Desde 2019, con la imponente movilización social en Chile (reprimida de manera feroz por un gobierno “democrático” que intentó pero no pudo vencer los ansiados cambios), la región comenzó una multiplicación de movimientos y estallidos sociales que, lejos de ser parte de organizaciones terroristas (se los acusa de ser financiados por el narcotráfico, por ejemplo), responden a la opresión de un sistema que se vuelve cada día más crudo con millones de personas.

Son estallidos de bronca, son estallidos que gritan que la situación que se vive es insostenible: vivimos en el continente más desigual del planeta, en donde los que concentran la riqueza se encierran en barrios privados, desechando cualquier tipo de vínculo con el resto de la sociedad. Maristella Svampa (2008) muestra cómo en trabajos que realizó en esos lugares en Argentina los niños no sabían que el “personal de servicio” eran seres humanos: el otro es siempre de un estrato social inferior; el otro no es un ser humano. Como respondió una habitante de uno de estos countries, su hija desconocía lo que pasaba fuera de su residencia y por eso hacía la siguiente clasificación de los seres humanos: hombre, mujer o mucama (Svampa, 2008: 221). La realidad de esta población se acota a su barrio y a los centros comerciales que concurren o a los lugares donde van a vacacionar.1

Esas desigualdades se evidencian en que millones de personas vivan en la miseria, revolviendo y comiendo de la basura o en condiciones habitacionales pésimas (chapas, cartones, nailon), sin cuidados de salud o teniendo que sobrevivir con el microtráfico de drogas (el eslabón que primero se rompe), entre otras faltas.

Esta situación, que es de largo aliento o estructural para nuestra región, se vio intensificada o tuvo un giro ultraconservador con la asunción de Donald Trump en Estados Unidos y de Jair Bolsonaro en Brasil. Con estos ascensos en toda la región los grupos de derecha se fortalecieron, aparecieron partidos que se declaran abiertamente conservadores y especialmente el nivel de confrontación y violencia hacia las organizaciones populares recrudeció.

Sin embargo, en algunas zonas de la región la violencia política hacia el campo popular no es novedosa. En Venezuela, la violencia hacia el gobierno fue una constante desde que asumió como presidente Hugo Chávez. Colombia registra índices de asesinatos a líderes sociales escandalosos, y vínculos entre fuerzas de seguridad y narcotráfico (el expresidente Álvaro Uribe Vélez es denunciado por ser parte de estas alianzas). Paraguay es un país olvidado para nosotros (¿nos pesará como sociedad haber sido parte de la cruel invasión que lo destruyó?); allí las situaciones de violencia son feroces también, es denunciada de manera sistemática la falta de derechos de los trabajadores, que son explotados como si las leyes laborales no hubiesen existido nunca. No olvidemos que en este país se llevó adelante en 2012 un golpe de Estado contra el presidente electo de manera democrática.

Y siempre detrás de estos acontecimientos de violencia están presentes los sectores de derecha más conservadora, o los que no lo son tanto pero que bajo el dogma de la religión de mercado quieren obtener más riqueza a cualquier precio.

La región comenzó una multiplicación de movimientos y estallidos sociales que, lejos de ser parte de organizaciones terroristas, responden a la opresión de un sistema que se vuelve cada día más crudo con millones de personas.

Con las movilizaciones surgidas en Chile en 2019 y con las elecciones del 16 de mayo comienza a perfilarse una nueva realidad para ese país tan golpeado por la represión desde la dictadura pinochetista hasta la actualidad. Miles fueron los reprimidos, cientos los asesinados por un gobierno que tenía como eje de actuación el resguardo de los intereses de los sectores dominantes y, en definitiva, de la acumulación de riquezas por parte de unos pocos.

En Colombia se está debatiendo con las mismas fuerzas que atravesaron Chile dos años atrás. Las poblaciones olvidadas y explotadas no toleran más que los de siempre continúen acumulando mientras que las mayorías apenas logran sobrevivir.

Esta es la nueva región que está germinando luego de décadas de luchas, pues como afirma H Cerutti Guldberg, “la resistencia nunca amainó”.

Ahora bien, no hay nada definido de antemano y no existen leyes sociales que marquen cambios prefigurados con antelación: los cambios se darán si los sectores populares logran aunarse y construir un movimiento popular cada vez más fuerte, para que nazca un mundo sustancialmente distinto del que conocemos, pues lo que estará en el centro será el ser humano y no la mercancía.

Los cambios sociales y lo que nos imaginamos que vendrá debería ser pensado desde hoy. No es posible la construcción de nuevas sociedades si siempre se piensa en el corto plazo de las urgencias. Y para ello es necesario revisar el pasado de los procesos anteriores que ya hemos vivido como sociedades, pero que desconocemos porque quedan en el olvido y quedan atrás de las dinámicas impuestas por el sistema, de las que no logramos salir.

El desafío de fondo es sopesar la densidad de los cambios que pretendemos y que imaginamos, para que estos sean duraderos y se asienten en nuestras sociedades.

Como afirma el pensador argentino-mexicano: “Construir [un nuevo] mundo es la tarea. Todo lo demás es pérdida de tiempo, justamente cuando ya no queda tiempo para nada [...]. La invitación es a atrevernos a cuestionarlo todo. El mundo otro no surgirá como un milagro. Hay que hacerlo, construirlo. Podremos lograrlo construyendo una sociedad, un mundo, transcapitalista, más allá de este sistema y quitándonos sus reglas de encima” (Cerutti Guldberg, 2015: 180).

Héctor Altamirano es docente de Historia. Agradezco al profesor Juan Pablo Demaría sus comentarios y aportes al texto.

Referencias

Cerutti Guldberg, H (2015), Posibilitar otra vida trans-capitalista, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, Universidad Nacional Autónoma de México y Universidad del Cauca, Colombia.

Svampa, M (2008), Los que ganaron. La vida de los countries y barrios privados, Buenos Aires, Biblos.


  1. En Uruguay este fenómeno de los barrios privados demoró, pero todo llega y ya está entre “nosotros”.