Para describir la vida diaria hay que recurrir al vocabulario de la guerra. La capital de Haití, Puerto Príncipe, está dividida en muchas líneas de frente. Barrios enteros están bajo el control de grupos armados que cambian territorios. En las zonas pobladas y empobrecidas las calles tienen barricadas y en algunas áreas hay francotiradores que disparan a lo que ven.
Los enfrentamientos entre bandas han forzado a miles de residentes a abandonar algunos barrios, mientras que en otros, como Cité Soleil, la población se encuentra atrapada por los combates. Naciones Unidas calcula que 18.000 personas están desplazadas, acogidas por familiares o en lugares mal adaptados como escuelas o iglesias.
Se trata de un nuevo fenómeno, dado que la mayoría de ellos han huido durante las últimas semanas debido al repunte de los enfrentamientos. Las principales rutas de acceso a Puerto Príncipe están controladas por bandas, y entrar o salir de la ciudad se ha convertido en una tarea complicada. Además de los combates, hay un elevado nivel de criminalidad, con robos, secuestros y extorsiones.
En este contexto, hay muchas víctimas de la violencia, especialmente heridos. En nuestro hospital en Tabarre, Médicos sin Fronteras (MSF) ha dado atención a más de 600 personas heridas desde principios de año, la mayoría de las cuales son de los distritos de Martissant, Cité Soleil, Croix des Bouques o Bel Air, que es escenario de enfrentamientos especialmente graves.
Desde abril hemos hecho frente a varias oleadas de heridos que han provocado que incrementemos nuestra capacidad de hospitalización. Ha habido días en que nuestros equipos han recibido hasta 20 pacientes. De media, más del 60% de los pacientes de traumatología son víctimas de heridas de bala o arma blanca.
Las instalaciones sanitarias no están ya exentas de los ataques y nuestras actividades médicas se han visto alteradas por una sucesión de incidentes críticos. En febrero un hospital de MSF dedicado al tratamiento de personas con quemaduras graves en el distrito de Drouillard tuvo que cerrar porque fue rodeado por los combates.
Los cerca de 20 pacientes que aún estaban en el hospital tuvieron que ser trasladados y el hospital todavía no ha reabierto. Hemos mantenido un puesto médico de avanzada en el que estabilizar y enviar a los heridos o a las víctimas de quemaduras.
Durante el mes pasado una explosión de violencia en el barrio de Martissant puso en la línea de frente, a prueba, al personal del centro de emergencias de MSF. Durante muchos días, el personal médico tuvo que atender a los heridos mientras se protegía de las balas perdidas y una de nuestras ambulancias fue robada.
El 26 de junio la estructura fue objetivo de disparos directos y fue finalmente evacuada para no seguir poniendo en peligro a los pacientes y el personal. Más allá de estos episodios extremos, hay una violencia ordinaria que amenaza a todos. Cuando vamos a las calles, nuestros trabajadores sanitarios, como la población, viven con temor a las balas perdidas o los robos.
Un empleado de MSF que trabajaba en Tabarre fue asesinado el 25 de mayo por hombres armados una vez que había terminado su turno en el hospital y se dirigía a su casa. Este estado permanente de inseguridad limita el acceso de la población a la atención sanitaria.
El sistema sanitario es ya extremadamente desigual, con una atención privada disponible sólo para los que pueden permitírsela, mientras que las instalaciones públicas carecen de los recursos básicos. En este contexto, es un desafío mantener las actividades médicas.
El personal y los pacientes tienen que llegar a las instalaciones médicas y volver de ellas con seguridad, pero no hay garantías de que puedan lograrlo. En un momento en que MSF debería expandir sus actividades para responder a las crecientes necesidades médicas de la población, incluidas las relacionadas con un aumento de los casos de covid-19, estamos teniendo problemas para mantener abiertas nuestras instalaciones.
Hoy es urgente darse cuenta de que Haití está sumido en una situación de violencia e inseguridad total que se suma a una gran crisis sanitaria. El asesinato del presidente, Jovenel Moïse, agrega incertidumbre a un país que parece estar al borde del caos.
Stéphane Doyon es director de programas de Médicos sin Fronteras en Haití.