Desde fines de diciembre de 2019, la pandemia de covid-19 comenzó a transformar el mundo. En ese momento, aún no tomábamos dimensión del cambio radical que esto iba a aparejar, tanto a nivel económico, social, como en lo sanitario en el marco de cada sociedad, y del mundo en general. Sin embargo, tampoco tomábamos dimensión de cómo nos iba a impactar en la singularidad, donde la vida cotidiana también se vio transformada de modo abrupto y casi sin posibilidad de tramitar ese cambio, cuando ya había que salir a afrontarlo, a poner el cuerpo y la mente para esta nueva precipitosa situación que había que transitar.

La vida familiar, social, académica y laboral se transformó. La sociedad en su conjunto comenzó a modificarse y una vez más, las mujeres, como en tantas oportunidades, fuimos quienes pagamos el doble la misma factura. En un mismo ambiente pasaron a convivir la computadora, el celular, junto con la mamadera, la comida a media cocción, el ruido del lavarropas, que no interfiera con la reunión virtual y rogando que a nuestros hijos no se les ocurriera pelearse entre ellos, llorar ni gritar, mientras estábamos conectadas con nuestra responsabilidad laboral, ahora desde la modalidad de teletrabajo, hace algo más de un año y medio.

Y este plazo no es inocuo a la salud en su conjunto. Porque hablar de salud debería ser considerar a la salud como un todo, con sus diferentes aristas y sistemas. El concepto de salud ha sufrido cambios con el transcurrir de las épocas. En 1948 la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió el término como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.  Aunque esta definición fue acogida por algunos como innovadora, también fue criticada por ser excesivamente amplia y no considerarse medible. Hacia el año 1980 la OMS desempeñó un papel destacado al fomentar el desarrollo del movimiento de promoción de la salud aportando una nueva concepción de salud, no como un estado, sino en términos dinámicos, de resiliencia.

En 1984, revisó su definición y la cambió por “el grado en que un individuo o grupo es capaz de realizar sus aspiraciones y satisfacer sus necesidades, así como de cambiar o hacer frente a su entorno”. La salud es un recurso para la vida cotidiana, no el objetivo de la vida; es un concepto positivo, que hace hincapié en los recursos sociales y personales, así como en las capacidades físicas. Así, la salud se refería a la capacidad de mantener la homeostasis y recuperarse de las agresiones. La salud mental, intelectual, emocional y social se refería a la capacidad de una persona para manejar el estrés, para adquirir habilidades, para mantener relaciones, todo lo cual forma recursos para la resiliencia y la vida independiente. Esto abre muchas posibilidades para que la salud sea enseñada, fortalecida y aprendida.

Así las cosas, las nuevas modalidades de trabajo pasaron a irrumpir. El teletrabajo pasó de ser una forma de trabajo posible a ser la opción por excelencia. Y hubo que salir a hacerle frente, a adquirir habilidades para manejar el estrés, para afrontar los cambios, para transformar situaciones, al mismo tiempo que nos modificábamos a nosotras y nosotros mismos. Y no sin consecuencias. Padecimientos psíquicos y físicos fueron apareciendo. El primer gran desafío fue congeniar la vida familiar y la laboral en un mismo tiempo y espacio. La sobrecarga de exigencias y responsabilidades de esto han producido trastornos de ansiedad, estrés, angustia generalizada y problemas de sueño, siendo estas las afecciones más frecuentes.

El desafío será, entonces, seguir conquistando derechos que breguen por la salud de cada trabajador y trabajadora, para ser una mejor sociedad, que supo usar el concepto de resiliencia en todo sentido.

Al hablar de estrés nos referimos a la respuesta fisiológica de un individuo, que lo prepara para la acción. Cuando los recursos de afrontamiento superan a las demandas, se vive como una sensación de agobio, fatiga, cansancio, frustración, que muchas veces vienen acompañados de malestar físico y psíquico, que pueden generar un círculo de malestar continuo.

El síndrome de burnout, o de “trabajador quemado”, también ha sido otro padecimiento frecuente en este contexto. Se manifiesta a través de un estado de agotamiento físico y mental que se prolonga en el tiempo y llega a alterar la personalidad y autoestima del trabajador.

Según un informe del Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), siete de cada diez argentinos afirman que la pandemia de coronavirus representa una fuente importante de estrés en sus vidas. Entre 30% y 40% de la población ha tenido sentimientos de depresión, soledad y/o miedo durante la última semana. La pandemia y el período de aislamiento social han generado trastornos en el sueño y el apetito. El consumo de tabaco, tranquilizantes y alcohol se ha incrementado respecto del consumo habitual.

Entre tanto, la jornada laboral y la vida familiar pasaron a convivir en una función continuada. En ese nuevo contexto, la necesidad de una regulación del teletrabajo, del derecho a la desconexión y su implementación, parecen dar un marco de contención que apunta a poner un corte a esta situación. Enmarcar horarios, respetarlos y hacerlos cumplir, dentro del mismo escenario, es el nuevo desafío. La legislación de la Ley del Teletrabajo en Argentina vendría a llenar ese vacío normativo, lo que indicaría que será un componente positivo para las tareas laborales y el derecho a la desconexión que faciliten el apaciguamiento de los padecimientos que esto genera.

En este contexto de turbulencia, las mujeres fuimos quienes, una vez más, salimos a poner el cuerpo. Al mismo tiempo que las cargas laborales se incrementaban, las tareas de cuidado recaían en nosotras también, junto con la contención de nuestros hijos. Teníamos no sólo el desafío de atravesar nuestras propias angustias, sino el de alojar psíquicamente el malestar que toda esta situación generaba en ellos. Desórdenes del sueño, de la alimentación, problemas con la escolaridad, impacto del aislamiento social de su grupo de pares y de su propia familia, tuvieron un gran impacto en la vida de los niños y jóvenes.

La idea de enfermedad presente en cualquier momento y en todas partes, la palabra “muerte” rondando el aire de la vida cotidiana y la incertidumbre de no saber exactamente qué sucedía dejarán seguramente secuelas, de las cuales recién podremos tomar dimensión a largo plazo.

Y en este nuevo mundo nos encontramos batallando. Con la esperanza de que la pandemia pase, más pronto que tarde, y sabiendo que seguramente quedará como un momento histórico, una bisagra en la vida de la humanidad. Ahora bien, las nuevas formas de trabajo que llegaron de la mano de la covid-19 indican que lo hicieron para quedarse. El desafío será, entonces, seguir conquistando derechos que breguen por la salud de cada trabajador y trabajadora, para ser una mejor sociedad, que supo usar el concepto de resiliencia en todo sentido.

Nuria Baby es licenciada en Psicología, egresada de la Universidad de Buenos Aires. Ha sido delegada gremial del banco BBVA y forma parte de La Bancaria - Argentina.