El mundo, la región y nuestro país parecen no tener otro camino que los caminos de la religión de mercado: más producción para que unos pocos (el 1% más rico) acumulen fortunas inimaginables. Para que esto suceda el capital es el centro de todas las actividades humanas, todo es factible de comprar y vender. Y no interesa qué actividad hay que hacer para conseguir dinero: narcotráfico, venta de armas, esclavización de seres humanos, etcétera. No interesa. Este es el accionar (aceitado y reproducido por las redes y los grandes medios de comunicación) que lleva a la deshumanización de los seres humanos. “En el capitalismo se produce un determinado tipo de persona [...]. ¿Con qué otra cosa podemos llenar el vacío, si no es con dinero, la verdadera necesidad que crea el capitalismo? Llenamos el vacío de nuestras vidas con cosas; nuestro imperativo es consumir [...] el capitalismo produce un ser humano fragmentado, mutilado, cuyo gozo consiste en poseer y consumir cosas, más y más cosas”, sostiene Michael Lebowitz en Si eres tan inteligente, ¿por qué no eres rico? Si alguien no puede o no quiere ingresar en esta ruleta perversa será condenado por los inquisidores silenciosos, será desterrado por negar los placeres de la vida; o lo que es peor, hará cualquier cosa para embarcarse en esa dinámica perversa. El sistema suministra (falsos) objetos de deseo a cada instante y esto está diseñado para que así sea.

Este proceso viene reproduciéndose a gran escala con motivo de la pandemia de covid-19. Pero no parece ser un proceso pergeñado por una élite o una conspiración para controlar a la humanidad. De hecho, eso ya sucedía. Parece que lo que sucede es que la historia del capitalismo es así, se adapta a cualquier situación. Además, estaban todas las condiciones dadas, pues las investigaciones y el desarrollo científico permiten a millones de personas vivir encerradas en sus casas, pudiendo teletrabajar y consumir desde dentro de su hogar, leyendo en foros o redes lo que dicen otros, teniendo cibersexo, etcétera.

Me gustaría abrir algunos matices. Sabemos que no todos los humanos están en esta posición; millones continúan viviendo en la miseria y millones han caído en la pobreza (especialmente en nuestra región) en estos meses de pandemia. Pero tampoco es novedoso. Son los que sobran y quedan fuera del banquete, son los que sobran en el sistema. Pero a la vez juegan un papel importante, pues estarían como posible mano de obra o como población percibida como peligrosa, a la cual se la responsabiliza por estar en esa situación y no hacer nada para salir de allí: “son pobres porque no hacen nada”, se dice y repite una y otra vez (dejándose de lado las implicancias de fomentar todo el tiempo el consumo, mientras tienen que alimentarse en “ollas populares”). De esa manera –objetivamente– cumplen un rol en esta lógica del sistema: atemorizar a los que viven semiencerrados y a los que poseen las mayores riquezas.

En alguna parte Karl Marx plantea que las ideas y las creencias, siendo inmateriales, se vuelven una fuerza material muy potente. Esto es lo que sucede con el imaginario social del que hablábamos en el párrafo anterior: el miedo a las poblaciones sobrantes se vuelve material en la bala que hiere a tres mujeres en Malvín Norte o en cualquier lugar del mundo, porque supuestamente estaban encubriendo a un “peligroso” delincuente.

Esta terrible crisis juega y conecta con los procesos subjetivos contemporáneos, fomentando el individualismo a través del no compromiso con actividades que no dejen un placer inmediato.

Toda esta situación social que estamos viviendo parece difícil de cambiar. Es tan profunda la fuerza del sistema vigente que decidir trabajar para cambiarlo parece una tarea inconducente, un dejar la vida en menesteres ociosos. Siempre los sectores dominantes, a lo largo de la historia, intentan convencer a sus dominados acerca de lo inapelable de ese modo de vida vigente. Y en el capitalismo “la tendencia intrínseca del capital es producir personas que piensan que no hay alternativas [...] Por tradición, educación y hábito se reconoce las exigencias [del capitalismo] como leyes naturales, evidentes por sí mismas”, indica Lebowitz. En tanto, en ¿Caminos sin salida?, Cornelius Castoriadis señala que “la crisis actual de la humanidad es política en el sentido más amplio del término, crisis a la vez de la creatividad y de la imaginación políticas, y de la participación política de los individuos. En primer lugar, la privatización y el ‘individualismo’ reinantes dejan libre curso a lo arbitrario de los aparatos; en un nivel más profundo, la marcha autónoma de la tecnociencia”.

Esta terrible crisis juega y conecta con los procesos subjetivos contemporáneos, fomentando el individualismo a través del no compromiso con actividades que no dejen un placer inmediato. Y si surgen dificultades en algún aspecto de la existencia se opta por dejarlas al margen y seguir hacia cualquier lado, como hizo Alicia cuando le dijo al gato que ella quería llegar a “alguna parte” y no le importaba a dónde. Ese actuar es el modo hegemónico que se nos cuela como agua entre los dedos todos los días y se amplifica por múltiples medios.

En la obra Posibilitar otra vida trans-capitalista (2015), Horacio Cerutti Guldberg plantea la importancia del deseo en nuestra época. Afirma que no es algo a descartar o dejar de lado. Y esto se relaciona también con la crisis que está atravesando la sociedad global.

Se pregunta el autor: “¿Tenemos derecho a desear? [...] ¿El deseo anda por todas partes? ¿Andamos deseando todo el tiempo? ¿Corremos riesgos de confundir, de facto, lo que deseamos con lo que es? Desear o andar por ahí deseando ¿sería una estupidez o una evasión irresponsable de la realidad?”.

Así como los seres humanos llegaron a construir esta realidad que excluye y asesina a millones año tras año (de múltiples maneras y formas, pero con el mismo resultado): ¿no puede hacerse cargo y cambiar todos estos desastres?, ¿acaso la raíz de todas las obras más fascinantes conocidas no fue construida por el mismo ser humano?, ¿la humanidad y cada uno de nosotros individualmente no nos podemos hacer cargo y cambiar estas situaciones (o cualquier otra)?, ¿o acaso creemos que los seres humanos están determinados y no pueden cambiar la historia (personal y social)?, ¿no sería esta una tarea fundamental para aquellos que quieran cambiar de raíz la sociedad?

Tarea ardua y dura, sin dudas. Pero indispensable si queremos seguir siendo humanos y no convertirnos en piezas de un sistema cada día más criminal.

Héctor Altamirano es docente de Historia.