“Tengo la obligación de apegarme a mis valores, pero también a la representación nacional; yo no puedo apelar a la Ámsterdam o a la Colombes, yo soy la Olímpica, donde se junta el centro de la opinión pública”, dijo el presidente Luis Lacalle Pou, el miércoles, durante una entrevista con Telenoche. Se refirió en la misma línea a la intervención policial de ese día en el puerto de Montevideo, y alegó que ante un “enfrentamiento” entre quienes querían trabajar y quienes no se lo permitían, él tiene que “defender a los dos” con “prudencia” y “paciencia”, sin “ir a los extremos”. Esto merece algunos comentarios.

Lacalle Pou y su entorno le prestan especial atención al trabajo sobre la opinión pública, y no cabe reprocharles nada por ese motivo. En una sociedad democrática, parte de la actividad política consiste en ese trabajo, que está al servicio de la parte más importante: impulsar, más que “valores”, propuestas, en representación de los intereses que se defienden y buscando, en la medida de lo posible, acuerdos con quienes defienden otros.

Se podría decir también que la política consiste en lograr que la mayor parte posible de la ciudadanía quede convencida de que las propuestas y los intereses que un partido defiende benefician, o beneficiarán en algún momento, a toda la sociedad.

Hay conflictos inevitables, que la política no resuelve de modo imparcial ni desde la tribuna. Los partidos salen a la cancha para enfrentarse con otros partidos y ganarles. Es muy deseable que jueguen limpio y que dé gusto verlos en acción, pero su objetivo principal no es el aplauso, y el camino sólo es la recompensa desde un punto de vista filosófico.

Lo mismo pasa, por supuesto, en las relaciones laborales, que son relaciones de fuerzas. Hay conflictos entre los intereses patronales y los de los trabajadores; es deseable que se resuelvan mediante la negociación, pero las fuerzas son muy dispares si cada persona empleada interactúa por su cuenta con quien la emplea. Por eso existen los sindicatos, que disminuyen en cierta medida la desigualdad.

Una organización sindical puede adoptar medidas de fuerza. A veces la posibilidad basta para lograr acuerdos; a veces no se logran y las medidas se concretan. Lacalle Pou dijo que le parece aceptable que los sindicatos “protesten con sus pancartas”, pero si se limitan a hacer eso, lamentablemente, poco o nada consiguen por lo general.

Lo que pasó en el puerto no fue un enfrentamiento entre trabajadores, sino parte de un conflicto no resuelto en las empresas de transporte de cargas. Cada parte trata, por supuesto, de volcar la opinión pública a su favor.

El sindicato señala que los conductores deben realizar jornadas excesivas, a menudo en condiciones “infrahumanas”, y que esto causa siniestros de tránsito en los que cada año muere un centenar de personas. La patronal destaca que bloquear el acceso al puerto le causa perjuicios al país.

El Poder Ejecutivo no defendió “a los dos”: invocando artículos de la LUC, mandó que la Policía detuviera a los manifestantes. Y el presidente, olímpico.