Desde que Luis Alberto Lacalle Pou asumió la Presidencia de la República el 1° de marzo de 2020, ha ido estrechando sistemáticamente sus vínculos con Estados Unidos, con objetivos y métodos coincidentes: defensa de la democracia y ataque a Cuba. Este nuevo relacionamiento inspiró al presidente del derechista Partido Popular (PP) español, Pablo Casado, a invitar a Lacalle Pou para que incorpore a Uruguay a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), “para blindarlos frente a los regímenes totalitarios y las dictaduras caribeñas”.

Al estrechar vínculos con Estados Unidos, Uruguay no sólo está actuando a escala regional, latinoamericana, pues la asociación con una potencia global lo proyecta a escala global. En efecto, Uruguay se encuentra entre los más de 100 países que el presidente estadounidense, Joe Biden, invitó a la Cumbre para la Democracia, el 9 y 10 de diciembre de 2021. Entre los países invitados excluyó a Rusia y China, y, en cambio, invitó a Taiwán, lo que significa una declaración de guerra, pues cruzó la “línea roja” que trazó Pekín sobre la isla que forma parte de su soberanía.

Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con China en 1979 y rompió sus relaciones oficiales con Taiwán. Sin embargo, ese mismo año aprobó una ley sobre las relaciones con Taiwán, comprometiéndose a defenderla, manteniendo un permanente abastecimiento de armas.

El 16 de noviembre de 2021, los presidentes Xi Jinping y Joe Biden sostuvieron una teleconferencia en la que, entre otros, abordaron el tema de Taiwán. El presidente Xi advirtió que China tomará medidas contundentes si los separatistas cruzan la línea roja, y atribuyó la escalada de tensiones en el estrecho de Taiwán a “los repetidos intentos de las autoridades taiwanesas de buscar el apoyo de Estados Unidos para su agenda independentista, así como a la intención de algunos estadounidenses de usar Taiwán para contener a China”.

Esta escalada conflictiva entre Estados Unidos y China perturba las relaciones internacionales que Uruguay está implementando. La política exterior de Uruguay –que incluye una permanente crítica a Cuba–, fue valorada por Wendy Sherman, subsecretaria de Estado de Estados Unidos, que en un breve paso por Montevideo dijo que considera a Uruguay un “amigo y socio” para “fomentar la democracia en la región” y que ve “margen para aumentar el comercio”.

Contradicción esencial

La asociación con Estados Unidos plantea la contradicción esencial entre el discurso democrático humanitario, y la práctica de gobierno y la geopolítica de Washington.

En tanto que los primeros se basan en una ética universal, igualitaria, libertaria, inclusiva, pacifista, la práctica de gobierno y la geopolítica estadounidense son fundamentalistas, maniqueas, excluyentes, discriminatorias, belicistas y defienden intereses particulares. Estos intereses particulares y sus instrumentos se sustentan en un fundamentalismo religioso, en un sistema socioeconómico basado en la ganancia y en la dominación territorial para acceder a materias primas, y en un complejo ofensivo de naturaleza militar e ideológica, los tres interdependientes y funcionales entre sí.

Inspirado en su misión de origen divino, el consejero de Seguridad Nacional John Bolton dijo en la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado en 2019: “Somos excepcionales” y “no importa lo que la Organización de las Naciones Unidas decida, Estados Unidos hará siempre lo que quiera”.

Esta tríada religiosa, económica y militar genera una realidad propia: Karl Rove, principal consejero en estrategia del expresidente George Bush, del que fue secretario general adjunto, reveló a Ron Suskind, que lo publicó en The New York Times: “Me dijo que la gente como yo formábamos parte de lo que llamó ‘la comunidad realidad’ [the reality-based community]: ‘Ustedes creen que las soluciones emergen de su juicioso análisis de la realidad observable’. Asentí y murmuré algo sobre los principios de la Ilustración y el empirismo. Me interrumpió: Ya no es esa la forma como el mundo anda realmente. Ahora somos un imperio. Y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y cuando ustedes estudian esta realidad, juiciosamente, como lo quieren, actuamos de nuevo y creamos otras nuevas realidades, que igualmente pueden estudiar, y es así como pasan las cosas. Somos los actores de la historia [...] Y a ustedes, a todos ustedes sólo les queda estudiar lo que nosotros hacemos”.

De esa forma, distintos presidentes crearon “realidades” y estrategias y siguen provocando grandes efectos: “potencia indispensable”, “Gran Medio Oriente”, zonas de “bombardeos democráticos”, “guerra al terrorismo” (war on terror), “eje del mal” (axis of evil), “guerra de las drogas” (war on drugs).

La crispación de la vida política mediante el enchastre, la negación al diálogo y la manipulación del monopolio mediático es un instrumento de la “estrategia del caos” que desde hace varios años está presente en nuestras latitudes.

Ni disculpas, ni investigaciones

Adam Taylor, periodista de investigación de The Washington Post, llevó a cabo un riguroso informe titulado “It’s not just Hiroshima: The many other things America hasn’t apologized for” (No es sólo Hiroshima: Las muchas otras cosas por las Estados Unidos no se ha disculpado).

Cuando era presidente, Barack Obama fue el primer mandatario estadounidense en funciones que visitó Hiroshima, ciudad japonesa destruida por Estados Unidos con una bomba nuclear en 1945. “A pesar de que el bombardeo se llevó las vidas de unas 150.000 personas, Obama no tiene previsto pedir perdón durante su visita”, anticipó Taylor. Y así fue.

“El agente naranja fue uno de los herbicidas y defoliantes utilizados por los militares estadounidenses durante la guerra de Vietnam (1961-1971). Hanói estima que 400.000 personas fueron asesinadas o mutiladas y 500.000 niños nacieron con defectos como resultado de su uso. La Cruz Roja del país asiático calcula que hasta un millón de personas están discapacitadas o tienen problemas de salud debido a este químico”. “Sin embargo, no hubo ninguna disculpa por esta o cualquier otra controversia de la guerra”, comentó Taylor.

Y así desfilan por este nutrido informe el golpe de Estado iraní de 1953, el golpe de Estado de 1973 en Chile, la invasión de Irak de 2003. “Nunca voy a pedir perdón por Estados Unidos. Me da igual cómo son los hechos”, manifestó George Bush, citado por Taylor. Basada en flagrantes mentiras, la invasión de Irak causó varios centenares de miles de muertos.

Uruguay también fue objeto de la intervención desestabilizadora de Estados Unidos con la dictadura que sufrió. El carácter continental de la intervención estadounidense se expresó en el Plan Cóndor, campaña de represión política y terrorismo de Estado que incluía operaciones de inteligencia y asesinatos de opositores. Fue implementada por las cúpulas de las dictaduras del Cono Sur (Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia).

El gobierno de Estados Unidos proporcionó planificación, coordinación, formación sobre la tortura, apoyo técnico y suministró ayuda militar a las juntas militares. Este apoyo para violaciones de los derechos humanos se canalizó con frecuencia por intermedio de la CIA.

Washington nunca se disculpó.

Estrategia del caos

Como recurso defensivo, desde hace décadas Estados Unidos implementa la “estrategia del caos” para impedir que surjan y se concreten amenazas definitivas.

Así como, al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos implementó el Plan Marshall y la OTAN para cercar política, económica y militarmente a la Unión Soviética y a los países socialistas de Europa, en América Central y México está generando “estados fallidos”, o sea, inviables, mediante la combinación del narcotráfico y la “guerra de las drogas” (war on drugs).

La crispación de la vida política mediante el enchastre, la negación al diálogo y la manipulación del monopolio mediático es un instrumento de la “estrategia del caos” que desde hace ya varios años está presente en nuestras latitudes.

Claudio Iturra es profesor de Historia y periodista.