“¿Te da mucho más comprarte una remera que escuchar una canción?”, pregunta Lea Bensasson. No tengo que explicar esta frase, se explica sola, y todos venimos de ahí: nos crece adentro la cultura. Involuntariamente, nos crece, tomemos o no la decisión de que se quede y nos aumente la alegría, el placer, la reflexión. Es tan generosa que se instala para siempre y es la más leal de todas: nunca nos abandona.

Desde que nacemos vivimos en un mundo pautado por reglas que primero son artísticas y luego se transforman en culturales y sociales. Más que reglas, formas de observar y vivir que nos amplían la perspectiva del sistema heredado sobre cómo ser feliz, y nos dan confianza sobre nuestra subjetividad. Uno de los tantos roles del arte en el ser humano. La amplificación sensible es uno de los aportes más rentables que han volcado los artistas sobre la salud individual y colectiva. Tampoco se habla de eso.

Pero ahora no quisiera detenerme ahí, sino en la precarización laboral, la empatía pública y también sindical (¿dónde está el PIT CNT?).

No hay manera de ocultar nuestra precarización. No la hay. Hablemos de eso. Pero hablemos a calzón quitado. Propongo un acto de valentía, de confesión. Un acto de verdad.

Cuando uno va al médico lo que más desea es llegar al diagnóstico lo antes posible para establecer el tratamiento adecuado; el foco es ese. En cultura no elegimos ese camino porque ocultamos, nos peleamos, nos dividimos, no decimos las cosas por su nombre, los culpables son los otros, no queremos llegar al fondo, no nos interesa la verdad. ¿Por qué?

Cuando egresé de la escuela de teatro de El Galpón me ofrecieron estar en el elenco. Recién había vuelto de una beca en Polonia y estaba deslumbrada, pero no por la cultura europea sino por el lugar real de los artistas en una sociedad. Respetados y valorados, pero no solamente en el aplauso, en lo real también tenían existencia y pertenencia en un mapa social y con derechos. Para mí fue una revelación. Era muy joven y creía en los ideales. Y no digamos que los europeos son ricos y nosotros pobres, por favor, no desviemos el curso de las cosas. No pasa por ahí. ¿Por dónde, entonces?

Todavía permanece en mí una cena con actores, actrices y directores polacos (entre inglés, francés y polaco) en la que les explicaba nuestro sistema teatral y dijeron la palabra terrible: “Ah, entonces son teatro amateur”. Quedé anulada, sin palabras, no encontraba lenguaje equivalente, y lo que no se nombra no existe. Y mientras ellos bailaban, bebían y seguían hablando, yo, que hasta ese momento había creído que no era extranjera, que nos unía lo mismo, sentí el impacto de esa traducción que dejó en evidencia una verdad que sigue estando presente, a la que aquella noche helada no pude responder.

Montevideo tiene un fenómeno (casi mundial) que se llama teatro independiente, que es profesional por su calidad pero no lo es por la economía de los integrantes.

¿Por qué los independientes que van a una sala no tienen ningún tipo de cobertura? ¿Está relacionado con la calidad artística? No. Entonces, ¿con qué?

¿Cuál es el rol de las salas públicas, de los fondos, de los subsidios, de cómo conviven en una sala pública elencos estables e independientes con beneficios sociales en unos sí y en otros no? ¿Por qué los independientes que van a una sala no tienen ningún tipo de cobertura? ¿Está relacionado con la calidad artística? No. Entonces, ¿con qué?

Si las entradas pagaran el costo de una producción deberían ascender a un mínimo de 5.000 pesos por persona. La taquilla tampoco da de comer. Eso es falso. Sí, funcionan en circuitos comerciales como en la calle Corrientes en Buenos aires, en Broadway (por citar dos ejemplos), donde hay empresarios que invierten. Entonces, el teatro se divide en el comercial y el público. Unos son financiados por productores privados, y otros por el Estado o gobierno departamental.

Hemos ido absorbiendo y poniendo parches. La pandemia explotó rápidamente algo que se sabía pero que nadie había querido decir, hacer, regular, modificar.

¿Quién se anima?

¿Por qué no se unen las direcciones de Cultura, instituciones públicas y privadas, gestores, representantes en cargos públicos y privados del sector? ¿Por qué, en vez de pelearse en los medios, no se arma un proyecto colectivo que nos incluya y en el que el desafío sea trabajar por soluciones sin tiendas políticas partidarias?

He escuchado y seguido con atención las intervenciones de Lea Bensasson en los medios como líder del grupo Uruguay es Música, y agradezco cada una de sus participaciones por su lucidez, valentía y claridad. Necesitamos honestidad intelectual para salir adelante. No hay otra.

Cuando el médico recibe a una persona accidentada, no se preocupa o se obsesiona con encontrar el culpable o con determinar si la víctima tuvo responsabilidad en el hecho, sino en solucionar las heridas, en salvarla. Propongo esa mirada clínica.

Es hora de trabajar juntos/as, sin eufemismos ni discursos vacuos, sin miradas rancias ni emociones programadas. Si te importa, demostralo.

Las acciones son antorchas en la oscuridad.

Seamos activos y reactivos. Seamos.

Marianella Morena es dramaturga.