El sábado 20 de noviembre fue un día importante para Brasil, dada la demostración de fuerza de la lucha contra el racismo. Una oportunidad excepcional para que la sociedad tome conciencia de la importancia de incluir el racismo en la lista de los principales males del país.
Necesitamos un gran “no” al racismo, amplio, generalizado y sin restricciones.
Mucha gente en la calle, de norte a sur, protestó en todo el territorio nacional. Y no sólo en las calles. La condena al racismo también estuvo presente en los grandes medios impresos y televisivos y ocupó prácticamente todo internet.
Si analizamos las manifestaciones, textos y comentarios, podemos ver que dentro de este gigantesco movimiento social se manifiestan diferentes perspectivas. Es normal que esto suceda. Cuanto más crezca, más plural será, en todos los aspectos. Con un poco de atención, nos damos cuenta de que estas diferencias de perspectiva van desde el logro de la igualdad racial de hecho, para todos, como si hubiera llegado el momento de que Brasil se deshaga definitivamente de la herencia de la esclavitud, de su racismo estructural, con todas sus características y con todo su repertorio de taras y perversiones. También están aquellos que sólo quieren una inclusión selectiva e individual, sólo para unos pocos.
Brasil le debe esta conciencia que está adquiriendo al pueblo negro, a Zumbi y Quilombo dos Palmares, y a los movimientos negros contemporáneos y su lucha por la igualdad y por una verdadera emancipación.
El subtexto de esta perspectiva limitada sería aceptar la sociedad tal como es, incluida la abismal desigualdad social, dejando a los trabajadores pobres y sus familias excluidos y segregados, casi todos negros, viviendo en los suburbios, barrios marginales y guetos, sometidos a la miseria y a condiciones inhumanas. Hoy en Brasil tenemos millones de familias hambrientas y condenadas a vivir en la pobreza, sometidas a un nivel de violencia compartido por diferentes perpetradores: el narcotráfico, las milicias y la Policía.
Esta lucha sólo avanzará, crecerá y se expandirá a todo el tejido social en los próximos años. Ya es una dimensión de la lucha democrática del país, pero tiende a convertirse en uno de sus temas centrales. Ya ha conquistado parte de las clases medias de la sociedad, pero tiene todo para crecer mucho más y desarrollar un antirracismo activo y militante en toda la sociedad. Ya tiene importancia cultural y política, en el mundo del trabajo, en las relaciones individuales, en el ámbito institucional, en la publicidad, en la educación.
Brasil le debe esta conciencia que está adquiriendo al pueblo negro, a Zumbi y Quilombo dos Palmares, y a los movimientos negros contemporáneos y su lucha por la igualdad y por una verdadera emancipación.
Juca Ferreira es sociólogo, fue ministro de Cultura de los gobiernos de Lula (2008-2010) y de Dilma Rousseff (2015-2016).