Uruguay sorprende por la concentración de talento en una población escasa. Desde su fundación como país independiente ha enriquecido la cultura con notables artistas, pensadores y movimientos que no sólo impactan en Iberoamérica sino en el mundo. Hacer listas siempre es arbitrario, pero hay hechos irrefutables que no implican un juicio sino una constatación: Joaquín Torres García, José Enrique Rodó, Juana de Ibarbourou, Matos Rodríguez, Horacio Quiroga, Pedro Figari, Alfredo Zitarrosa, Idea Vilariño, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, la generación del 45, Zavala Muniz, la Comedia Nacional, La Licorne, Del Cioppo, El Galpón, China Zorrilla, el Circular, Di Giorgio, Taco Larreta, entre otras personalidades y grupos, integran el universo cultural del período y la disciplina en que les tocó vivir. Muchos la trascienden.

La pandemia ha visibilizado la fragilidad de la actividad cultural dentro de la organización social contemporánea, aunque junto con la ciencia demostró ser uno de los sectores que más acompañan a las personas en esta travesía dramática. Y en la medida en que surge con nitidez la naturaleza esencial de los bienes culturales, también aparece una protección más débil que en otras áreas. Indudablemente no es igual en todos los países, pero los reclamos se escuchan aun en aquellos países que, como Alemania, han declarado la esencialidad de la cultura e inyectado fuertes sumas en subsidios.

En estas últimas semanas se ha difundido en nuestro ámbito una carta, se han publicado notas y reclamos que buscan que la opinión pública atienda la cultura. Como el tema es muy amplio, quisiera dirigir el ángulo de mi observación a la capacidad de irradiación internacional que tienen las expresiones artísticas y, muy especialmente, el teatro en un contexto de cierre de fronteras y limitación a la circulación que no hemos conocido ni aun en situaciones de guerra. A pesar de la cancelación de giras, festivales y representaciones en el exterior, los creadores uruguayos no estuvieron ni estarán ausentes del panorama internacional de la actividad.

Ya en 2020 la primera obra de autor latinoamericano que fue estrenada en Sudamérica, Ana contra la muerte, de Gabriel Calderón, fue transmitida por streaming pago a la región por iniciativa de la entidad chilena Fundación Teatro a Mil. Igual suerte tuvo la versión de danza de la novela La tregua, de Mario Benedetti, que el Ballet Nacional del Sodre estrenó el 26 de noviembre luego de dos años de preparación y que también fue difundida en embajadas y consulados de Uruguay en el exterior.

La pandemia ha visibilizado la fragilidad de la actividad cultural dentro de la organización social contemporánea, aunque junto con la ciencia demostró ser uno de los sectores que más acompañan a las personas en esta travesía dramática.

En el corriente año, Tamara Cubas y Florencia Lindner representaron al país en el festival chileno Santiago a Mil, y en los próximos meses otros artistas protagonizarán hechos de relevancia en España. Gabriel Calderón, luego de dictar seminarios en Suiza e Italia, asistirá al estreno el 21 de abril de su obra Historia de un jabalí (en Montevideo se llamó Algo de Ricardo) en el teatro La Abadía de Madrid, que ya fue estrenado en versión catalana. En mayo Sergio Blanco estrenará su obra Divina invención o la celebración del amor en la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España. Y en octubre Marianella Morena dirigirá su versión de Fuenteovejuna con la Joven Compañía de Teatro Clásico de Málaga, que se estrenará en el teatro La Abadía en un infrecuente esquema de coproducción con Uruguay y con la actriz uruguaya Mané Pérez en el protagónico femenino de la obra.

No intento agotar con estos datos la presencia de artistas uruguayos en el exterior, sino sólo ilustrar que aun en este escenario de restricción, la circulación de talento es posible y no sólo implica la incorporación para el país de riqueza simbólica, sino también la posibilidad de expansión económica, generación de empleo e intercambio de bienes y divisas.

Como lo destaqué en el inicio de esta nota, no es nueva esta situación. Ya en la segunda mitad del siglo XX la presencia de El Galpón, El Circular y la Comedia Nacional en escenarios internacionales era frecuente. Me parece interesante destacar que hoy puede proponerse enfatizar en la política de todas las instituciones públicas (nacionales y departamentales) y del diverso sector privado la internacionalización de la producción artística como instrumento para la superación de la crisis, la mayor protección del sector y el desarrollo humano de todo el país. En recientes declaraciones a la diaria, Mariana Wainstein, directora nacional de Cultura, destacó que la potencia de Uruguay radica en esa área.

Como bien expresó Jorge Luis Borges, ante una sociedad abrumada por los dogmas, las plegarias, los tabúes, las guerras y las glorias, los griegos contrajeron la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión. En Uruguay esa costumbre tiene muchos cultores, y sin duda será el camino para que la creación artística pueda transitar un camino de grandeza.

José Miguel Onaindia fue director artístico de los auditorios Adela Reta, Nelly Goitiño y Vaz Ferreira.