La vida cotidiana, la salud, la economía, la educación, los modos de relacionamiento se han visto seriamente afectados tras la irrupción de la pandemia. La fragilidad de nuestra existencia ha quedado aún más en evidencia; el miedo a enfermar, a morir, la angustia por el desempleo y la desesperación por no tener un sustento, la pérdida de familiares que han fallecido en la más extrema soledad con el dolor que implica no poder acompañarlos durante el proceso de despedida.

Nos enfrentamos a un virus que nos impone la distancia, la separación, el aislamiento, la imposibilidad de abrazarnos y ver el rostro del otro en su completitud. Un virus que nos despierta el miedo a enfermarnos, a morir y a contagiar a personas queridas. Al mismo tiempo nos muestra la importancia del cuidado de uno mismo y de los otros, de poder pensar y proteger a los demás.

De acuerdo a informes de la Organización Mundial de la Salud, la pandemia está afectando no sólo la salud física de la población, sino también la mental, y tal vez en mayor medida. Las personas están padeciendo estrés, depresión, ansiedad, angustia, así como el agravamiento de patologías psiquiátricas previas. La pérdida de empleo, las complicaciones económicas, el aislamiento, la soledad, la posibilidad de enfermar y morir, la muerte de familiares, el estrés laboral, los conflictos a nivel familiar, la pobreza, la prolongación de la pandemia, su carácter sostenido y la incertidumbre en torno a su curso y finalización constituyen factores de riesgo de esta situación de emergencia sanitaria que repercuten en forma negativa sobre la salud de la población.

Ante esta circunstancia, resulta imprescindible la implementación de medidas de protección social para los sectores que están siendo más afectados. Las intervenciones precoces deben llevarse a cabo para amortiguar los efectos de la crisis en la salud mental de las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad.

Por otro lado, en los tiempos que transitamos es necesario apelar y reforzar la capacidad de resiliencia. La palabra resiliencia proviene del latín resilio, que significa “volver atrás”, “volver de un salto”, “rebotar”. En las ciencias físicas se la define como la propiedad de un material para volver a su forma original después de haber sido sometido a una presión deformadora. El término resiliencia se emplea como contrario a fragilidad, no sólo por la resistencia que opone el cuerpo ante el choque del material, sino también por su elasticidad y capacidad de rebotar.

El concepto fue luego recogido por las ciencias sociales para referirse a aquellas personas que vivieron experiencias traumáticas y pudieron afrontarlas y adaptarse en forma positiva. Se aplica también a nivel comunitario para referirse a pueblos o grupos humanos que han logrado sobrevivir y recuperarse de experiencias catastróficas como guerras, terremotos, etcétera.

La resiliencia implica una combinación de factores protectores, personales, familiares y sociales. Las personas que desarrollan la capacidad resiliente disponen en ellos mismos y en su entorno verdaderos escudos protectores que contrarrestan los efectos nocivos de la situación adversa. Estos factores ejercen entre ellos un efecto acumulativo e intensificador, es decir que pueden actuar potenciándose unos a otros.

Boris Cyrulinik, psiquiatra especializado en resiliencia, destaca la capacidad del ser humano para transformar el dolor, como un factor protector. Este autor es un claro ejemplo de resiliencia ante la adversidad; sus padres murieron en un campo de concentración y él escapó siendo un niño. De adulto logró estudiar medicina e investigó sobre la capacidad resiliente. Para Cyrulinik el arte, la literatura, la música, la danza y la pintura posibilitan darles un orden a las experiencias dolorosas, expresar los sentimientos y emociones, así como refugiarse en la fantasía obteniendo cierto alivio ante una realidad intolerable.

En estos tiempos inciertos debemos desplegar nuestras fortalezas, nuestros recursos personales y generar redes de solidaridad, promoviendo el autocuidado colectivo y la contención.

Stefan Vanistandael señala como factor protector fundamental de la resiliencia la capacidad para establecer vínculos y contar con lazos de confianza e intimidad. La pandemia ha afectado lo social, el relacionamiento cotidiano, imponiendo el distanciamiento físico. Las personas han perdido sus espacios de participación; clubes, centros, reuniones grupales, etcétera.

Es por este motivo que debemos mantenernos conectados con familiares, amigos, vecinos y estar presentes a pesar del distanciamiento físico; mantener llamadas, comunicaciones por plataformas de videollamadas, compartir videos familiares, así como encuentros al aire libre con familiares y amigos siguiendo las medidas de cuidados.

Los vínculos posibilitan enfrentar y sobrellevar mejor las tensiones, brindan seguridad y contención. Es necesario hablar con otros, expresarnos, compartir nuestras emociones, temores, angustias. Dar lugar más que nunca a las palabras, a la comunicación, al intercambio, a la escucha, a los silencios, “abrazar” con la mirada, con la voz y su prosodia, aspectos que sí podemos desplegar y poner en juego en el encuentro con el otro. Los temores y preocupaciones que despierta esta pandemia pueden encontrar cierto bálsamo en la mirada comprensiva y las palabras que sostienen. Las redes de apoyo en la escuela, en el barrio, las organizaciones comunitarias, las líneas telefónicas de ayuda constituyen espacios a los cuales podemos recurrir en caso de necesitar ayuda.

La solidaridad es también un factor de protección que está estrechamente vinculado con la generosidad y la empatía; implica brindar apoyo a los demás sin esperar algo a cambio.

Martha Nussbaum plantea que cuando las otras personas sufren un daño, esa situación nos moviliza a ayudarlos. No somos diferentes a quien sufre, también somos vulnerables y susceptibles de sufrir el mismo daño. De acuerdo con esta autora, la sociedad no debería perder el sentido de lo trágico, porque si perdemos el sentido de la compasión por las personas que sufren en forma desigual las complicaciones de la vida, estamos en peligro de perder nuestra propia humanidad.

La esperanza es otro factor de protección que, al decir de Paulo Freire, nos mueve, nos marca en una dirección. Implica, aun en tiempos de incertidumbre y desesperanza, la posibilidad de creer en el ser humano y en su capacidad para salir adelante.

En estos tiempos inciertos debemos desplegar nuestras fortalezas, nuestros recursos personales y generar redes de solidaridad, promoviendo el autocuidado colectivo y la contención. Se debe considerar como prioridad el cuidado de la salud de las personas y de la comunidad, potenciando y desarrollando factores personales y sociales para hacer frente a los desafíos que nos plantea esta situación de emergencia sanitaria.

Ximena Abdala es licenciada en Psicología.