Una serie de entrevistas y declaraciones que realizó recientemente Pablo Bartol, ministro de Desarrollo Social, dan cuenta de que no tiene experiencia en hacer lo que tiene que hacer.

Es probable que esto sorprenda. ¿No tiene 20 años de trabajo en Casavalle? ¿No fundó y dirigió Los Pinos, institución de educación altamente elogiada por sus resultados? Sí, todo eso es cierto. Pero la verdad es que dicha institución educativa basa la clave de su éxito en una estrategia muy sencilla: la selección. Entrar a Los Pinos –como a otras instituciones similares– implica una entrevista con la familia y los estudiantes, en la que se selecciona a aquellos que, con la experiencia efectivamente acumulada, saben que pueden tener éxito. Pero si fallan en la selección, no hay ningún problema: la expulsión del centro siempre es una opción.

Las instituciones educativas públicas trabajan con otro criterio, el de la transformación: todos los alumnos son aceptados, sin importar su situación previa, y con todos se trabaja día a día para intentar que aprendan no sólo contenidos académicos sino también habilidades socioemocionales; a eso se enfrentan las instituciones educativas públicas (los centros educativos comunitarios son un ejemplo de eso, y exitoso). Selección no es transformación, y para trabajar en el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) no se puede seleccionar, ergo, el ministro no tiene experiencia en su tarea.

No es que esto que estoy diciendo sea un capricho personal, una lectura desviada de sus palabras. En una entrevista en En perspectiva el 26 de enero de este año, dijo: “La libertad de las personas es así, tú no te podés poner en la cabeza del otro y si el otro no logra tener un poco de superación de eso que lo tiene atrapado no tenemos mucho más para hacer”.

No es una novedad decir que para este gobierno el Estado debería reducirse a su mínima expresión. Las actuales autoridades entienden que esa es la forma en la que cada individuo se puede desarrollar libremente.

¿Podría haberlo dicho más claro? Si no tienen la voluntad de cambiar, el Estado los abandona a su suerte. En el ámbito educativo llevó adelante esa propuesta: seleccionar a quienes tienen voluntad de superación. Quiero compartir una cita de Alicia Camilloni de por qué la didáctica (aunque aquí podríamos decir la educación, en sentido general) es necesaria, porque le responde mejor al ministro de lo que yo podría hacerlo: “Si creyéramos que el destino de los alumnos está fatalmente determinado y que la acción del profesor se limita a identificar cuáles son los alumnos que están en condiciones de aprender y cuáles no podrán superar su incapacidad, entonces la didáctica no sería necesaria”.1 La educación pública no sería necesaria, las políticas públicas no serían necesarias.

No es una novedad decir que para este gobierno el Estado debería reducirse a su mínima expresión. Las actuales autoridades entienden que esa es la forma en la que cada individuo se puede desarrollar libremente y que, por lo tanto, el Estado lo que tiene que hacer es apoyar a los individuos, aislados, como si fueran partículas independientes de todo sistema –aun cuando toda la evidencia empírica muestra que no es así–, a tal punto que en la misma entrevista el ministro declara su objetivo de convertir al Mides en el “Ministerio de la Superación”. Lo que sí me parece novedoso es que hayan logrado vender el relato de que saben cómo ayudar a los ciudadanos cuando, de hecho, no es su objetivo; sólo buscan empujar a los que ya caminan, y cuanto más rápido, mejor.

En el programa Polémica en el bar del 11 de abril, Bartol señaló que su objetivo es “ayudar al cambio de actitud” y lo opuso a las transferencias de dinero. Es razonable decir que lo que genera desarrollo genuino es el trabajo, pero oponer la economía a las decisiones socioemocionales es sencillamente un error que, de nuevo, no se sostiene con ninguna evidencia.2 Seguramente el error de los gobiernos anteriores fue no dar un paso más, no profundizar, en base al necesario apoyo económico, en los cambios socioculturales necesarios, pero esto es retroceder un paso más bajo la retórica de la libertad individual.

Es cierto que actualmente han aumentado las transferencias y han comenzado a apoyar a las ollas populares; sin embargo, el ministro no deja de señalar cada vez que tiene la oportunidad lo lamentable de dar dicho apoyo, que las transferencias son un mal necesario, no porque piense trabajar sobre ellas para superarlas, sino porque hay que soltar la mano para apoyar a aquellos que sí pueden, que sí quieren. ¿Y los que no? Con esos, dice el ministro, no se puede hacer nada. Otra vez, la selección actúa como criterio.

También en Polémica en el bar señaló como ejemplo –una de sus estrategias discursivas favoritas; si le preguntan por los 100.000 nuevos pobres, él pone el ejemplo de Tito, el guía turístico que ya está por volver a trabajar– un caso de un hombre analfabeto que había sido capacitado para manejar un helicóptero y señaló que ese era el camino, las capacitaciones puntuales. En la entrevista del programa En la mira, emitido el 15 de abril del corriente año, el conductor, Gabriel Pereyra, le vuelve a preguntar por lo mismo y el ministro habla del desarrollo humano en general y apela a una cuestión ética. En mi criterio, tiene razón. Pero además de un factor ético, el ministro comete un profundo error. ¿De verdad piensa que para un adolescente que ha pasado por seis, siete, ocho años de escolarización y no ha aprendido a escribir su único problema es no saber escribir? Me resulta increíble escuchar eso. Un alumno que ha pasado por la escuela y no ha sido alfabetizado no es por pereza de la maestra o por falta de voluntad de alumno; hay, de fondo, una dificultad física o sociocultural que está impidiendo el proceso: el analfabetismo es más un síntoma que una dificultad en sí misma, y si hay un impedimento de fondo para aprender a escribir, ¿por qué desaparecería para aprender a manejar un helicóptero o a programar?

Con recursos y conexiones Bartol hizo algo bueno: creó una institución que empuja a los que ya podían andar, que los mueve, seguramente, un poco más lejos de lo que hubieran llegado sin su apoyo. Pero de ahí a saber cómo realizar cambios genuinos para el conjunto total de la población, hay una enorme diferencia. Que le pregunte a la enorme cantidad de docentes de las instituciones públicas de este país o a los educadores que trabajan en los centros juveniles. Ellos sí tienen experiencia de transformación. Sí, señor ministro, se puede ayudar a aquel que en principio no quiere.

Martín Biramontes es antropólogo social.


  1. Camilloni, Alicia, “Justificación de la didáctica”, en: Camilloni, Alicia et al. El saber didáctico. Editorial Paidós, Buenos Aires, pp. 21. 

  2. Un ejemplo: en la Encuesta Nacional de Juventudes se les preguntó si estaban de acuerdo con la afirmación “Criar a los hijos debe ser tarea primordial de las mujeres”, 4,3% de los encuestados del quintil 1 está de acuerdo, mientras que este número sube a 29,5% en el quintil 5. Se puede buscar en el mismo informe (o en cualquier investigación empírica) cualquier variable vinculada a los aspectos socioemocionales y se obtendrán resultados similares.