Sea lo que sea aquello que llamamos humanidad, en todo nuestro planeta experimenta un movimiento tectónico. Lo anunció la caída de Lehman Brothers en 2008 y lo consuma la pandemia.
La pandemia de la covid-19 profundiza, encubre y a la vez descubre un planeta de desigualdades inaceptables en todas partes y también aumentos muy fuertes de la pobreza, el desamparo y el impacto de la destrucción ambiental. Según los reportes de las principales ONG humanitarias del mundo, hay 37 hambrunas en distintas zonas extensas del planeta, el mayor número desde que existen informes. Por debajo de la pandemia crecen la pobreza y todavía más las desigualdades. Pero la pandemia, el ascenso veloz de China con su capitalismo político de Estado fuerte y la victoria de Joe Biden en Estados Unidos –y su inicio de programas de keynesianismo verde y políticas antirracistas inéditas empujadas por la izquierda demócrata de Bernie Sanders y Alejandra Ocasio Cortez– son el fin de la era de mercados desregulados.
En 2008 China se ubicaba tercera en el mundo por su producto interno bruto (PIB) detrás de Japón y delante de Alemania. Estados Unidos tenía un PIB que representaba, como ahora, cerca de 26% del PIB global y China, un PIB con un peso de 6% debajo de Japón y levemente arriba de Alemania.
A inicios de 2021 Estados Unidos mantiene un PIB con un peso global de 26%, pero China ya alcanzó un PIB con un peso global de 18%, aproximadamente. En 2019, un tercio del crecimiento de la economía mundial se debió a China, 11% a Estados Unidos y 4% a la Unión Europea. Desde el inicio de la crisis económica en 2008, China ha sido la gran locomotora que ha tirado de la economía global pero ahora Estados Unidos, con su shock keynesiano verde y su primer pacto para el crecimiento sindical, unificando una clase trabajadora siempre dividida por la segregación racial, también empuja la recuperación.
Entre 2008 y 2021 hubo una transición política global hasta que la covid 19 –que es una provocación para la lógica del mercado concentrado y versión salvaje como organizador de convivencia social – terminó con el liberalismo económico radical y abrió paso a un cambio colosal planetario que hoy demanda un pacto de gobernanza global.
En los países desarrollados de Occidente y en algunos países de Asia y África, después de 2008 el costo del salvataje de los grandes bancos y los sectores financieros se pagó con ajustes muy fuertes de los sectores subalternos, que protestaron contra la globalización de mercados con la falsa salida de los populismos de derechas que retóricamente buscaban expresar a ciertos sectores perdedores de la globalización con políticas muy conservadoras y nacionalistas o integristas religiosas. Desde 2016 Donald Trump en Estados Unidos expresó esa protesta que recorrió transversalmente el planeta con Narendra Modi en la India, los regímenes autoritarios de derecha de Polonia o Hungría, el brexit, Rodrigo Duterte en Filipinas, Jair Bolsonaro en Brasil. En América Latina, diferentes coaliciones nacional-populistas o neodesarrollistas cayeron ante la caída de los precios de materias primas, pero la recuperación de China replantea la perspectiva de un modelo productivo dependiente de la extracción incesante de materias primas en medio de una concentración inédita de riqueza.
Esas salidas están terminando. Se abre una época nueva.
América Latina es tal vez el continente que condensa la crisis global y la exigencia de nuevas formas de cooperación global para afrontar los desafíos del cambio climático y replantear pactos fiscales más justos para la distribución de la riqueza, pero abrir también un nuevo desarrollo informacional y ambiental de calidad, creador de empleos y oportunidades, que cruce la raya de la eterna especialización en la producción de materias primas.
El ascenso de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, la opción colombiana entre Gustavo Petro y Sergio Fajardo, la revolución pacífica chilena que termina con el modelo radical de mercado allí donde se realizó su primer experimento global desde que en 1974 Augusto Pinochet compró llave en mano la propuesta Chicago Boy, marcan el fin del liberalismo económico radical en América Latina. Pedro Castillo, surgido de la nada mediática e institucional, desconocido hace tres meses, estaría ganando en segunda vuelta las elecciones en Perú.
¿Qué representa su voto cuando hizo una pésima campaña y Keiko Fujimori fue logrando la adhesión, uno tras otro, de cada actor relevante o irrelevante del “Partido del Orden” y de una amplia base social moderna, y no sólo de clase alta, limeña?
Castillo cambió tres veces de programa en la campaña de la segunda vuelta. Pero eso ha sucedido con todos los ganadores en Perú desde 2000.
Sin duda, Castillo es el nombre, nuevamente, de otra protesta contra la globalización. Esta vez no lideran nuevas clases medias emergentes como en Chile. Algo parecido a eso habría sido el voto a Verónika Mendoza del partido de izquierda Juntos por el Perú, que hoy ofrece los cuadros técnicos de Castillo.
El Perú pos Fujimori 2000-2021 se armó sobre la base del modelo de la contrarrevolución fujimorista casi 20 años después que la refundación pinochetista y creó una mercantilización también total de la política que destruye partidos e intermediaciones de intereses de cualquier eficacia.
Sin duda, Castillo es el nombre, nuevamente, de otra protesta contra la globalización.
Por cierto que se produjo una verdadera modernización capitalista en Lima y la costa. Pero esa modernización elitista se construyó sobre la destrucción de la matriz reformista de Juan Velasco Alvarado y su reforma agraria. Velasco abrió por fin la caja de Pandora étnica, productiva y social de los pueblos milenarios sometidos durante varios siglos desde la conquista hispánica. Pero el Perú fue desbordado primero por la explosión de la movilización social que creó Izquierda Unida hacia la primera mitad de la década de 1980 y después por el movimiento terrorista maoísta radical de Sendero Luminoso que la destruyó.
Castillo es la expresión del “Perú profundo” del campesinado y las etnias subordinadas de la cordillera y el sur indígena o la selva. Por eso Castillo obedece al eco profundo que recibe de Evo Morales. Castillo es Bolivia escondida dentro de Perú. Pero Bolivia, que hoy por fin madura también oposiciones pluriculturales y multiétnicas, presenta el mayor salto de América Latina en todos los indicadores de desarrollo humano observables a pesar de su condición mediterránea y su punto de partida haitiano en 2005.
Una mirada socialista democrática o libertaria uruguaya y gramsciana siempre sentirá que no hay la acumulación mínima necesaria para transformar de verdad el modelo de desarrollo radical de mercado y profundas desigualdades del fujimorismo con el histórico espesor de la exclusión estamental racializada que viene del orden colonial hace 500 años. Pero la historia es desobediente y los pueblos inventan sus actores sociales o protestas con sus herramientas disponibles. Como ahora fueron los votos.
Keiko Fujimori articula poderes mafiosos propiamente dichos, fue actriz estelar del genocidio peruano de esterilizaciones masivas de mujeres indígenas, ha sido destructora de todas las instituciones con sus poderes parlamentarios y fácticos, representa la política clientelar mercantil y equipos de amplio prontuario de corrupción de niveles siderales. Pero en esta elección fue la salida forzosa de toda la derecha presentable peruana y el neoliberalismo elegante incluso antifujimorista, porque Castillo produce miedo en las elites. Las respuestas pueden ser durísimas y puede haber en Perú golpes de toda clase y gusto con fuga de capitales. El otro riesgo es repetir la historia de Ollanta Humala, que cuando ganó ya pagó el precio de no tocar el modelo. Sin embargo, los economistas (del partido de Verónika Mendoza) y técnicos que hoy asesoran a Castillo tienen rumbo y el Plan Bicentenario sigue una orientación de izquierda democrática transformadora y moderna.
Pedro Francke señaló el lunes 7 de junio, sin renunciar al objetivo de una Constituyente, que “vamos a respetar escrupulosamente la propiedad privada. Los ahorros de las personas no se tocarán ni un sol, estén en bancos o donde estén. Vamos a mantener la autonomía del Banco Central de Reserva, ya que durante estos años ha mantenido un buen trabajo, y vamos a seguir debido a que tiene la inflación bajo control”. También destacó que existe una “coincidencia” con las demás agrupaciones políticas, ya que “todos tienen como prioridad la celeridad del proceso de vacunación y la reactivación económica para generar fuente de empleo”. “Hay dos tareas urgentes que implican la vacunación y la reactivación económica a fin de generar un millón de empleos […] yo creo que las diversas fuerzas políticas tienen esa mirada y sobre la base de esta urgencia podemos lograr una concertación”, remarcó.
Como es lógico, algunos economistas neoliberales ya ofrecieron sus servicios a Castillo. Puede haber un pacto con parte de las elites y tal vez crearse algunas rutas de transformación.
En términos de reformas estructurales, Perú demanda tres cosas distintas al mismo tiempo –poniendo entre paréntesis o no tanto a las desigualdades–: por un lado, construir unas capacidades estatales enraizadas socialmente y calificadas técnicamente hoy inexistentes. Por otro lado, convertir esa maravilla smithiana –Adam Smith, creador de las teorías clásicas de los mercados– de verdadera cultura de mercado que florece abajo y es un misterio cultural que cualquier viajero observador percibe en su sociedad. Simplemente Perú posee en su propia raíz cultural unos mercados genuinamente smithianos abajo, es decir, de competencia genuina y cooperación con confianza social. Abajo también florece algo distinto y es una creación social de valor productivo amigable con el ambiente en economías campesinas abiertas a la innovación.
El milagro vendrá cuando se junten esas maravillas que florecen abajo con un Estado estratégico y moderno para distribuir riqueza entre las personas pero también crear una modernización integradora y superadora de los brutales antagonismos regionales y étnicos.
Castillo es una oportunidad, es el nombre del fin de un modelo radical de mercados desregulados y destrucción ambiental que terminó en Perú, y su nuevo programa es un rumbo nuevo. Pero también es una esperanza. Un amigo sociólogo peruano, luchador de toda la vida por la justicia y la libertad, diputado del parlamento andino y exrector de universidades, colgó un posteo con una foto de Velasco Alvarado sonriendo y enviando un mensaje de apoyo al maestro Castillo.
La risa de Velasco es otra revancha de la historia que, como decía Karl Marx, es una partera sorprendente pero siempre de vieja memoria de los vencidos.
Eduardo de León es sociólogo.