Ya la murga lo cantó1 hace algunos carnavales: “hay niños y hay menores”, pero esa afirmación tiene el respaldo de bibliotecas enteras hechas por prestigiosos investigadores e investigadoras nacionales e internacionales, y aunque creíamos que ya no hacía falta insistir en este asunto, algo del presente nos indica que tendremos que volver.

Uno de los problemas más acuciantes vinculados a niños, niñas y adolescentes en sociedades como la nuestra es el hecho de que la vida de quienes viven detrás de la línea de la pobreza2 y de quienes cuentan con las condiciones para ser definidos como no pobres es extremada e injustamente distinta. Nos quedamos cortos con la idea de que la pobreza es sólo una cuestión material, de acceso o no acceso a bienes y servicios. La vida de los que no tienen lugar en esta sociedad, y por lo tanto han quedado excluidos del reparo y la distribución, está llena de apremios, dolores y excesos. Claro que la vida singular de cada uno será más o menos gratificante, pero no dudamos en entender que las injusticias sociales son una de las formas más evidentes de la infelicidad de niños, niñas y adolescentes, incluyendo el hecho de que, en ciertas condiciones, estos sean tratados como menores.

¿Qué significa decir que hay niños, niñas y adolescentes tratados como menores? Veámoslo a la luz de un tema actual, de alta relevancia y de alta divulgación en estos días en la agenda pública: la desinternación.

Muchas personas se preguntan: ¿y qué tiene de malo que niños, niñas y adolescentes estén internados en instituciones de protección?, mientras otras afirman que es imposible desinternar y otros y otras nos identificamos con la consigna de la desinternación y la impulsamos, pero necesitamos hacer ciertas precisiones.

El último estudio de UNICEF sobre la población que participa en el llamado sistema de protección especial muestra que 80% de esos niños, niñas y adolescentes han vivido alguna forma de violencia (maltrato, abuso, eventos traumáticos). A esta altura del conocimiento que tenemos acerca del desarrollo infantil y adolescente no dudaríamos en afirmar la importancia de disponer un tratamiento al daño psicoemocional, al dolor y a los síntomas que se han suscitado (aunque en ocasiones haya que esperar el momento propicio para ser aceptado). Sin embargo, estamos muy lejos de disponer lo necesario para que todos y todas los niños, niñas y adolescentes que viven en instituciones accedan a abordajes adecuados para el tratamiento del daño psicoemocional en curso. Y por eso decimos que hay un mundo para los niños y otro para los menores.

Los adultos que acompañan a niños, niñas y adolescentes en recuperarse y reanudar los hilos de la vida luego de experiencias extremas, abusivas y violentas necesitan ser orientados y acompañados. En las mejores intervenciones vemos desplegarse un conjunto de acciones que incluye orientación a padres, familiares, maestros, referentes, para intervenir de manera adecuada ante las señales y reacciones de los niños, aprender a decodificar las conductas y ofrecerles la mejor respuesta. También el ambiente que pueden instalar familias y personas integradas y no pobres suele contar con otros recursos, que no son técnicos, sino que se componen de distintos acompañantes y cuidadores que comparten el tiempo de cuidado, juego e intercambio con los niños. Las personas que trabajan en los centros residenciales de 24 horas suelen vivir experiencias muy difíciles sostenidas, muchas veces, por menos personas de las necesarias para abordar la vida colectiva de los centros, han recibido escasa formación en relación a la compleja realidad en la que intervienen y suelen expresar la necesidad de contar con apoyos que no llegan. Nuevamente, la división entre niños y menores.

Con cierta regularidad los y las adolescentes que han vivido experiencias muy duras, entre las que se encuentra la explotación sexual u otras formas extremas de la violencia, pueden permanecer en clínicas psiquiátricas como medida de protección, pero incluso luego de obtener el alta médica, esto supone continuar viviendo en una clínica psiquiátrica aun cuando los médicos indican que no es bueno estar allí. Sólo puede pasarle a los menores.

La desinternación, y todas aquellas estrategias que tiendan a evitarla, son señales de mejores políticas de protección si son concebidas como un combate contra toda forma de minorización de niños, niñas y adolescentes.

Podríamos seguir, y muchos y muchas podrían testimoniar decenas de otras referencias, ejemplos, anécdotas, que muestran las múltiples formas que tenemos como sociedad de separar aquello que hacemos con niños, niñas y adolescentes y lo que hacemos como sociedad con los menores.

Por eso, nos importa sostener que la desinternación, y todas aquellas estrategias que tiendan a evitarla, son señales de mejores políticas de protección si son concebidas como un combate contra toda forma de minorización de niños, niñas y adolescentes. Y por eso entendemos que es importante establecer todas aquellas controversias, distinciones, precisiones y prioridades para sostener cuál es el norte de un programa de desinternación que vaya a contramano de la minorización de los niños, niñas y adolescentes pobres.

El desarrollo del tema es extenso, pero querría colocar las siguientes precisiones acerca de qué supone desinternar sin minorización a niños y adolescentes:

  • El conjunto de niños, niñas y adolescentes que se encuentran en los internados son prácticamente en su totalidad pobres y extremadamente pobres, y por lo tanto toda política de desinternación debe incluir a la vez un combate contra la pobreza infantil y adolescente desnaturalizando las injusticias sociales.
  • Sobre los niños, niñas y adolescentes pobres y extremadamente pobres acechan cierto tipo de poderes que encuentran al bajo precio de la necesidad terreno fértil para desplegarse; es el caso de las formas que operan el narcotráfico, la explotación sexual, la trata de personas. Minorizamos a esos niños, niñas y adolescentes cuando, al final del día, son ellos los que terminan internados y encerrados para ser “protegidos” mientras no encontramos ni buscamos hasta encontrar formas de justicia que operen sobre los que delinquen usando el cuerpo y las vidas de niños y niñas. Se trata de sostener con total convicción que en materia de niños, niñas y adolescentes casi nunca cuidar tiene que ver con encerrar.
  • Desminorizar a los niños, niñas y adolescentes pobres y extremadamente pobres es entender que cuando la vida ha sido abusiva, intrusiva o negligente con algunos de ellos, la forma de prestarles ayuda no es el castigo ni la judicialización de sus vidas. Los ayudamos a través de la labor de personas que sólo pueden efectuar bien su tarea si se generan las condiciones y la confianza para que cada uno, en el trabajo caso a caso, se comprometa, y en tanto considere a los niños y adolescentes como seres humanos con un pasado significativo y con necesidades presentes que son fundamentalmente las mismas que las del resto de los niños y niñas.

Las políticas públicas de infancia y adolescencia que buscan la desinternación pueden recorrer caminos muy distintos, algunos de beneficio dudoso para niños, niñas y adolescentes. Las que buscan comprometerse con el bienestar infantil deberán estar más preocupadas por volver disponibles recursos para mejorar la vida de niños, niñas y adolescentes que por recortes presupuestales; menos preocupadas por demagogias mediáticas y más próximas al terreno fangoso y venido a menos de los dramas infantiles de los pobres de nuestra sociedad, que en ocasiones, bajo las formas de la mala educación, la descarga motriz y las conductas de riesgo, piden a gritos que nos demos cuenta de que son niños, niñas y adolescentes, y no menores.

Carmen Rodríguez es licenciada en Psicología y doctora en Educación, consultora en políticas de infancia y adolescencia y docente en la ANEP.


  1. ¿Menores o niños?, murga La Mojigata, Uruguay, 2010. 

  2. Detrás de la línea de la pobreza. La vida en los barrios populares de Montevideo, V. Filardo, D. Merklen, Pomaire, Montevideo, 2020.