra historia y conforman nuestro mejor legado pedagógico.

Estas referencias históricas nos muestran que el debate al respecto viene de hace mucho y cómo en él se juegan intereses y fines educativos. Hoy vuelve a plantearse la discusión sobre la necesidad de inclinar la balanza hacia lo común o hacia la diversificación.

El discurso que tiende a imponerse refiere a la necesidad de vincular educación y trabajo, preparar a los jóvenes para un mundo futuro incierto que exige capacidades de adaptación laboral cambiantes. Se destaca la necesidad de desarrollar competencias diversas, se habla de la capacidad de innovación como salvavidas fundamental. También se refieren números y estadísticas, en análisis de corte sociológico, que revelan la desigualdad en los resultados educativos entre los distintos sectores socioeconómicos. Este último aspecto es de especial preocupación y a partir de él se argumenta para reformar la educación.

Vamos a poner en cuestionamiento ese discurso, ya que da por aceptados algunos supuestos que no compartimos.

Desatando el paquete

La necesaria vinculación entre educación y trabajo requiere esclarecer qué se entiende por trabajo. Si asumimos que el término trabajo refiere a una actividad transformadora propiamente humana, no cabe duda de que toda actividad educativa prepara para el trabajo y es ella misma trabajo. Se integran en esta noción tanto el trabajo intelectual como el manual, entendiendo que ambos se vinculan estrechamente.

Más fragmentación social, más fragmentación territorial. Tendremos centros educativos de pobres y de ricos, centros educativos que atan su proyecto pedagógico a las limitaciones del barrio en vez de abrirse al mundo.

Así, un niño o niña que asiste al nivel inicial o jardín aprende a manipular la tijera recortando y pegando papel, y en ello desarrolla destrezas manuales propias de la motricidad fina necesarias para múltiples actividades de trabajo en la vida y a la vez desarrolla esquemas cognitivos que le permiten pensar y crear. Está trabajando manual e intelectualmente y se está preparando para el trabajo. Toda la educación básica, desde inicial hasta media incluida, prepara al individuo para su desarrollo vital e integral. No cabe duda, desde esta perspectiva, que educación y trabajo se vinculan estrechamente como componentes necesarios en ese proceso de humanización y de integración sociocultural.

Sin embargo, en los discursos que circulan la vinculación educación-trabajo refiere a este último como profesión o empleo, como actividad laboral. Se fundamenta claramente esta vinculación en las necesidades de un mercado cambiante que exige desarrollar “competencias” o habilidades específicas. De este modo se le pide a la educación que sea más tempranamente profesionalizante y prepare para una inserción más efectiva en el ámbito laboral. Pero ¿a qué educación se le atribuyen estos cometidos? Está claro que no se piensa en la educación inicial o primaria; el interés reformista apunta a la educación media. Es en ese tramo educativo, además, donde las estadísticas registran los números más alarmantes de desigualdad en resultados académicos (rezago, repetición, abandono especialmente en sectores con mayores carencias económico-culturales). Por lo tanto, se piensa en la educación media destinada a los sectores populares, se piensa en la educación pública, que es la que los contiene. No se está pensando en la educación de las elites o sectores más privilegiados que asisten mayoritariamente a instituciones privadas, ya que para ellos la profesionalización e inserción laboral se pospone con posgrados, especializaciones y niveles de mayor preparación.

Está claro que la educación prepara para el futuro, prepara a las nuevas generaciones para insertarse o ser parte de la futura sociedad. Por ello todo proyecto educativo presupone una idea de sociedad a la que se aspira, a un mañana imaginado y para el cual se prepara a los jóvenes. Esta idea está claramente explicitada en los recientes enfoques reformistas cuando aluden a un futuro de trabajo que exige prepararse con nuevas “competencias”. El problema es que aquí no hay un proyecto de sociedad futura mejor y más justa, sino que, por el contrario, se asume la continuidad del modelo capitalista en una nueva etapa como realidad natural e inevitable. Por ello la propuesta es de una educación que sujete a los individuos en vez de liberarlos; se apuesta al disciplinamiento conformista en vez de a la actividad crítica transformadora.

Por supuesto que no se dice eso tal cual; por el contrario, se habla de promover el carácter “innovador”, considerando este atributo como factor asegurador de la libertad individual y el éxito. Pero ¿a qué se refieren con “innovación”? Se trata de habilidades para crear nuevas estrategias de desempeño laboral: tener iniciativa individual o ser “emprendedor”, saber resolver conflictos ante desafíos en el trabajo. En vez de transformar se habla de innovar, en vez de desarrollar la solidaridad se habla de desarrollar competencias colaborativas para trabajar en equipo. Es el lenguaje de las empresas que atraviesa la educación.

Bajo esta consigna de vincular educación y trabajo (tomando el término “trabajo” en su acepción restringida, sinónimo de ocupación o empleo) se apuesta a una educación pública para pobres que les garantice una formación mínima y los habilite a ingresar en el mercado laboral como mano de obra calificada. Este enfoque fortalece la reproducción de la fragmentación social y lejos está de proponerse colaborar en su superación.

Este modelo abandona la idea de igualdad entre los seres humanos y la necesidad de un desarrollo integral para todos y lo sustituye por la atención a la diversidad, bajo la excusa de la preocupación por atender las diferentes necesidades presentes en la sociedad y en los distintos territorios. Más fragmentación social, más fragmentación territorial. Tendremos centros educativos de pobres y de ricos, centros educativos que atan su proyecto pedagógico a las limitaciones del barrio en vez de abrirse al mundo. Esto no tiene nada que ver con la idea de contextualizar la propuesta didáctica, acercando los contenidos que trabajan a la realidad conocida por los estudiantes. Tiene que ver con centros educativos que compiten entre sí para distinguirse según el nivel socioeconómico de los estudiantes y el territorio del cual concurren.

Mientras el capitalismo se hace más global y los sectores de poder forman a sus descendientes integrándolos al mundo global (educación en instituciones bilingües, posgrados en el exterior), los sectores destinados a ser los sometidos aprenden a adaptarse al mundo que otros diseñan y a resolver con eficiencia su inserción territorial. Para algunos el mundo será propio y abarcable, mientras para otros seguirá siendo ancho y ajeno.

Anay Acosta es egresada del IPA. Ejerció como docente de Filosofía en educación secundaria, en formación docente, en la Universidad de la República, y como inspectora nacional de Filosofía en el Consejo de Educación Secundaria.

Referencias bibliográficas

Durkheim, E (1922). Educación y sociología, Editorial Babel, Colombia, 1976.

Varela, JP (1874). La educación del pueblo, Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, Montevideo, 1964.


  1. El enfoque de contenidos y metodología desarrollado en esos posgrados es afín y fundamenta teóricamente la propuesta educativa sostenida en Eduy21. No es, en absoluto, el planteo que se desarrolla en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, en su Sección Ciencias de la Educación, donde las líneas de análisis e investigación se centran en enfoques críticos.