La izquierda uruguaya tiene una rica tradición de movilización social, discusión y creación de ideas, autocrítica y desvelo por aunar fuerzas en busca de un mundo más justo. Esa tradición sigue plenamente vigente y está latente en la sociedad uruguaya, expresada a través de una enorme cantidad de iniciativas solidarias, alternativas, comunitarias, de reflexión, de movilización y acción.

Nos encontramos frente a un nuevo escenario que hace necesario el debate plural, profundo y fraterno en torno a los supuestos, las propuestas y las prácticas de las izquierdas. Los errores cometidos y las oportunidades poco aprovechadas reclaman modestia y debemos volver a aprender cómo impulsar transformaciones sociales deseables.

Las izquierdas podrían definirse por un compromiso ético: impulsar conjuntamente libertad, igualdad y solidaridad. Las tres consignas deben ser consideradas en conjunto y al mismo nivel, sin sacrificar ninguna a las otras. Conjugan derechos con compromisos, individuales y colectivos, apuntando a mejorar la calidad de vida material y espiritual de la gente con prioridad en los más postergados. Llevan a reivindicar el pluralismo, la democracia y la agenda completa de los derechos humanos para todas y todos en todas partes.

La democratización de las relaciones sociales apunta a disminuir drásticamente las disparidades de acumulación de riqueza, poder económico, político y de conocimientos, limitar el poder militar, y enfrentar los distintos ejes que estructuran las desigualdades, todo ello en formas que amplíen la calidad de vida individual y colectiva.

Lo anterior implica reconocer que nuestras sociedades son estructuradas por distintos ejes de desigualdad en torno no sólo a la clase social, sino también al género o sexo, lo étnico-racial, las capacidades físicas y cognitivas, entre otras. Esto deviene en un desafío respecto de cómo articular la lucha contra estas desigualdades en el terreno tanto simbólico como material, entendiendo las formas en que estas relaciones de dominación se cruzan, se complementan y se tensionan. En un esfuerzo democratizador que no implica simplemente buscar una mayor integración social de las personas y los colectivos “tradicionalmente” excluidos, sino también pensar y actuar desde una mirada que fomente prácticas y proyectos socialistas, antipatriarcales y descoloniales en pos de emancipaciones realmente transformadoras.

En este proceso, es importante aprender de la historia y de las mejores tradiciones socialistas.

El “ciclo progresista” latinoamericano se caracterizó por un gran impulso a las políticas sociales, que sin embargo fue perdiendo dinamismo con su propio éxito. Revivirá seguramente junto con la expansión de la agencia de los grupos postergados. Los grandes avances sociales se han caracterizado por el protagonismo de quienes directamente se han involucrado: lo ejemplifican los movimientos obrero, ambientalista y feminismo, los mayores agentes de transformación con inspiración de izquierdas en la historia contemporánea. La experiencia de los ciclos progresistas ha demostrado que en las condiciones sociopolíticas de los últimos años se han podido librar batallas clave, pero han quedado una gran cantidad en el tintero.

Otro aporte significativo del “ciclo progresista” fue recuperar el papel del Estado. Para que este sea el escudo de las personas más débiles e impulsor mayor de cambios en profundidad, es imprescindible que se lo dirija democráticamente y con eficiencia. La crisis mundial de hoy vuelve a mostrar la diferencia que hace tener o no tener herramientas estatales adecuadas, que permitan respaldar rápidamente a la población priorizando a quienes más lo necesitan. Sólo las izquierdas han impulsado el papel estratégico del Estado basado en los principios de justicia social y solidaridad. Tienen que volver a convencer a las mayorías de que saben cómo hacerlo.

A su vez, es importante poder poner en cuestión tanto el relato oficial de un “capitalismo triunfante” como ciertas visiones idealizadas sobre los “socialismos de Estado”, que no contribuyen al enfrentamiento de los peores rasgos del capitalismo, que hoy domina al mundo, ni a la búsqueda de caminos necesariamente nuevos para superarlo.

Tres desafíos principales del mundo actual son la insustentabilidad ambiental, las desigualdades y el autoritarismo. Si el crecimiento económico sigue teniendo lugar en desmedro de la sustentabilidad ambiental, se va a una catástrofe climática. En casi todas partes el crecimiento económico va de la mano con el incremento de la desigualdad. Una de las razones es que este crecimiento se basa en el conocimiento avanzado de que, cuando no hay políticas alternativas, es un recurso con rendimientos crecientes a su uso: quienes más lo usan, más lo tienen, mientras lo contrario les pasa a quienes menos pueden usarlo.

La combinación de capitalismo y conocimiento es hoy la principal configuración del poder. Ella aprovecha plenamente el poder militar y de los medios masivos de comunicación y tiende a subordinar al poder político.

Ausencia de sustentabilidad y desigualdad son dos desafíos habitualmente reconocidos y estrechamente vinculados. Hay que prestar también atención al desafío del autoritarismo, que se extiende o afianza a lo largo y ancho del mundo (China, Estados Unidos, India, Rusia, Brasil, etcétera); la desigualdad que afecta a los perdedores de la globalización ha impulsado una reacción chovinista de derechas que facilitó –entre otras– la elección de Donald Trump. En buena medida, cada uno de los tres desafíos agrava a los otros dos. En lo que las izquierdas puedan aportar a enfrentarlos se juega su vigencia y quizás también el porvenir de la humanidad.

Para encarar los desafíos de proteger más al ambiente y depender en menor medida de la bonanza exportadora o de la inversión extranjera es imprescindible impulsar una transformación productiva basada en la educación y el conocimiento. Ante todo, no hay transformación productiva profunda y deseable sin una sostenida incorporación de altas calificaciones y conocimiento avanzado al conjunto de la producción de bienes y servicios socialmente valiosos. En esto las posibilidades de las empresas públicas, particularmente en un país que ha sabido preservarlas, como Uruguay, son grandes, pero en general poco aprovechadas. Las izquierdas de la periferia no son inmunes al virus de la dependencia ideológica, que incluye suponer que la ciencia y la tecnología del Norte es de por sí mejor que la propia. La crisis sanitaria actual pone de manifiesto el potencial de la investigación nacional de nivel internacional con vocación social.

Tampoco habrá cambios deseables de gran envergadura sin la participación de la sociedad civil en sus múltiples expresiones.

A su vez, la malla de protección social debe poder atender con efectividad diferencias sociales, apoyos a la redistribución y dificultades derivadas de un mundo laboral y social cambiantes, y principalmente proteger a los sectores más desfavorecidos, al tiempo que estimular permanentemente la reducción de las múltiples desigualdades. Esta nueva matriz debe incorporar aspectos hoy incipientes, como el apoyo a las personas y familias en las etapas reproductivas, de crianza y a los cuidados de personas dependientes. Es vital que se logre calibrar la eficiencia y la justicia para avanzar sobre un equilibrio donde se logren mayorías sociales que la sostengan, así como seguir un criterio de profunda solidaridad.

La combinación de capitalismo y conocimiento es hoy la principal configuración del poder. Ella aprovecha plenamente el poder militar y de los medios masivos de comunicación y tiende a subordinar al poder político. Ha promovido una globalización que al mismo tiempo multiplicó la producción y puso de manifiesto rasgos catastróficos. Desde hace ya varios años esa globalización se está resquebrajando en formas que dificultan cada vez más la coordinación internacional para atender a los grandes problemas de la humanidad. El proceso en su conjunto va camino de generar alteraciones mayores. Para afrontarlas harán falta protagonismos de nuevas generaciones militantes, formas originales de acción a todos los niveles de la sociedad, y también la revitalización de las ideas de izquierdas.

Con este objetivo, quienes suscribimos esta nota, junto a una buena cantidad de compañeras y compañeros, hemos comenzado un intercambio plural y abierto de ideas que está disponible en futurosdeizquierda.com. Allí encontrarán la versión completa de este texto y se irán incorporando aportes desde distintas miradas para contribuir al debate. Este espacio es también una invitación para que cualquier persona que se sienta convocada o interpelada pueda seguir la discusión e incluso realizar aportes.

Organizarse, identificar nudos críticos y reflexionar. Las urgencias del ahora exigirán un nivel de preparación sin precedentes.

Se agradecen enormemente los aportes en este proceso de Federico Barreto, Luis Bértola, Mariana Cattoi, Martín Couto, Alberto Couriel, José Díaz, Gabriela Fachola, Federico Graña, Juan Pablo Labat, Manuel Laguarda, Pablo Martínez, Oriana Montti, Constanza Moreira, María Eugenia Oholeguy, Daniel Olesker, David Rabinovich, Enrique Rubio y Andrea Vigorito.