En notas anteriores he escrito sobre el avance de las derechas a nivel global y regional. También decíamos que nuestro país no se podía quedar al margen de esa dinámica internacional. Porque en el fondo responde a los mismos intereses que tiene el capital en todas partes: la acumulación de ganancias.

De esta manera podemos observar cómo “comunicadores-panelistas”, algunas cámaras empresariales, algunas empresas y también algunos voceros de estos empresarios convertidos en representantes nacionales (que a su vez son ellos mismos empresarios: ¿a quién representan?, ¿están interesados por el bien común o por el suyo particular?) lanzan una y otra vez sus feroces ataques contra los trabajadores organizados y claman castigos ejemplarizantes.

Antes de seguir es necesario dar un contexto para cepillar la historia a contrapelo (como proponía Walter Benjamin en La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia) para intentar entender las luchas del presente. La prédica contra los trabajadores organizados no es nueva. Desde la llegada de los primeros anarquistas (fines del siglo XIX) al Uruguay y la formación de los primeros sindicatos ya comenzaron a aparecer esos discursos anti organización obrera. Y siguió ocurriendo en los años 30 del siglo XX, cuando en el mundo entero asolaba el fascismo, el nazismo y en particular en Uruguay, el falangismo adquirió una relevancia particular (Carlos Zubillaga, Una historia silenciada).

Quizá el punto más alto de este discurso anti organización obrera haya partido del gobierno de Jorge Pacheco Areco durante 1968. Ante el reclamo de los trabajadores y la fortaleza que estos estaban demostrando luego de conformada la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) en 1966, los sectores dominantes tenían claro a quiénes tenían que combatir. De esa manera el poder político, en alianza con las cámaras empresariales, comenzó a desarrollar una política de represión sistemática contra los obreros y estudiantes. Así se decretaron medidas prontas de seguridad, se instauró la censura de medios de comunicación, se ilegalizó a sindicatos y partidos políticos opositores.

En definitiva, este endurecimiento de las acciones del gobierno pachequista obedeció a que se dio “un giro conservador que expresa[ba] [...] la voluntad de cohesionar la dispersión de propuestas y matices al interior de la propia clase [dominante] y encauzar una lucha ideológica frente a sectores sociales y políticos de oposición que, por esos años, sistematizaban en forma independiente sus propios planteos alternativos de contenido nacional y popular” (Álvaro Rico, El liberalismo conservador, página 14).

Es conocida la represión sufrida por los trabajadores organizados en la CNT durante fines de los años 60. Aquella terrible represión iniciada en los 60 se volvió sistemática y atravesó los años 70. Para intentar entender este proceso es clave estudiar y sistematizar cómo las derechas y las clases dominantes buscaban apoyos en las masas o construir una base social de apoyo. El libro coordinado por Magdalena Broquetas Historia visual del anticomunismo en el Uruguay permite acercarnos a un elemento fundamental para ello.

Los sectores conservadores tienen claro que el movimiento obrero y el movimiento popular en su conjunto continuarán resistiendo todos los ataques.

Me detengo en este momento. Y reescribo: es conocida la represión sufrida por los trabajadores organizados en la CNT durante fines de los años 60. Algo me dice que en la lucha de ideas (en la lucha política en definitiva, al decir de Benjamin de nuevo) no hay nada evidente ni para siempre. Recordemos que los poderosos siempre intentan ocultar la historia de las mayorías explotadas y oprimidas.

Ayer se intentó tergiversar la historia (recordemos que hasta hace dos décadas se negaba que hubiesen existido desaparecidos en Uruguay). Hoy existe un partido político con representación parlamentaria que sostiene las acciones de quienes cometieron esos crímenes y pretende que la Justicia no juzgue a ningún otro criminal. En estos días, también, la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia planteó que el golpe de 1973 se produjo, entre otros motivos, por el caos que generaban los paros y las huelgas de trabajadores.

En una línea de discurso coherente con la ideología que hoy gobierna, podemos ver cómo ayer el pachequismo señalaba que los problemas del país eran consecuencia de los trabajadores y cómo hoy el herrerismo (aliado en aquellos años del pachequismo) sigue manteniendo la misma lectura de la realidad. Por eso los trabajadores de la enseñanza no son parte de las soluciones, si no que son el problema (como expresó el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira); por eso los trabajadores del puerto son los responsables ante los “atrasos” de las exportaciones; por eso los trabajadores de los frigoríficos toman de rehén a los empresarios del sector y a todo el país cuando paralizan sus actividades en plena faena, y así podríamos seguir con cada sector de actividad.

En el período posdictadura también existió un discurso oficial que veía en los trabajadores organizados un actor sospechoso. Pero los golpes y la represión ya no fueron necesarios. A partir de los años 90 los golpes pasaron por la desregulación laboral, el desempleo de ciento de miles que fueron a parar a los flamantes asentamientos (quedó atrás la palabra “cantegril”). Fue la continuidad de la fiesta de los poderosos, el sueño seguía haciéndose realidad: concentrar cada vez más riquezas en unos pocos.

Hoy vuelven a impulsarse con su sueño concentrador. Están cumpliendo su sueño de no tener que negociar, de sancionar y de perseguir a quienes están organizados. Buscan el trabajador ideal: dócil y obediente.

Como decíamos al principio de esta nota, “comunicadores”, voceros empresariales, representantes nacionales están saliendo a pedir públicamente que los trabajadores sean sancionados si paralizan las actividades. Está sucediendo en la educación, la salud, en algunas metalúrgicas, en la industria frigorífica, etcétera. La ley de urgente consideración les dio un impulso para desarrollar sus políticas represivas y concentradoras.

Los sectores conservadores tienen claro que el movimiento obrero y el movimiento popular en su conjunto continuarán resistiendo todos los ataques. Si fueron capaces de sostener la más cruda represión de los 60 y 70, el clima que hoy se vive se superará (con organización y conciencia). La semilla está intacta y los dominadores nunca tendrán paz ni descansarán tranquilos, porque temen que un día se vuelva realidad el País de las Maravillas que cantaba con su inolvidable voz Nancy Guguich.

Héctor Altamirano es docente de Historia.