¿Quién nunca leyó, al momento de usar las redes sociales, el término “militantes de Twitter”? O, en la misma línea, ¿quién nunca vio en las redes la recriminación de militantes “de a pie” a aquellos considerados “de Twitter” por la falta de conocimiento y participación en los espacios de militancia territorial? Aquí propongo discutir algunos aspectos de la dicotomía entre la militancia territorial y la “digital”, y sobre todo pensar si se trata verdaderamente de dos posturas o formas opuestas, o más bien podemos pensarlas como complementarias.
La bibliografía sobre el activismo o militancia digital abunda, y en ella se hacen varias de las preguntas a las que hoy estamos tratando de buscarles respuesta. El investigador finlandés Henrik Serup Christensen trata el fenómeno del slacktivism, definido como “aquellas actividades políticas que no tienen impacto en los hechos políticos de la ‘vida real’ pero sirven para hacer sentir bien a los participantes que las llevan a cabo”. Christensen pone en cuestión al tan denostado slacktivism, e indaga si, a pesar de no generar resultados de forma “directa”, no influye en movilizar a la militancia desde internet al ámbito territorial.
Concluye que, justamente, las actividades de carácter político desarrolladas en el plano digital no tienen tanto impacto en lo que coloquialmente llamamos la “vida real”, pero sí poseen la suficiente potencialidad como para motivar a los usuarios a ir más allá de las vías digitales. Esta nota podría terminar aquí, con las conclusiones a las que llega Christensen, pero propongo ahondar un poco en las formas y experiencias de militancia digital actuales, para aproximarnos aún más a la pregunta planteada anteriormente.
De Twitter a TikTok, cada red social concentra sus usuarios y sus públicos, sus temáticas y sus formas de ser utilizadas y expresarse a través de ellas. También hay cierta transversalidad, sobre todo en las temáticas abordadas, que no distingue las particularidades de cada red. En todo este mundo “moderno” y “líquido”, tomando las palabras de la uruguaya Ana Luz Protesoni, se difuminan las fronteras pero se hace más factible el objetivo: la difusión.
El verbo “militar”, que la Real Academia Española (RAE) define como “haber o concurrir en una cosa alguna razón o circunstancia particular que favorece o apoya cierta pretensión o determinado proyecto”, marca esto de que hay un fin común a quienes militan. Uno de los pilares que hacen a la militancia es justamente difundir los ideales mientras se transita el camino hacia esos proyectos. Las redes sociales, hoy lejos de aquel paradigma noventoso de espacios plenamente democratizadores, aún siguen siendo grandes amplificadores de lo que allí se dice o hace. Y qué más necesario, que calce como anillo al dedo para la militancia, que un espacio donde los ideales resuenen y alcancen a más públicos.
Sin embargo, no hay que olvidar las particularidades de las redes: la segmentación de públicos, los algoritmos que en ellas operan, y las “cámaras de eco” donde resuenan únicamente las voces afines a cómo pensamos y opinamos. También nuestra forma de actuar y navegar estas aguas es distinta: tenemos menos tolerancia a escuchar opiniones contrarias a las propias, la razón se mide más por interacciones que por factibilidad de los argumentos, y hay un constante “ruido” en el que se pierden las cosas.
Por otro lado, está aquello que me gusta llamar la “fauna” de las redes sociales, porque en ellas proliferan los infames trolls, siempre al acecho para molestar, difamar e insultar. La presencia de estos personajes siempre pone en jaque la pregunta de si las redes son espacios verdaderamente cívicos y democráticos donde tener discusiones. Y, una vez más, tendríamos que decantarnos por plantear que no se trata de espacios idénticos a la realidad territorial, sino que sus componentes son otros y primero deberíamos ahondar en cómo es y quiénes hacen el “civismo digital”, este nuevo y distinto ambiente donde librar conversaciones y debates.
Las redes sociales pueden pensarse como trampolín para involucrar políticamente a los sujetos, hacerlos sentir parte e invitarlos a dar el salto a los barrios, los comités y locales partidarios.
A pesar de estas “barreras”, aún es posible tender puentes y conectar con aquellos que no ocupan los mismos espacios territoriales que uno. Incluso las redes propician mayor “horizontalidad” en la comunicación con los líderes políticos del proyecto que se milita, una cercanía que, de otra forma, por razones geográficas o de agenda, eran más escasas.
La pandemia se ha presentado como algo inédito que ha puesto en jaque, entre tantas cosas, las formas tradicionales de militar proyectos políticos y sociales. Si gran parte de nuestras vidas diarias antes de esta estaban abocadas a lo que veíamos que acontecía en las redes, ahora estas últimas se han vuelto un elemento indisociable de nuestra cotidianidad y el acontecer exterior.
Pero pensando a la pandemia como excepción a la regla, podemos llegar a algunas conclusiones. La primera es que las redes, al ser “burbujas” de filtro, nos impiden ver más allá de ciertos horizontes. Aquella difusión sin límites de los ideales, que se planteó anteriormente, termina acotándose y enfrentándose a su vez a las barreras que las redes naturalmente imponen. La viralidad, vocablo tan usado en este último tiempo, termina siendo una manera de sortear algunos de estos obstáculos, pero nada se vuelve viral por arte de magia, sino que hay un gran trabajo ‒en este caso militante‒ atrás empujando para que esto sea así.
Por ende, nos decantamos por la opción de la complementariedad. Las redes sociales como espacio donde plasmar lo que se hace en la militancia territorial, para invitar a participar (tal como planteaba Christensen), pero también como espacio en donde conocer opiniones y posturas, para nutrirse y planificar estrategias y discursos que luego se aplicarían en la territorialidad.
Hoy, con la política interpelándose a sí misma sobre qué nuevas formas de militancia adoptar, me parece necesario animarse a dar esta discusión. Bregar por una política donde quepan todos y todas implica expandir los espacios de participación, y en un lugar se deben tender estos nuevos puentes. Pero la quintaesencia de la militancia política no se debe perder, y las redes sociales pueden pensarse como trampolín para involucrar políticamente a los sujetos, hacerlos sentir parte e invitarlos a dar el salto a los barrios, los comités y locales partidarios, y a la construcción de experiencias, que se asienta como el pilar más importante de la militancia.
Andrea Perilli es estudiante de la Facultad de Información y Comunicación, Universidad de la República.